Tras sus gafas de carey claro, Agustina Macri (Buenos Aires, 1982) hace lo mismo que sus películas: observa paciente, curiosa y sin juicio. La cineasta debutó en 2018 contando la historia de la activista Soledad Rosas, acusada de terrorista por las autoridades italianas, que se suicidó con apenas 24 años ante la incomprensión de todos. La hija mayor del ex presidente Mauricio Macri estrena el 13 de junio en España, el país en el que vive junto a su pareja, la diseñadora Bernardita Barreiro, Miss Carbón, su segundo largometraje. La protagonista es de nuevo una mujer joven y real, Carlita Rodríguez, que en 2011 se convirtió en la primera minera de la Patagonia. Al lograrlo, venció a la superstición –la presencia femenina era sinónimo de tragedia ahí abajo– y también a la doble discriminación de ser una mujer trans.
¿Cuándo y cómo supo de Carlita Rodríguez, la protagonista de la historia real que cuenta en Miss Carbón?
Fue medio insólito cómo me llegó, porque Erika Halvorsen, la guionista, y yo no nos conocíamos, pero teníamos una persona en común muy fuerte, un cineasta con el que yo estaba trabajando que es su mejor amigo. Cosas de la vida, en vez de llegarme por él lo hizo por una productora que me dijo que estaba este proyecto dando vueltas en Argentina y que creía que me iba a interesar. Me mandó el guión, pero ya desde que me la resumió con un par de frases ya me parecía una historia increíble.
Sus dos películas como directora, Soledad y Miss Carbón, tienen en común que están basadas en mujeres reales que desafiaron convenciones sociales desde una perspectiva empática, sin convertir a los otros en enemigos.
Es una buena manera de verlo, no era consciente. Para mí lo interesante cuando se crea es elegir intuitivamente, hacerlo desde las entrañas, de una forma visceral. Lo que sí es consciente es el deseo de buscar historias de mujeres reales. Digamos que sigue siendo mi algoritmo, porque mi próximo proyecto va en esa dirección. Creo que me refleja también como persona, desafío cosas que no me gustan pero sin ser tan rompedora, desde la empatía.
Carlita Rodríguez, las trans que inspiró esta película, sigue con su vida. Trabajando en la mina y viviendo en el mismo pueblo de la Patagonia
¿Es más posible desde un género como el biopic?
Es curioso cómo el biopic se puso tan de moda como género en sí mismo, casi siempre desde un lugar tan tradicional, ¿no? Una conclusión a la que he llegado tanto en Soledad como Miss Carbón es que la vida de una persona, también una que sigue viva, es más interesante no querer abarcarlo todo, sino quizás elegir un momento determinante y profundizar en él. Otra cosa que también me pasa con los biopics es que los momentos de la infancia se me vuelven un poco obvios a la hora del guión o incluso ya del rodaje. Contar el deseo en la niñez para después ver cómo se manifiesta en la adolescencia o en la adultez me parece caer en un lugar común, procuro evitarlo de forma consciente.
¿Qué le ha parecido Miss Carbón a la auténtica Carlita Rodríguez?
Aún no la ha visto. Está en la mina, sigue trabajando y viviendo en el pueblo. Yo hice toda la postproducción en España y la última vez que nos vimos en Buenos Aires la película no estaba acabada. Tampoco le he querido enviar un enlace con la película para que la viera en el ordenador. Ayer por primera vez, mirando la copia final, tuve tantas ganas de estar con ella y quedarme mirándola sólo a ella mientras ve la película… Igual parece medio cursi, pero estamos tan conectadas y el proceso nos ha hermanado tanto a Carla, Erika y a mí, que ella confía en lo que hemos hecho. De mi lado no hay ningún temor de que no le guste. Es como si ya la hubiese visto porque es muy sabia y vive en otra dimensión. Va a estar contenta. Es una celebración de su vida.
Lux Pascal, la protagonista, es la hermana trans de Pedro Pascal
En Miss Carbón Rodríguez recibe el apoyo de sus compañeros, los hombres que bajan con ella a la mina, pero encuentra una hostilidad tremenda por parte de las empleadas de la explotación.
