Como cada año, comienza PHotoEspaña. Desde su Madrid que lo vio nacer, ha ido expandiéndose a diferentes ciudades españolas y del extranjero, para consagrarse uno de los festivales de fotografía más importantes del mundo, y una de las citas culturales más importantes de nuestro país. La oferta es tal, que se hace preciso escoger. Sin duda, en la edición de este año les recomendamos que no se pierdan las muestras de Edward Weston (Centro de Fotografía KBr de Barcelona), Duane Michals (Fundación Canal de Isabel II), Joel Meyerowitz (Fernán Gómez Centro Cultural de la Villa), y la recientemente galardonada con el Premio Princesa de Asturias, Graciela Iturbide (Fundación Casa de México en España).
Pero no pasen por alto la exposición que presenta Loewe en el Museo Lázaro Galdiano, del 6 de junio hasta el 14 de septiembre, en la que se pretende hacer justicia a Dora Maar, una artista del círculo surrealista, con demasiada frecuencia solo referida por su doble condición de amante y modelo de Picasso.
La reivindicación de su figura es relativamente reciente; y se vio propulsada por la impresionante retrospectiva organizada en 2019 conjuntamente por los museos Pompidou (Paris), Tate Modern (Londres) y J. Paul Getty (Los Angeles).
Tras años aislada, Dora Maar concedió la entrevista que la presentaría al mundo como artista independiente de Picasso
A fin de acercar la figura de Dora Maar a nuestros lectores y lectoras, nos pusimos en contacto con Victoria Combalía, crítica y comisaria, reconocida experta en mujeres artistas, y muy especialmente en Dora Maar. Y no es casualidad. “Los expertos en Picasso pensaban que estaba muerta o encerrada en un psiquiátrico. Pero me dijeron que no era así. No obstante, me avisaron que lo más normal es que me colgase el teléfono, si intentaba contactar con ella. Pero lo que hice fue escribirle una carta, muy educada, diciéndole «Madame Maar, yo no quiero hablar de Picasso, yo quiero hablar de usted. Yo creo que usted es una excelente fotógrafa y que sus obras no están estudiadas, y que se tendrían que enseñar». Le dije así mismo que me gustaría entrevistarla. Así que por fin pude hablar con ella en cuatro conversaciones de entre hora y hora y media, durante el año 1994, que tengo grabadas”. Sin duda documentos únicos y valiosísimos para conocer al obra y personalidad de Dora Maar.
Dora Maar es fundamentalmente conocida por sus enigmáticas y en ocasiones perturbadoras imágenes de inspiración surrealista. Pero otras rezuman simplemente ternura y humanidad. Victoria Combalía nos confirma que Dora Maar “ocupa un lugar muy importante en la historia de la fotografía de los años 30, sobre todo en la foto surrealista; porque tiene unos fotocollages extraordinarios. Y en ellos capta lo que los surrealistas llamaban la «inquietante extrañeza de lo cotidiano». Además, era muy buena en la fotografía de calle, como Brassaï o Cartier-Bresson. Capta muy bien a los desheredados tras la crisis del 29. Y es cierto que tiene una mirada muy de mujer, porque se fija mucho en madres con niños, así como en personas mayores. Son temas que no se dan tanto en otros fotógrafos”.
De pintora a maestra del objetivo
Comenzó formándose como pintora, de la mano del cubista André Lhote. Pero fue al adentrarse en el mundo de la fotografía cuando alcanzó el éxito. Este periplo del pincel a la cámara curiosamente lo compartió con otros dos ilustres discípulos de Lhote: desde el espectacular William Klein, hasta Henri Cartier-Bresson, que pasó a la historia de la fotografía por su habilidad para captar el “Instante Decisivo”.
Más adelante, grandes maestros como Brassaï o Man Ray le enseñaron a Dora Maar a mirar a través de la cámara, así como trucos de composición, enfoque o de trabajo en el estudio, lo cual no sorprende al observar muchas de sus piezas. De hecho “quiso ser ayudante de Man Ray, pero le dijo que no, argumentando que no cogía ayudantes. Lo cual no era verdad, porque Man Ray cogió a Lee Miller. Pero sí le dio unos cuantos consejos técnicos”, tal y como nos explica Combalía; que también nos confirma que el propio Cartier-Bresson le confesó que “le gustaban mucho las fotografías de Dora Maar, porque tienen un misterio muy particular. No nos vemos frecuentemente, pero la admiro mucho”.

