Cuenta Paola Foster (Londres, 27 años) que la arquitectura siempre ha estado presente en su vida: «Desde que era muy pequeña, quizá antes de tener uso de razón. Crecí viajando a todas partes con mi familia y estos viajes giraban constantemente alrededor de proyectos de mi padre». Su padre, Sir Norman Foster, es uno de los arquitectos contemporáneos más importantes del mundo; su madre, Elena Ochoa, una reconocida editora de libros de arte. Con semejantes progenitores no es de extrañar que Paola se haya decantado por estudiar Historia del Arte y Teoría Arquitectónica en Harvard y un máster de Arquitectura en Yale. Tampoco que su primer recuerdo relacionado con la arquitectura, date de su infancia: «Fue en un viaje a Berlín con mi familia cuando tenía unos cinco años. Recuerdo subir por la rampa del Reichstag con mi hermano gateando detrás de mí y mi padre subido en una bicicleta. No creo que en ese momento comprendiera mucho sobre el significado del Reichstag como edificio, pero recuerdo nítidamente la sensación que tuve al ascender alrededor de la cúpula cristalina y poder ver la ciudad a mi alrededor».
Paola concede su primera entrevista y nos habla de arte y arquitectura, de sus referentes artísticos, de sus años en Harvard y Yale, de sus pasantías en algunas de las mejores galerías de arte del mundo y de lo mucho que aprendió como cajera en un ultramarinos de Matha’s Vineyard.
Aunque ha vivido en medio mundo, lleva Madrid en el corazón y conoce sus barrios, de Lavapiés a Retiro. También nos confiesa una de sus aficiones: aprender a pilotar.

¿Qué ha sido lo mejor de tus estudios de Historia del Arte y Arquitectura?
La manera en la que la historia del arte y la arquitectura se informan mutuamente es una constante en mi manera de pensar. Tener una base contundente en Historia del Arte y en Arquitectura ha influido en cómo abordo el diseño, no solo en términos estéticos, sino también en mi comprensión del contexto, el significado cultural y la evolución de las ideas a lo largo del tiempo. La lectura siempre ha sido una pasión para mí, y poder leer y releer a historiadores y teóricos como Lewis Mumford o Kenneth Frampton sigue ampliando y modelando mi forma de pensar.
«Mi primer recuerdo relacionado con arquitectura fue en Berlín con unos cinco años. Recuerdo subir por la rampa del Reichstag con mi hermano gateando y mi padre en bicicleta».
Al estudiar arquitectura ¿qué asignaturas te han resultado más complicadas?
El aspecto que encuentro más complejo y difícil es la ingeniería estructural. Una estructura es fundamentalmente lógica, pero no siempre se presenta de manera intuitiva. Dicho esto, he aprendido a apreciar esa complejidad en lugar de sentirme intimidada por ella.
¿Cuál es la asignatura que más te ha gustado y por qué?
El ‘Jim Vlock Building Project’. Fue una parte fundamental del primer año del Máster en Arquitectura en Yale. Consistió en crear un diseño seguido de la construcción de una vivienda asequible, y en el que desarrollé desde el concepto inicial hasta la edificación completa de una casa a escala real. Lo que hizo esta asignatura clave en mí formación, fue que me tendió un puente entre el estudio puro, duro, exigente y el mundo real. También y al tiempo, trabajé en equipo con mis compañeros desarrollando propuestas, reuniéndome con los clientes y afinando el diseño. Con el tiempo, obtuvimos la luz verde para llevar a cabo la obra que proyectamos y que construimos físicamente nosotros mismos. Imagínate, construir con mis manos y con un esfuerzo físico inimaginable (por supuesto con mi equipo), una casa donde ahora viven maestros y familias. Me inyectó un enorme respeto por los trabajadores de obra. Llueva a mares, haga un frío helador o un calor asfixiante, la construcción tiene que seguir adelante, día tras día, de la mañana a la noche. Fue una experiencia increíblemente gratificante.
«Cambridge, el pueblito donde está Harvard, se puede recorrer a pie, está lleno de librerías, museos y rincones cargados de historia”
¿Cuáles son las principales diferencias entre Harvard y Yale?
