En la galaxia del lujo coexisten varios tipos de marcas que despachan relojes: las puramente relojeras, que se dedican a eso y a nada más (léase Rolex, IWC y Panerai, por ejemplo); las joyeras y relojeras (entre ellas, Cartier, Chopard y Piaget), y las firmas de alta gama que no comenzaron vendiendo instrumentos para medir el tiempo pero que en un momento dado salieron de su entorno natural (generalmente, la moda) para extender sus tentáculos a otras categorías de productos. Es decir, Dolce & Gabbana, Armani, Gucci, Dior, etcétera. De todas ellas, las hay que se toman más en serio que otras esto de la relojería, un mundo complejo y sofisticado.
Para hacerse un hueco, estas firmas deben combatir los prejuicios. El término “relojes de moda” se ha utilizado durante mucho tiempo de manera peyorativa, haciendo referencia a marcas que entran en la escena relojera sin un compromiso genuino con el oficio. Durante años se pensó que, si un reloj tenía una marca de lujo conocida en la esfera, lo más probable es que no fuera muy bueno, porque el apellido ‘de lujo’ no valida que todos los productos de esa enseña sean excelsos en todas las áreas en las que se adentra.
La relojería es uno de los sectores en los que esto queda patente. Hay marcas que fabrican los movimientos mecánicos de sus propios relojes (las bien valoradas) y las hay que entregan licencias con sus nombres a otros fabricantes para que los estampen en un producto de cuarzo asequible (muchas suelen hacerlo a través de grupos como Timex, Movado o Fossil), con el fin de complementar sus principales líneas de ropa y complementos. Están las que solo tienen en cuenta la estética de sus productos (en algunos casos, con ventaja sobre las firmas estrictamente relojeras, por su dominio del diseño), y las que, además, indagan en su interior. Todas son marcas valiosas con una capacidad única de presentar la alta relojería a un público completamente nuevo, pero no se las respeta por igual en el mercado.
Giorgio Armani, por ejemplo, es el rey de la diversificación bien hecha. Cada vez que el diseñador italiano ha abordado aterrizajes en áreas ajenas a la moda, ha creado nuevas marcas para que no afectaran a la principal, que es Giorgio Armani. Lo hizo con Armani/Casa, Armani Beauty, Armani/Hotels, Armani/Dolci… Pero en cuestión de relojes no ha llegado muy lejos. Los vende con sus segundas marcas Emporio Armani (a partir de 160 euros) y Armani Exchange (desde 65 euros), y carecen de alma.
Pero ahí están Hermès, Louis Vuitton y Chanel, que han realizado inversiones muy notables y a largo plazo en sus divisiones de relojería en los últimos años, mudándose a Suiza y estableciendo allí sus talleres, asociándose con los más entendidos, reclutando a artesanos cualificados para competir hoy con firmas centenarias puramente relojeras. Con innovación y un sello propio, pero sin salirse demasiado de las convenciones tradicionales de la industria para poder forma parte de ella.
Quizás aún no sean percibidas como marcas de alta relojería líderes, pero si siguen esforzándose y creando piezas interesantes pueden conseguirlo. Nos hemos detenido en tres de ellas, tres ejemplos para seguir por su buen hacer que no suelen decepcionar. Al contrario, brindan una mirada fresca de la alta relojería que hipnotiza. Son estas:
Hermès: la poesía
Es auténtica devoción lo que muchos tenemos por Hermès y por todo lo que toca. Sus relojes secretan creatividad, distinción y artesanía por todos sus poros. Nunca se desvían de la identidad de la marca, se atreven a jugar y son diferentes a todos los demás. ¿Que sus responsables deciden lanzar un ejemplar de viaje con la complicación de horas mundiales? Pues idean una subesfera que se mueve por un globo terráqueo a voluntad del usuario indicando la hora en distintas ciudades (la que incorpora el Arceau Le Temps Voyageur de la imagen superior). Original y pura poesía.