Sus primeros trabajos los desarrolló dentro del ámbito de la moda y la publicidad, trabajando para algunas de mejores revistas de la época, y disfrutando de rápido y considerable éxito. Nada evidente para una mujer en los años 30. Se trata de trabajos de encargo. Pero nunca actúa como mera “ejecutora”, sino siempre hay una clara intencionalidad artística. Como apunta de nuevo Combalía, “me dijo que no diferenciaba la fotografía por encargo de la libre. En todo momento procuraba hacer todo lo mejor posible y con su estilo”. Así, se observa en sus obras, incluso las comerciales, cómo basculan entre un elegante clasicismo, con una iluminación dramática, más próximos a la Nueva Objetividad; y el uso de recursos experimentales más próximos al surrealismo.
«Ella no se habría considerado feminista, pero yo creo que lo era»
Su talento no pasaba desapercibido entre las vanguardias, círculos artísticos, literarios e intelectuales. Contó con el apoyo de André Breton, el gran pope e ideólogo del surrealismo. Y su belleza y desparpajo terminaron por abrir rápidamente el resto de las puertas que ella podía desear traspasar en la capital francesa, donde la mujer moderna comenzada a abrirse paso y demandar su justo sitio en la sociedad. Y ella representaba uno de sus paradigmas más destacados.
Maar nació en el seno de una familia acomodada. Ello le permitió acceder a privilegios poco comunes en la época, como viajar a diferentes países, dominar idiomas, y una educación exquisita, internacional y culturalmente rica. “Ella no se habría considerado feminista, porque en aquellas épocas no se ponían esas etiquetas. Pero yo creo que lo era, porque era una mujer de mucha energía, de mucha iniciativa y profesional -nos explica Combalía-. Y esto ya es ser feminista para una mujer en los años 30. Ella, además, tenía una muy buena consideración de sí misma como profesional”. Todo ello, junto a su inteligencia, elegancia y buen gusto naturales, la llevó ser considerada (y retratada) como una de la mujeres más sofisticadas y chic del París de la época. Victoria Combalía nos lo confirma: “Siempre iba muy bien vestida; de alta costura. Era físicamente muy guapa, elegantísima. Era amiga de diseñadores como Christian Dior. Tenía un carnet de “haute couture”, y frecuentaba los desfiles.”

Pero no todo fue glamour en su vida. De hecho, está bien documentada la tortuosa relación que mantuvo de joven con el literato George Bataille, que incluía prácticas sadomasoquistas. Dijo Maar de la relación que era “la que más daño le había producido”. Esto es, no fue la única que le produjo dolor (sólo la que más). Ya en compañía de Picasso, siguió explorando los límites de las prácticas sexuales. Nos lo confirma Combalía: “Bataille, a parte de un loco, era sadomasoquista, pero por los dos lados. Porque él también se dejaba tratar mal por mujeres. Era sádico y masoca a la vez. Y ella tenía un punto masoca evidentemente también para aguantar a Picasso. Como carácter psicológico era Dora Maar bastante lunática, y tenía saltos de humor. Podríamos decir que era voluble. Así que por un lado era muy humana, y por otro tenía accesos de mal carácter. Se peleaba, y no solo con Picasso, sino también con Bataille. Aunque era independiente, y tenía mucho carácter, ello no quita que no fuera una víctima de Picasso. Por muy dura e independiente que sea una, te pueden achicar”.
Sus inquietantes fotos, llenas de misterio, precisamente, con frecuencia, incluyen connotaciones sexuales. No resulta difícil descubrir referencias al fetichismo, al sadomasoquismo, o incluso la masturbación. Y comenzaron a ser de las pocas que eran aceptadas en las exposiciones surrealistas, junto a las de Man Ray, Lee Miller, Claude Cahun o Hans Bellmer. Así pues, mucho antes de que el azar y una encendida pasión la acercasen a Picasso en 1935, ella ya publicaba con éxito fotos en las mejores revistas, y se codeaba con lo más selecto de los artistas de la vanguardia parisina, junto con quienes exponía su obra, y compartía inquietudes intelectuales.