Valoro ambas por lo que me ofrecieron en diferentes momentos de mi desarrollo académico. En Harvard, durante mis estudios de grado, tuve la oportunidad para explorar sin límites: sumergirme en la historia del arte, la teoría y una gran variedad de disciplinas intelectuales. Era un entorno que fomentaba la curiosidad y que me proporcionó la necesidad de un ejercicio constante de “mirar” al universo con pensamiento crítico, en cómo observo y me enfrento a la arquitectura que intento y quiero desarrollar. Llegar a Yale e integrarme en el Máster en Arquitectura ha sido una progresión natural. El programa es fundamentalmente práctico y exige una total y absoluta inmersión.
¿Cómo recuerdas tus años de Harvard?
Con una gran sensación de agradecimiento. Era un ambiente intelectualmente estimulante, donde se fomentaba la curiosidad y las conversaciones a menudo se prolongaban mucho más allá de las clases. En un plano más personal, me encantaba vivir en Cambridge. Tiene su propio ritmo: es un lugar tranquilo, se puede recorrer a pie, está lleno de librerías, museos y rincones inesperados cargados de historia. En Cambridge crecí, tanto académica como personalmente. Además, la vida tenia momentos muy divertidos. Boston está al otro lado del río y, de tanto en tanto, era estupendo tener la posibilidad de cambiar de aires!
¿Cuáles son las principales diferencias con Yale?
Es difícil establecer una comparación directa porque mi experiencia en Yale ha sido como estudiante de postgrado, lo cual es bastante distinto. En Yale, especialmente en el programa de Máster en Arquitectura, el ritmo y la intensidad son infinitamente mayores. El trabajo es muy muy exigente —proyectos de estudio, fabricación, investigación, críticas—de modo que siempre estás pensando en el diseño de una manera u otra. No vives para otra cosa. Es una inmersión total las veinticuatro horas del día. Dicho esto, el ambiente es increíble, la colaboración con colegas y profesores es genial. Mis compañeros y yo pasamos los días y las noches trabajando juntos, y esto genera un fuerte sentido de camaradería. No existen fines de semana o días libres.
En el camino hay por supuestos periodos fatales, de frustración y cansancio, de un desasosiego muy incómodo y hasta de sufrimiento físico y psicológico cuando los diseños no salen como esperamos. Pero cuando todo sale se siente una explosión llena de una alegría inmensa, una celebración total.

Has empezado a impartir clases. ¿Te impone hablar en público?
He disfrutado mucho mi experiencia como Teaching Fellow en Yale. He estado trabajando con estudiantes de grado, y este semestre el curso se centra en la historia de la arquitectura. Dirijo sesiones semanales de discusión, guiando a los estudiantes a través de las lecturas y ayudándoles a pensar de forma crítica sobre el material. También imparto presentaciones sobre textos y movimientos clave en la historia de la arquitectura, así que, sin duda, hay una parte importante de hablar en público. Lo que más valoro de la enseñanza es el diálogo que genera. Los estudiantes vienen de contextos y perspectivas muy distintas, y las conversaciones que tenemos a menudo abren nuevas formas de considerar materiales que yo creía ya familiares.
¿Cuál es la obra arquitectónica que más te interesa de Norman Foster?
Es difícil elegir una sola obra, porque he crecido rodeada de muchos de los proyectos de mi padre y cada uno tiene una historia y un contexto muy distinto. Pero uno que me ha marcado recientemente es el nuevo edificio de JPMorgan en Nueva York. Tuve la oportunidad de visitarlo con mi padre hace poco, y experimentarlo de primera mano fue algo muy especial. Lo que más me impresionó fue la escala del proyecto y la claridad con la que se expresa estructuralmente. Hay una audacia en la manera en que el edificio se relaciona con la ciudad: su presencia es poderosa, y aun así el diseño consigue sentirse ligero, abierto y conectado con su entorno. En el interior, hay una gran generosidad en la organización de los espacios, en cómo la luz los atraviesa y en cómo el edificio sostiene la actividad de miles de personas cada día. Es como una ciudad en microcosmos. Recorrerlo con mi padre , y escuchar el razonamiento de su diseño y consecución, añadió otra capa de significado.
«Soy consciente de las asociaciones que conlleva mi apellido, pero no lo he vivido nunca como una presión en un sentido negativo»
Imagino que has sentido presión por tu apellido. ¿Cómo la has vivido?
Soy consciente de las asociaciones que conlleva mi apellido, pero no lo he vivido nunca como una presión en un sentido negativo. Crecer en un ambiente donde la arquitectura ha estado tan presente abrió las puertas a conversaciones, posibilidades, ideas, experiencias que de otra manera no hubiera tenido, y estoy realmente agradecida. Creo que, si acaso, las presiones y expectativas son las que yo misma me impongo.
