Esta es la historia de una amistad. Esta es la historia de una época. Esta es la historia de cómo el galerista Fernando Vijande, uno de los más atrevidos y atractivos de La Movida, trajo al loco Madrid de 1983 al artista Andy Warhol para celebrar una exposición única e irrepetible: “Pistolas, cuchillos y cruces”. La muestra, que reunía 35 obras que el artista creó ex profeso para la ocasión, se convirtió en todo un acontecimiento social que consiguió dos hitos históricos. El primero, reunir al ‘who is who’ del Madrid de la época: desde la infanta Margarita de Borbón, pasando por el político Javier Solana o las (aún hoy) omnipresentes Ágatha Ruiz de la Prada, Isabel Preysler y Ana Obregón.
Por supuesto, tampoco faltó Alaska que entonces tenía 20 años. Ninguna celebridad quiso perderse la exposición que Vijande decidió organizar en ¡un garaje! de la calle Nuñez de Balboa al que se accedía por la rampa de salida de los coches. Techos bajos, suelo rugoso en el que las mujeres se torcían los tacones, y algo insólito para la época (incluso para la nuestra): había que pagar una entrada que costaba cien pesetas. Nada detuvo a una manada sedienta de modernidad.

Lo segundo, y aún más alucinante, es que a pesar de la expectación que generó y el revuelo que se montó, Andy Warhol solo consiguió vender un cuadro. “Así fue. Increíble, ¿verdad?”, recuerda hoy Sandra Jaúregui (Madrid, 59 años) levantando las cejas tras sus gafas de pasta blanca. ¿Quién fue aquel iluminado?
La esposa de Rodrigo Vijande, hijo de Fernando Vijande, nos ha recibido en su casa-museo del centro de Madrid para contarnos cómo aquel hito artístico ha terminado convertido en el documental Warhol-Vijande: más que Pistolas, Cuchillos y Cruces, que llegará a los cines el 31 de octubre y que este martes se proyectará en Forbes House, como parte de su programación. Tras el documental, se abrirá un coloquio con Rodrigo Vijande y el director, Juanjo Ruiz. “Prepararlo ha sido fascinante. Hemos pasado horas recopilando información, rebuscando en archivos… Llevamos más de un año trabajando como locos. No teníamos vida pero estábamos tan entregados que no era trabajo, era pasión”, nos explica con entusiasmo esta mujer, una de las principales impulsoras del proyecto.

MUAH Víctor Maresco para MAC y GHD.
Jaúregui forma parte del patronato de la Fundació Suñol, creada por José Suñol, otro de los personajes nucleares de esta historia. Este acaudalado empresario catalán, importante coleccionista de arte, fue uno de los grandes amigos de Vijande. “Fernando y Pepe se conocían desde bebés, cuando sus respectivas niñeras los paseaban en carrito por el parque de la Ciutadella. Se perdieron el rastro hasta que se volvieron a encontrar en un concierto de Josephine Baker y ahí prendió la mecha. Ambos tenían los mismos intereses artísticos. Eran muy bohemios, iban al teatro, a la ópera y les encantaba viajar”, continúa arrojando luz sobre una amistad que duró toda una vida y de la que también disfrutaron sus hijos: “Pepe fue un segundo padre para Rodrigo. Estaba muy pendiente de él y de nuestra familia. Íbamos a menudo a verlo a Barcelona. Era un hombre generoso pero muy suyo. No le gustaban las fiestas ni era especialmente sociable”.

El documental, dirigido por Sebastián Galán, seudónimo del artista gráfico Juanjo Ruiz, se ha rodado entre Madrid, Barcelona, Pittsburgh y Nueva York, y cuenta con una maestra de ceremonias imbatible: Alaska. ¿Quién mejor que ella para reconstruir aquel evento mágico que vivió en primera persona? Así, combinando material de archivo y rodaje actual, la artista se pasea por estudios, museos y galerías entrevistando a referentes de la época como el artista y fotógrafo Christopher Makos; el escritor, periodista y antiguo colaborador de Andy Warhol, Bob Colacello, así como muchos de los amigos y colaboradores de Vijande: el comisario y crítico Armando Montesinos; el pintor y escultor Miquel Navarro; el director del Reina Sofía Manuel Segade o la fotógrafa, empresaria y socia de la coctelería Cock, Teresa Nieto, testigo directo de la visita de Warhol. Todos comparten sus recuerdos y ofrecen su particular visión de una época. “Después de verlo tengo la sensación de conocer mucho mejor a Fernando”, asegura Sandra, que nunca llegó a conocer al que hubiera sido su suegro. Vijande falleció tan solo un año después de que ella y Rodrigo se conocieran en Madrid y sus vidas quedaran unidas hasta hoy.

Entonces, Rodrigo acababa de volver de Estados Unidos donde había estudiado la carrera de económicas en Harvard y donde conoció a muchos de los amigos artistas de su padre, como Warhol o Robert Mappletorpe, cuando quedaba con él en Nueva York, una ciudad que visitaba a menudo y donde se movía con la misma soltura entre aristócratas que bohemios y trotamundos. Así era Fernando. Un espíritu libre, un ser sociable, un hedonista, ambiguo y seductor.
La aristocracia era de hecho un estamento social que le era absolutamente familiar ya que Vijande contrajo matrimonio con María de la Concepción de Navia-Osorio, marquesa de Santa Cruz de Marcenado, una mujer discreta y de aficiones tranquilas –en las antípodas de la vida de su marido–, con la que tuvo dos hijos: Rodrigo y Diego, recientemente fallecido.
El matrimonio duró menos que La Movida, y tras unos años de convivencia Concepción retomó su antigua vida. Nunca se volvió a casar y su existencia transcurrió apacible entre los inviernos de Madrid y los veranos en Asturias, una localidad a la que estaba muy vinculada a través de su familia paterna.
En Oviedo era dueña de un palacio gótico en pleno centro de la ciudad que Rodrigo heredó y, con la ayuda de Sandra, transformó en RuaQuince, un lugar de celebración de bodas y eventos. «El edificio civil más antiguo de la ciudad. Restaurarlo y ponerlo en marcha fue todo un reto», recuerda Jaúregui. Para decorar sus señoriales paredes, recurrieron a los cuadros de la colección Vijande que, como muchas colecciones importantes, esperaba su momento en un almacén.

Si hay algo que se le da bien a este matrimonio es tener ideas y hacerlas brillar. Como, RuaQuince, como el documental que nos ocupa o como su casa de Madrid, donde se mudaron tras la pandemia. Un oasis de techos altos, lámparas de diseño y obras de Gordillo, Makos o Mapplethorpe, en un continuo guiño a Vijande, el personaje que ha marcado sus vidas.
También marcó la vida del único comprador de la exposición. «Cuando Vijande cerró el trato con Warhol se comprometió a adquirir todas las obras que no se vendieran, sin imaginar que serían casi todas. El empresario que se hizo cargo de esa transacción fue [Jacques] Hachuel», recuerda Sandra, en alusión al financiero, coleccionista y mecenas judío de origen francés, que se convirtió en uno de los personajes más fascinantes de los años 80. Todos salvo uno, el que adquirió el director de fotografía Josep M. Civit, quien, tras muchas dudas, se animó a comprar aconsejado por Vijande. «Pagó ocho millones de pesetas. Una suma considerable porque era el equivalente a lo que valía entonces un piso», cuenta hoy Sandra. Con el tiempo el cuadro se revalorizó muchísimo y Civit, agradecido, pasó años llamando a la familia por Navidad.