Fue increíble saber que en la realidad había sido así y que fueron sus compañeros mineros los que finalmente la adoptaron como una más a pesar de que hasta entonces las mujeres no podían trabajar en la mina por una especie de superstición. Fueron ellos con su plante los que la hicieron regresar. Yo no soy de banderas, soy más de personas. No me interesa detenerme a ideologizar ni a tergiversar lo que sucedió, porque fue tal y cómo lo ves. Es fundamental ser honestos. Tanto para hablar de los compañeros y las otras mujeres de la oficina, como de la familia de mujeres trans que acogió a Carlita cuando su familia la echó de casa. Estas mujeres trans fueron las que le dieron fuerzas para luchar por un lugar que era suyo.
Carlita Rodríguez se enfrentó a un dilema difícil: apoyar el reconocimiento de las mujeres trans como mujeres a pesar de que eso le expulsase de un trabajo al que sólo accedían hombres.
Yo entendí de una forma orgánica ese paso que dio. También ayudó mucho que la interpretase Lux, porque eso facilitaba un entendimiento mutuo entre ellas. Lux traía todo su bagaje y su mirada como mujer trans. Lux hacía pequeños ajustes, aquí esto, aquí prefiero decir esto, aquí prefiero decirlo así. Ese es mi trabajo como directora, creo, hacer que todo se acomode para que la actriz o el actor puedan interpretar, en vez de yo decirle que se tiene que acordar de decir tal frase o hacer tal gesto. Prefiero quedarme como observadora y ver que pasa, que experimenta una mujer trans interpretando a otra mujer trans en una historia tan fuerte. En realidad, lo que yo soy es una espectadora de lujo, agradecida a las actrices por haber resignificado lo que estaba escribo. Durante el rodaje, cuando íbamos a tomar algo después, en las conversaciones que se producían, aportaban cosas propias que entretejieron invisiblemente la película.
¿Sucedió eso con las escenas de intimidad y los desnudos? ¿Estaban en el guión o espero a escuchar lo que Lux Pascal tenía que decir al respecto?
Estaba todo por guión, pero luego tuvimos una conversación muy honesta que en muchos casos se vuelve súper legal, dejando reflejado en su contrato lo que planteamos, aunque esa conversación fue más entre los productores y seguramente su representante. Yo sabía qué era lo que podía, que era bastante, y que no. No me interesaba jugar al límite, ser invasiva. Además, teníamos como coordinadora de intimidad a Tábata [Cerezo], que hizo un trabajo increíble, y logramos mecánicas y códigos para que no hubiera problemas con eso.
¿Le sorprendió la disposición de Lux a abordar ese tabú de la sexualidad trans?
Totalmente. Hay una escena entre Paco [León] y ella que para mí era muy importante, que decía reflejar un acto sexual romántico. Carlita por primera vez está siendo observada por un hombre que la desea, que la mira a los ojos, cosa infrecuente antes, porque las mujeres trans muchas veces tenían que atravesar situaciones más de ponerse al servicio de un hombre. Acostumbrada a esa actitud de supervivencia, Carla se encuentra como mujer en otro lugar, y ahí como que no se siente tan cómoda, tiene que aceptar que la miren con deseo.
O que un hombre no se avergüence de que le vean con ella.
Exacto. Llegar ahí, a estar tan cerca de algo a lo que se enfrentan estas mujeres, para mí fue como un escaloncito más de crecimiento como directora. Me acerqué a esas situaciones casi como un cuco a un nido ajeno en el guión, pero fue maravilloso sentir que aquello fluía.
¿Siempre supo que Carlita debía estar interpretada por una mujer trans?
Era innegociable, totalmente. Hacerlo de otra manera hubiese sido un error. Como le oí decir a Erika, en la película se habla de la muerte de Marcela Chocobar [asesinada en 2015 por tres hombres en un crimen de odio que sacudió Argentina], que sería el pasado, de la lucha de Carlita, representando el presente, y también Lux, que nos muestra cómo puede ser el futuro para las mujeres trans.
Aunque tenía experiencia como actriz, Lux Pascal no había hecho un protagonista aún. ¿Fue una decisión arriesgada?