Tu madre es una conocida editora de libros de arte. ¿Conoces bien el mundo de la edición? ¿Qué es lo que más te gusta de ese universo? ¿En qué proyectos has colaborado con ella?
Crecí rodeada de libros, así que siempre he sentido una profunda admiración por el trabajo de mi madre en el mundo de la edición. Lo que más me inspira de ese universo es la atención al detalle: desde la elección del papel y la encuadernación hasta la escala, el ritmo y el diálogo entre texto e imagen. Hay libros creados y producidos por Ivorypress que no son simplemente contenedores de contenido; son objetos en sí mismos, a menudo concebidos como obras de arte.
¿Qué tipo de trabajo te gustaría ejecutar en un futuro?
Me encantaría trabajar en la intersección entre el arte y la arquitectura. Me atraen especialmente los espacios que se relacionan directamente con la práctica artística—ya sean museos e instituciones culturales, galerías o incluso lugares más íntimos como estudios de artistas y residencias privadas. Dicho esto, no me veo limitada únicamente a ese ámbito. En última instancia, lo que quiero es diseñar. Lo que más me interesa es la posibilidad de dar forma al espacio de manera cuidadosa, independientemente del programa o la escala. Me entusiasma seguir explorando cómo la arquitectura puede mejorar la manera en que vivimos y experimentamos el mundo.

Paola ha tenido la oportunidad de formarse en algunas de las instituciones más prestigiosas del mundo. Además de Harvard y Yale, estudió en internados como Le Rosey, en Suiza, y Cheltenham Ladies College, en Londres; durante sus estudios, la mayoría de sus prácticas se centraron en galerías, museos y contextos editoriales como Ivorypress, la Royal Academy of Arts, Whitechapel Gallery, Sotheby’s o la Peggy Guggenheim Collection, de la que guarda un bonito recuerdo: «Después de terminar el colegio pasé seis meses viviendo en Venecia, un periodo que fue muy formativo. Trabajé en la Peggy Guggenheim Collection durante los primeros meses, y fue una experiencia extraordinaria. Guiaba visitas para colegios y grupos venidos de todo el mundo, abría y cerraba el museo cada día, dirigía talleres, trabajaba en la taquilla e incluso pasaba tiempo vigilando las salas. Estar tan físicamente presente con las obras —y, al mismo tiempo, comunicarlas al público— me trasmitieron la apreciación de cómo el arte se vive y se entiende en tiempo real, no solo desde un punto de vista académico. Esa experiencia sigue conmigo».
Su lista de colaboraciones con estudios e instituciones de prestigio es infinita. Un verano estuvo como asistente en la firma de arquitectura Diller Scofidio + Renfro en Nueva York; ha trabajado como enlace de artistas en la Harvard Undergraduate Student Art Collective; ha comisariado la exposición titulada Shadows, en Suiza, una muestra que reunió a 17 jóvenes artistas mujeres, cada una respondiendo al tema de “las sombras”; es patrona de la Norman Foster Foundation.
También ha podido explorar el mundo editorial realizando pasantías en revistas y editoriales como Harper’s Bazaar –»Tenía solo 16 años y fue más una experiencia exploratoria»–; o la editorial de libros de lujo Phaidon: «Trabajé en la producción de la edición especial de Martin Parr: Kentucky Derby, Louisville, USA, asistiendo en aspectos de maquetación, secuenciación y proceso de edición. Me permitió entender cómo se construye un libro».

¿Cuáles son tus referentes artísticos? ¿En qué pintores, fotógrafos, arquitectos, cantantes, artistas te fijas y por qué?
Mis referentes artísticos no tienen tanto que ver con el estilo visual, sino más con la manera en que determinados arquitectos y artistas piensan a través de su obra.