La enseña francesa, célebre por sus bolsos Birkin y sus pañuelos de seda, empezó a escribir su historia en 1837 elaborando guarniciones para caballerías (de ahí que en su imagen corporativa figure un equino). Años más tarde mostró interés por otros ámbitos, y produjo su primer reloj en 1912, uno que parecía de pulsera pero que en realidad era de bolsillo y se ceñía con una correa de cuero. En 1928 comenzó a fabricar relojes para venderlos, asociándose para ello con marcas relojeras suizas. A finales de los 70 se adentró con más ahínco en el negocio, fundando la división La Montre Hermès en Brügg (Suiza).
En 1978, el entonces director artístico de la casa, Henri d’Origny, diseñó el modelo Arceau, caracterizado por una caja redonda de asas asimétricas como estribos e índices inclinados que evocan el galope de un caballo. Hoy es su línea más representativa. «Ofrecemos una visión del tiempo distinta; no es un tiempo que se puede medir de manera precisa. La idea es jugar, porque cuando nos divertimos creando un objeto, nuestros clientes también se divierten», dicen en la compañía.
En los años 90, cuando Hermès introdujo el Cape Cod y el Médor, pensaban sobre todo en la mujer, de ahí que sus relojes portaran movimientos de cuarzo (se consideraba que los mecánicos eran cosa de hombres). Pero no se quedaron ahí. Para seguir mejorando sus artículos, en 2003 se acercaron al fabricante de movimientos mecánicos Vaucher Manufacture Fleurier, y en 2006 Hermès adquirió una participación del 25% de ese taller.
Así, lanzó su primer movimiento propio en 2008. También se hizo con el productor de esferas Natéber, y es accionista mayoritario del de cajas Joseph Erard Holding, con el fin de reducir su dependencia de proveedores externos. Además, trabaja con relojeros externos de alta gama, como Agenhor y Chronode. Hoy, La Montre Hermès factura unos 593 millones de francos suizos, según el informe anual sobre la relojería de lujo que elaboran el banco de inversión Morgan Stanley y la consultora suiza LuxeConsult.
El precio medio de sus relojes se sitúa en el entorno de los 8.000 francos suizos sin IVA (unos 8.200 euros), según esta misma fuente. Y es perfectamente lógico que la facturación de esta división siga creciendo, pues las clientas que desean un Birkin (que son legión), seguramente querrán un reloj cuya correa, elaborada con las mejores pieles, combine con el bolso. Ambos son accesorios, y la marca Hermès no puede ser más reconocida como sinónimo de calidad.
Louis Vuitton: el empeño
La firma de lujo más valiosa del mundo, Louis Vuitton, locomotora del coloso francés LVMH, comenzó a fabricar relojes en 2002. Esto, en términos relojeros, es antes de ayer. Pero a golpe de talonario y de ambición se ha posicionado en un lugar privilegiado. Y tiene hambre de más: de su web ya se han eliminado los Tambour (su buque insignia) de cuarzo, dejando únicamente para su venta los mecánicos unisex. La idea que subyace tras este gesto es que un reloj de primera clase como el Tambour, con precios a partir de 20.900 euros, no puede tener dos o tres niveles diferentes de calidad. No obstante, se siguen despachando los modelos Tambour Moon y Tambour Slim, que funcionan con pila.
El paso más relevante que la división relojera de Louis Vuitton ha dado en su corta trayectoria tuvo lugar en 2011, cuando compró La Fabrique du Temps, el fabricante de movimientos que fundaron los talentosos relojeros Michel Navas y Enrico Barbasini cerca de Ginebra (Suiza) en 2007. Su objetivo: buscar legitimidad con el desarrollo de piezas que transmitieran un espíritu aventurero, reinterpretando las complicaciones clásicas y dándoles un aire actual. Junto a ellos ha entregado relojes con tourbillon, repeticiones de minutos y otras complicaciones valoradas por los aficionados y coleccionistas.