La idea fue de Erika y me pareció una gran opción. La contactamos y la primera respuesta que no llegó fue que ella no estaba segura, tenía sus dudas y sus inquietudes. Le pedimos una reunión y tuvimos un zoom que estuvo genial, fue súper espontáneo y acabamos emocionándonos. Lux nos dijo que le habíamos hecho cambiar de opinión, que venía con la idea de decirnos que no..
¿Les contó los motivos que le habían hecho rechazarlo inicialmente?
Tenía que ver con una búsqueda suya, tanto personal como profesional. Acababa de terminar sus estudios en Julilliard, no se quería involucrar con un personaje tan emotivo y dramático, prefería arrancar con algo más liviano. Por suerte, accedió y tuvimos como mes y medio para hablar, pasar tiempo juntas y ensayar con el resto de compañeros.
Ha mencionado a Paco León, que tiene un papel importante en Miss Carbón. ¿Fue fácil trabajar con un actor que también sabe lo que es dirigir?
No nos conocíamos, pero Erika siempre tuvo claro que veía a Paco para el personaje. Se cruzaron mágicamente un día por la calle, ella le contó la película y él dijo que estaría encantado de participar. Me encanta Paco, es una gran persona y es muy generoso artísticamente. Entendió que estando en la película estaba apoyando su existencia con algo más que un personaje. Además, fue muy buen compañero con Lux, que tenía menos experiencia y con la que estableció una conexión especial. Hablamos mucho y le pregunté todo lo que pude sobre su serie Arde Madrid. Es tan franco y abierto, tan simpático y dado, que en ningún momento me sentí intimidada. Al revés, me quería apoyar en él para aprender.
¿Por qué una historia tan argentina se rodó en Bilbao?
Tuvimos la suerte de que Merry Colomer, de Morena Films, se enamorase de la historia cuando en Argentina estábamos teniendo cierta resistencia y no encontrábamos un hogar a la película. Merry se dio cuenta de que se podía encontrar la manera de rodar en Bilbao y ahí entró Clara Notari, que es la directora de arte que viene de trabajar con Pedro Almodóvar, y que logró que no se notase que la película no se hizo en Argentina. Clara, que es argentina y lleva 20 años en España, estaba pendiente de los detalles: los enchufes, los picaportes, las estufas, las alturas de los sitios…
«Seguimos dándole vueltas a quiénes son los indicados para contar ciertas historias»
¿Qué resistencias encontraban en Argentina para rodarla?
Creo que era por la historia. No es casual que el equipo de Miss Carbón sea tan femenino, ¿no? En Argentina en este momento no hay tantas productoras mujeres y en todos los sitios donde tocábamos la puerta eran hombres que no se veían aportando mucho a este proyecto. Estuvo bueno porque también me pareció sincero, ¿no? ¿Quién puede hacer qué tipo de historia? Estamos en una era en la que esa conversación está abierta. Antes era estadístico, la mayor parte de los directores eran hombres, y ahora se volvió más diverso, pero seguimos dándole vueltas a quiénes son los indicados para contar ciertas historias.
En su anterior película, Soledad, también confió el protagonista a una casi recién llegada, Vera Spinetta.
Justo el otro día estaba reflexionando sobre eso. Hay algo muy potente en quienes están haciendo su primer protagónico, una fuerza especial, para mí como directora es trabajar con un diamante en bruto. Es un regalo, pero hay que tratarlo con mucho cuidado, porque cuando lo presionas mucho se desgasta antes, hay que conceder libertad para que salga lo que tiene adentro y después ir acomodándolo a la película. Es una obviedad, pero debutar como protagonista sólo se puede hacer una vez, y eso aporta algo distinto.
En Soledad dirigiste a Vera, hija del músico Luis Alberto Spinetta, alguien con estatura de icono en Argentina. En Miss Carbón, además de Lux Pascal, hermana de una estrella mundial, participa Laura Grandinett, hija del actor Darío Grandinetti. ¿Ha hablado mucho con ellas del peso de los apellidos?
Creo que tuvimos un entendimiento muy sutil, que no hizo falta hablarlo. Hay algo compartido que se genera, como una hermandad invisible. Con Vera, por ejemplo, se produjo una sincronicidad que nos mantiene todavía súper unidas y seguro que tiene mucho que ver esa experiencia en común de ambas.