En arquitectura, siempre me han interesado figuras como Jože Plečnik y Edvard Ravnikar. Lo que me atrae de ellos es su capacidad para trabajar con la tradición de una forma intencional y no nostálgica: cómo recurren a la historia, al oficio y al significado cívico, y aun así producen su creación. Su trabajo me recuerda que la arquitectura puede contener memoria cultural sin caer en lo reductivo. También recurro a Bernard Tschumi, especialmente por sus contribuciones teóricas. Su obra abre preguntas sobre la relación entre espacio, movimiento y narrativa — cómo la arquitectura puede actuar como un marco para la experiencia y no solo como un objeto. En una línea similar, Sigurd Lewerentz y Gunnar Asplund han sido referentes constantes para mí. Hay una sensibilidad profunda en su arquitectura — en el material, la luz y la atmósfera — que se siente a la vez terrenal y trascendente. Espero poder viajar pronto a Suecia para visitar sus edificios y experimentar su trabajo en persona. En el ámbito artístico, tengo un gran interés por el movimiento Fluxus, especialmente por Allan Kaprow y George Maciunas. Me fascina cómo disolvieron los límites entre el arte y la vida cotidiana, convirtiendo acciones, espacios y gestos en práctica artística. Hay muchas cosas liberadoras en esa postura: entender el arte como algo vivido y no solo observado.
En fotografía, vuelvo con frecuencia al enfoque conceptual de Ed Ruscha hacia la documentación — la manera en que observa lo banal, lo repetitivo, lo que suele pasar desapercibido. Y también me ha influido el libro Learning from Las Vegas, de Robert Venturi y Denise Scott Brown — un proyecto que, de hecho, nació como un estudio en Yale. Me interesa cómo toman en serio el paisaje ordinario de señales, infraestructuras y espacios comerciales, observándolo con curiosidad crítica. Me recuerda que la arquitectura no se limita a los edificios monumentales — también implica entender los sistemas culturales y visuales que configuran la vida cotidiana.
En definitiva, me atraen los arquitectos y artistas que engrandecen nuestra manera de “ver”, de “mirar”. Aquellos que invitan a una observación atenta — de los materiales, de los entornos cotidianos, de los patrones culturales.
Chica para todo
Después de la Guggenheim, pasé un tiempo en la Galería de Alma Zevi, colaborando en la instalación de una exposición, lo que me permitió ver más de cerca el aspecto material y logístico de la organización de una muestra.
Más tarde, trabajé en Le Stanze del Vetro, donde ayudé a traducir textos del italiano al inglés para una exposición. Ese trabajo me hizo consciente de cómo el lenguaje mediatiza la recepción del arte — algo de lo que antes no era completamente consciente. Antes de Venecia, había realizado prácticas en Londres, en Sotheby’s, The Royal Academy of Arts y Whitechapel Gallery.
«De los 14 a los 16 años, en los veranos, trabajé como cajera en la tienda de ultramarinos y kiosko Alley’s, la más antigua de Martha’s Vineyard. ¡Fue más que un máster en psicología urbana!»
En Sotheby’s, mi trabajo se centraba principalmente en investigación y catalogación — clasificar manuscritos y asegurar que las obras estuvieran correctamente documentadas para la subasta. En la Royal Academy of Arts y en Whitechapel, estuve más involucrada en el desarrollo de exposiciones, lo que me ayudó a entender cómo se gestan las muestras más institucionales.
En la galería Vito Schnabel era “la chica para todo”, iba a llevar cosas al correo, mantenía la limpieza de las salas, escribía cartas y newsletters, enviaba emails, contestaba el teléfono, hacía fotocopias y servía cafés, en fin, chica para todo, lo cual fue fantástico ser cocinera antes que fraile!
Lo mismo que cuando trabajé de los 14 a los 16 años en los veranos como cajera en la tienda de ultramarinos y kiosko Alley’s, la más antigua de Martha’s Vineyard. Me sentía importantísima yendo en mi bici a las siete de la mañana a la tienda y regresar a las dos a casa, sin parar un segundo ni para beber un vaso de agua. Me hice amiga de toda la comunidad de la isla que venía a comprar el periódico y fue más que un máster en psicología urbana!
Pero si tuviera que señalar el lugar donde más aprendí, sería la Peggy Guggenheim Collection. Fue la primera vez que experimenté plenamente la intersección entre arte, relación con el público y vida museística cotidiana. Recuerdo estar en el jardín temprano por la mañana, antes de que abriera el museo — las esculturas inmóviles, los canales en silencio — y sentir la intimidad del lugar. Ese fue el momento en el que comprendí lo poderoso que puede ser cuando el arte, la arquitectura y la experiencia humana se alinean.
«¡Cuando voy a Madrid me siento madrileña total! Conozco cada rincón y cada barrio, desde los bares de Malasaña y Lavapiés hasta la tortilla buenísima en Los 33»
Has vivido en Londres, Suiza, Madrid y ahora Boston. ¿Qué recuerdos guardas de cada ciudad y qué te gusta más de cada una?