No acabaron ahí las compras. Ese mismo 2011 adquirió ArteCad, experto en esferas, y en 2012 se reforzó con el control del también fabricante de esferas Léman Cadran, que ya era proveedora de Louis Vuitton. Por último, hace un mes se hizo con Swiza, propietaria de L’Epée 1839, un prestigioso fabricante suizo de relojes de alta gama y objetos de arte con mecanismos complejos.
En 2023, con un nuevo modelo Tambour, la marca entró en el competitivo (y muy deseado) segmento de los relojes deportivos de lujo con brazalete integrado, como resultado de una nueva dirección en su estrategia comercial. Ese año, Louis Vuitton y La Fabrique du Temps adquirieron los derechos del archivo del diseñador de relojes Gérald Genta (autor del Royal Oak y del Nautilus) para que operara como marca independiente.
En los últimos tiempos, la enseña ha manufacturado también varios relojes con autómatas (que imitan la figura y los movimientos de seres animados), con el fin de convertirse en un jugador clave dentro de este sector. En 2021 obtuvo un Oscar de la relojería (el GPHG a la Audacia) por su Tambour Carpe Diem, en el que una calavera movía su mandíbula mientras una serpiente se arrastraba por la esfera.
Los planes de futuro de Jean Arnault (26 años le contemplan), director de relojería de la marca e hijo menor del magnate Bernard Arnault, dueño de LVMH, pasan por fabricar casi todos los componentes de sus relojes en casa, algo que solo hacen las enseñas más reputadas y ambiciosas. El cielo es su límite.
Chanel: rara avis
He aquí otra de mis marcas favoritas, porque no se aparta de los códigos de la propia casa: sus camelias, la figura de la fundadora, Gabrielle, el tweed, etcétera. Sus responsables no consideran que ser una firma de moda sea una desventaja para fabricar relojes. Así, de la misma manera en que su filial Paraffection ha ido adquiriendo talleres de alta costura en Francia especializados en artesanías exclusivas para proteger los oficios artísticos, también ha hecho varias compras para preservar y desarrollar conocimientos y experiencia especializados en relojería de alta gama. La última, este mismo mes: el 25% de las acciones de la relojera independiente MB&F.
En materia relojera, Chanel es sinónimo de J12, el deportivo que alumbró en 2000 Jacques Helleu, entonces director artístico de la firma, para el que se inspiró en la silueta de una clase de veleros que participan en la Copa del América, de los que tomó su nombre. Con él puso de moda la cerámica, en negro primero y en blanco en 2003. El brillo de este material resistente a los arañazos conquistó a mujeres y también a algunos hombres, y pasó a representar a la marca igual que la camelia, el perfume Nº5 y la chaqueta de tweed.
Su catálogo incluye algunos modelos más, como Première (el primero de todos, lanzado en 1987 con la forma del tapón del frasco de Chanel nº 5), Boy·Friend y Code Coco. En general, la relojería de la marca es femenina, pero en 2016 reveló el Monsieur para hombre, equipado con su primer movimiento de manufactura. Ahí fue cuando dio el pistoletazo de salida de su trayectoria por la alta relojería.
En 2019, Chanel introdujo un nuevo calibre automático, el J12.1 de Kenissi, un fabricante de movimientos copropiedad de Tudor con sede en Ginebra del que la compañía compró el 20% en 2019. Antes había fagocitado a G&F Châtelain (en 1993), especializada en el acabado de movimientos y otras técnicas relojeras (en la que fabrica desde cero la resistente cerámica de sus J12), y había entrado en el capital de Bell & Ross (1998), Romain Gauthier (2016) y Montres Journe (2018). No parece que vaya a terminar ahí su escalada relojera, porque la visión de sus propietarios, los hermanos Wertheimer, es a muy largo plazo.