Una personalidad arrollador, un chuchillo y El Guernica
En 1935 Dora Maar se encuentra la cumbre de su carrera, tanto en lo artístico como en lo comercial. Plena de facultades, experimentada maestra de su cámara Rolleiflex, recibe encargos de todo tipo, realizando su trabajo más maduro, personal y de mayor nivel.
Es precisamente entonces cuando cambia su vida. Jean Renoir la contrata para trabajar como fotógrafa fija en la película de “Le Crime de Monsieur Lange”. Y a raíz de esta película su amigo y poeta Paul Éluard le presenta a Picasso. Meses después vuelven a coincidir en un episodio mil veces relatado, pero fascinante. El café “Les Deux Magots” era un punto de encuentro de artistas e intelectuales de la “Rive Gauche” de París, que Picasso gustaba frecuentar. Un día, perplejo, asistió a un temerario juego de Dora Maar. A la vista de todos, y probablemente con la intención de atraer la atención del malagueño, blandió un cuchillo con una mano mientras sobre la mesa posó quieta la otra, abriendo todo lo posible los dedos. De pronto comenzó a lanzar, entre sus inmóviles dedos, repetidos golpes de cuchillo, a tal velocidad que más de uno terminó por hacerla sangrar. Picasso, sin duda impresionado por tan arriesgado juego, y probablemente excitado conocedor de su reputación, por la anterior y peculiarísima relación de Maar con Bataille, se le aproximó subyugado. Y ella, coqueta, contestándolo en español, terminó por hacer valer sus encantos. Él mismo reconoció encontrarla “locamente excitante” en aquella época. El encuentro sin duda presagiaba una apasionada, pero también tormentosa y desigual, relación entre los dos. Maar contaba con 31 años, Picasso con 52, y ya padre de dos hijos, uno de Olga Khokhlova y otro de Marie-Thérèse Walter.
Aunque era una mujer de fuerte personalidad, no debió resultar fácil para Maar aceptar compartir las atenciones del genio malagueño con la que era entonces su pareja oficial, Marie-Thérèse Walter. Se dice incluso que ambas llegaron en algún momento “a las manos” en presencia del pintor, quien, entre divertido e impertérrito, seguía a lo suyo en el estudio, dando toques al Guernica, quizá inspirado plásticamente por la escena que observaba.
Por muy fuerte que fuese la personalidad del pintor, Dora Maar conseguía ponerse a su nivel
Aunque “el pacto” que tenía Victoria Combalía con Dora Maar, para que ésta accediese a ser entrevistada, implicaba hablar de ella, y no de Picasso, “por otra parte teníamos que hablar de él al tratar del Guernica”, como defiende Combalía. “Y yo le arranqué esta frase maravillosa sobre cómo era Picasso: «Il étais très homme et très detenteur de ses droits» («era muy hombre y muy detentor/celoso de sus derechos»), que era una manera muy elegante de decirme que era machista, pero también muy diplomática. Por lo demás nunca me criticó a Picasso salvo en esto”.
No obstante, a pesar de la arrolladora personalidad de Picasso, es justo reconocer que Maar también tuvo una considerable influencia en Picasso. Por fin encuentra en ella una pareja con quien se sentía cómodo discutiendo temas intelectuales y artísticos. Incluso colaboraron ocasionalmente, en trabajos fotográficos fundamentalmente. Por otra parte, bajo su ascendente y el de sus amistades, también aumentó su compromiso político el malagueño; que se fue radicalizando, desembocando en su afiliación al Partido Comunista en 1944.