Asocio cada ciudad o pueblo en el que he vivido con un momento muy específico de mi vida, así que los recuerdos que guardo de cada uno son bastante distintos y tienen diferente “mood”. Vivir en Cambridge, al otro lado del río de Boston, está muy ligado a mis años de grado. Recuerdo correr a lo largo del río Charles muy temprano por la mañana antes de clase en el campus de Harvard, o las tardes estudiando con amigos en la biblioteca Widener. Cambridge producía en mí esa sensación al tiempo de intimidad y energía intelectual, es un lugar donde parecía, paradójicamente, que la conversación estaba siempre presente aunque estuviésemos en silencio. Recuerdo esa etapa con mucho cariño, las comidas sin fin en el Spee Club, los bailes los fines de semana, las fiestas y experiencias que, como adolescente, las sientes como ilimitadas con gente diferente y que solo pasa por tu vida un tiempo o con amigos que se convierten en familia para siempre.
Ahora, en New Haven, el ritmo de vida es mucho más concentrado e intenso. Pasó la mayor parte del tiempo en el estudio, y el trabajo es muy exigente, pero de una forma que realmente lo disfruto. La comunidad es increíblemente fuerte — tus compañeros se convierten en tu sistema de apoyo. Recientemente fui nombrada representante estudiantil en el Comité del Yale Center for British Art, lo que me ha permitido comenzar la planificación en cómo se podría conectar la Escuela de Arquitectura con el Centro a través de eventos, talleres y programas compartidos. Y cuando necesito cambiar de ritmo porque me siento al límite del colapso, me voy en el tren a Nueva York y pasó el día viendo exposiciones o visitando amigos. ¡Regreso a New Haven como nueva!
Londres y Suiza se sienten como casa de una manera más tranquila y personal. No puedo estar allí tanto como me gustaría , pero cuando estoy, pasó la mayor parte del tiempo con mi familia. Londres es donde me siento más arraigada culturalmente, y Suiza es mi caja privada llena de recuerdos, de las memorias de mis primeros años y de los paisajes en los que crecí. Son lugares a los que vuelvo para encontrar claridad y continuidad, estabilidad. Así que cada ciudad guarda algo distinto: Cambridge representa el descubrimiento, New Haven el trabajo y el crecimiento, y Londres y Suiza el hogar y el arraigo.
Madrid lo llevo en el corazón porque mi madre nos lo enseñó al detalle desde que nacimos, aun en la distancia. ¡Así que cuando voy a Madrid me siento madrileña total! Conozco cada rincón y cada barrio, desde los bares de Malasaña y Lavapiés hasta la tortilla buenísima en Los 33. Mapfre al lado de casa es mi primera salida para visitar la exposición que sea cuando aterrizo, y la Fundación Juan March y más… Corro en el Retiro y tomo cervezas en Santa Barbara. Estoy deseando regresar a Europa definitivamente y escaparme a Madrid más a menudo.
¿Cómo es ella realmente?
Imagino que has aprendido muchas cosas de tus padres. ¿Podrías contarnos que es lo más interesante que has aprendido de cada uno de ellos?
Me siento muy afortunada al pertenecer a una familia en la que todos nos inspiramos mutuamente. Mis padres y mi hermano me han formado de maneras que a veces son difíciles de expresar con palabras. De mi madre he aprendido el cuidado por las cosas en su sentido más profundo. Siempre nos dice que los objetos tienen alma y que imploran cuidado aunque se nos caigan de las manos y se rompan en pedazos, los tenemos que coser en oro. Tiene una filosofía de la vida muy japonesa. Es increíblemente atenta y afectuosa, tanto con las personas como con el trabajo que realiza. Tiene una convicción extraordinaria de que todo es posible si se lleva a cabo con intención, con paciencia, con perseverancia… Y haber crecido con esa forma de ver el mundo ha influido mucho en la manera en la que afronto los retos. Prestar una gran atención al detalle, pero nunca de forma rígida — nace de la reflexión y de la generosidad. De ella aprendí a tomarme el tiempo necesario, a confiar en los procesos y a moverme por el mundo con empatía, con ambición. De mi padre he aprendido mucho sobre el compromiso y el trabajo constante. Tiene una capacidad extraordinaria para perseguir ideas con claridad y perseverancia, y para mantener una visión a largo plazo mientras atiende a los detalles más pequeños. Pero más allá de su ambición y de la escala de lo que ha logrado, lo que siempre ha significado más para mí es su cuidado. Es atento, cercano y siempre me apoya en lo que sea, en lo que yo decida, aunque no esté del todo de acuerdo. Desde que era una niña, me animó a pensar por mí misma y a perseguir lo que amo.
Y mi hermano, Eduardo, es mi mejor amigo. Actualmente trabaja en inversiones y asuntos relacionados con restauración de edificios en Londres, y ya estamos planeando colaboraciones futuras en cuanto regrese a Europa. La conversación entre arquitectura y desarrollo, restauración y diseño urbanístico es un campo que me parece realmente estimulante, y ya me imagino cómo podemos construir algo juntos cuando volvamos a estar en la misma ciudad.
¿Cuáles son tus principales rasgos de carácter?
Diría que tengo ciertos rasgos bastante definidos. Uno de ellos es mi tendencia a sumergirme muy profundamente en aquello que estoy haciendo. Cuando trabajo, me concentro de forma intensa — a veces en detalles que quizá nadie más notaría, como el grosor de una línea en un dibujo o la manera en que se enmarca una referencia. Surge del deseo de que las cosas estén pensadas con el mayor cuidado posible, aunque también soy consciente que, en ocasiones, necesito dar un paso atrás para recuperar perspectiva. También soy alguien que responde mucho a la energía de los demás. En conversaciones con mi familia, amigos o compañeros, me involucro por completo — valoró el diálogo, y creo que algunas de mis mejores ideas surgen en colaboración, más que en soledad.
¿Qué parecidos guardas con tu padre? ¿Con tu madre?
Se refleja más en la manera en que ellos, mi hermano y yo abordamos la vida más que en hábitos o preferencias concretas. Compartimos un fuerte sentido de curiosidad — ese deseo de seguir aprendiendo, de hacer preguntas y de observar el mundo con atención.
También hay una reflexión compartida en la forma en que nos movemos por el mundo. Mis padres siempre han dado importancia a tratar a las personas con respeto y amabilidad, y eso es algo que intento llevar conmigo. Y, al mismo tiempo, en nuestra familia hay ligereza y humor — no nos tomamos demasiado en serio, incluso cuando el trabajo es serio. Así que, más que en gustos o rutinas particulares, diría que el parecido entre nosotros tiene que ver con los valores: curiosidad, cuidado, dedicación y un interés genuino por los demás. Son cualidades que espero haber heredado de ellos.
«Llevo casi dos años aprendiendo a pilotar. Suelo volar una vez a la semana durante un par de horas. Hay algo increíblemente reconfortante en estar en el aire»
En vuestra familia tenéis varias mascotas. ¿Cuáles son y qué papel han jugado?
¡Sí! Siempre nos han dado mucha alegría. Cuando estamos todos juntos en casa, están en el centro de todo lo que pasa . Nos despiertan por la mañana, salimos a pasear o simplemente se tumban a nuestro lado mientras leemos o trabajamos.
¿Y tus principales aficiones?
Algo que se ha vuelto muy significativo para mí es volar. Llevo casi dos años aprendiendo a pilotar. Suelo volar una vez a la semana durante un par de horas, normalmente muy temprano por la mañana, antes de que empiece el resto del día. Me ofrece un espacio para respirar y reiniciar. Hay algo increíblemente reconfortante en estar en el aire. La concentración que requiere es total: estás pendiente de los instrumentos, de la línea del horizonte, de cómo el avión responde a tus movimientos. Es emocionante, excitante pero a la vez tranquilo, una paradoja que me encanta. El momento del despegue, cuando las ruedas dejan el suelo, siempre produce la misma mezcla de claridad y entusiasmo. Nunca olvidaré la primera vez que piloté el avión sin que mi instructor tocará los mandos. Estábamos en una pequeña [avión] Cessna, y recuerdo sentirme totalmente concentrada y, al mismo tiempo, un poco asustada. Rodar por la pista, alinearme y empujar el acelerador fue como moverme en cámara lenta. Y entonces el avión se elevó — y éramos solo yo, los instrumentos y el horizonte. Hubo un momento de absoluta claridad, en el que el miedo se transformó en una inmensa
sensación de euforia.
*Maquillaje: Claudia Oyanedel para Charlotte Tilbury, Peluquería: Sam Leonardi, Asistente de fotografía: Sydney Gomes y Asistente de estilismo: Will Forni.