Pero avanzamos demasiado. Hablando del compromiso político de Picasso, no debemos olvidar que, por intercesión del artista valenciano Josep Renau, el gobierno republicano de España le había pedido en 1937 que colaborase con un mural para su Pabellón de la Exposición Internacional de París. Dicho mural terminaría siendo su obra más famosa, el Guernica. Dora Maar tuvo el privilegio de ser a la vez inspiración, pero también testigo de su creación. Con su cámara documentó la evolución durante varias semanas del cuadro, a medida que Picasso le iba dando forma, como conocemos bien los visitantes del Reina Sofía, pues están expuestas en el museo madrileño, en la misma sala donde se muestra la monumental obra maestra, contextualizándola impecablemente.
Una trágica ruptura salvada por Dios
Decíamos que Maar inspiró a Picasso en el Guernica, porque, según varios expertos, las cuatro mujeres retratadas poseídas por el terror no son otras que la propia Dora Maar. Es más, tras la finalización de la obra maestra, iniciará una de sus más famosas series, también de carácter trágico, “La Mujer que Llora”, en las que en realidad retrataba de nuevo a Dora Maar, su amante, enjugando sus lágrimas en un pañuelo. Siempre sufriendo.
Su dolor se tornó aún más agudo al terminar Picasso la relación, abandonándola por otra mujer más joven, Françoise Guillot. La propia Guillot aseguraba que Picasso le confesó, sobre los retratos de Dora Maar, que “jamás pude hacerle uno riendo. Porque para mí ella es la mujer que siempre llora. Durante años la pinté en formas torturadas, no mediando una influencia sádica, ni tampoco por placer. Simplemente obedecí a una visión que se impuso por sí sola”.
Dora Maar cayó en depresión: «Después de Picasso, solo me queda Dios»
De hecho, desde que conoció al malagueño, Dora Maar cada vez hizo menos fotografía artística. Muchas de las fotos que conocemos de esta época son bien documentales (las del Guernica), domesticas (retratos mutuos que se hicieron), o vacacionales. Su vertiente artística se vio pues eclipsada, si no amputada, a raíz de iniciar su relación con Picasso. No nos debe sorprender. Dora Maar tuvo que lidiar con un doble obstáculo, durante el tiempo que duró su relación: estar a la sombra de un artista de gran éxito como Picasso, y que el malagueño considerase la fotografía un arte menor. Esta opinión debió tener una influencia difícil de superar para la que era simultáneamente su modelo, asistente y amante, además con cierta propensión (o complacencia) hacia las prácticas masoquistas. No sorprende pues que Maar, bajo la influencia de Picasso, sustituya progresivamente la cámara por el dibujo y la pintura, como apreciaremos en la muestra del Museo Lázaro Galdiano. Aunque su obra pictórica sufre de una excesiva (y seguramente irremediable) influencia del maestro malagueño, y palidece, en general, frente a su obra fotográfica.
La nueva exposición de Loewe rememora a Dora Maar dándole el lugar que nunca consiguió tener
No extraña pues que recientemente se vaya abriendo paso el cuestionamiento de la consideración y el trato que Picasso dispensó a las distintas mujeres que pasaron por su vida, más allá de su indudable genialidad artística. De hecho, la ruptura con Maar fue tan traumática que la llevó a la depresión. Terminó siendo internada en un hospital psiquiátrico, siendo sometida a electroshocks; para más adelante ser rescatada por su amigo Paul Éluard, que la orientó para que la tratase el prestigioso psiquiatra Jacques Lacan, ante el que confesó su célebre frase “después de Picasso, sólo Dios”. Y es que debía de pensar ¿quién otro podría ser su compañero, después de haber sido amante, confidente, amiga, modelo y colaboradora del más importante artista del siglo XX?
Y efectivamente finalizó sola y abrazando el cristianismo, en una reclusión cuasi-monástica de casi cuarenta años. Se convirtió así en un personaje esquivo y enigmático, que no concedía entrevistas, y con una obra escasamente conocida y expuesta, que acabó falleciendo sola en su apartamento parisino a los 89 años.
La nueva exposición organizada por Loewe ayuda a arrojar luz sobre la caleidoscópica personalidad de Dora Maar, y a su fascinante producción artística, situándola en lugar que le corresponde en la historia del arte del siglo XX. No se la pierdan.