Vino a estudiar cine documental a Barcelona, pero se ha quedado a vivir en Madrid. ¿Qué le hace sentir tan a gusto en nuestro país?
Llegué hace como 20 años a Barcelona, cuando estaba formándome, y tuve la oportunidad de viajar, volver a Buenos Aires una temporada, pero siempre sentí que España era algo parecido a mi casa. Cuando terminé Soledad tuve claro que quería probar en Madrid, era un deseo muy presente. Muchos de los amigos que hice en Barcelona se habían mudado a Madrid y además entendí que era un epicentro del cine. También es una ciudad para mí muy amigable, muy fácil, muy cálida, desde la que me puedo mover con mucha comodidad a cualquier parte.
«Siempre sentí que España era algo parecido a mi casa. Ahora mismo, Madrid es mi lugar, mi ciudad»
¿Está conectada con colonia argentina madrileña?
Sí, es potentísima. A veces hay que hacer un esfuerzo por esquivarla incluso. [Risas]
¿Cómo es su vida en Madrid? ¿Qué planes hace?
Me gusta pasar tiempo en casa, salir a entrenar al Retiro, hacer algo de boxeo, jugar al padel con amigos… También me encanta salir a cenar con Berni, mi mujer, es muy buena cocinera y disfruta mucho comiendo. Es muy buena anfitriona y siempre está viniendo gente a casa. Otra cosa que hago a menudo es ir al cine. Soy futbolera también, seguidora de Boca Juniors [su padre fue presidente del club entre 1995 y 2008], y he ido a algunos partidos del Atlético de Madrid del Cholo Simeone, especialmente por Rodrigo De Paul, Julián Álvarez… Es el equipo más argentino de aquí, ¿no?
En su país la ha perseguido hasta la prensa del corazón. ¿Madrid también es un buen lugar para sentirse anónima?
Totalmente. Cuando voy por aquí y tengo que dar mi apellido un par de veces porque no saben cómo se escribe, no te figuras lo feliz que soy. Me quedo en shock y lo miro como diciendo: “¿En serio? ¡Qué bueno!”. Ahora mismo, este es mi lugar, mi ciudad. Aunque me gustaría seguir viajando, rodando en varios sitios, que es una manera maravillosa de conocer lugares y gente. En Argentina está mi familia que amo, y un sobrino al que extraño un montón, así que voy mucho por allá, una tres o cuatro veces al año.
De los tres hermanos que son, Franco también es director de cine y su Gimena, artista plástica. ¿Se hablaba más de películas y arte en casa que de política?
Soy la la hermana mayor y no me voy a adjudicar todo el mérito, pero creo que sí que hice un movimiento grande al salirme un poco de lo que se esperaba de nosotros. A nivel familia, estaba esa idea de trabajar en el mundo de la empresa, ni siquiera de la política, Cuando yo me fui a la universidad pública para estudiar Sociología y cuando empecé a darme cuenta de que me gustaba el cine, derribé un pequeño muro y mis hermanos ya pudieron pasar sin tanta resistencia. Mis padres se adjudican cierta parte ahora, diciendo que siempre tuvieron cámaras digitales en casa, que estábamos siempre grabando película. En algún momento debería hacer algo con todo ese material, porque está buenísimo.
«Rodé en el Kremlin con Oliver Stone y conocí a Putin»
Dio sus primeros pasos trabajando con Oliver Stone.
Aquello fue loquísimo. Conocí a Oliver a través de un productor argentino, porque yo quería tener alguna experiencia internacional antes de hacer mis propias películas. Él venía de una trilogía de documentales centrados en Fidel Castro, Hugo Chávez y Lula, luego estuvo también con Cristina Fernández de Kirchner. Caí en su equipo de dirección, donde hacía de todo y me empapé de la forma de trabajar en Hollywood, con una estructura gigante que funciona como una maquinaria perfecta, donde no hay margen de error. Si me distraía llevando a un actor de la caravana al plató un minuto todo se alteraba. Oliver armó un equipo reducido para ir a Rusia a rodar a Edward Snowden, que estaba allí refugiadol. Yo estaba dispuesta a cargar con un trípode, llevar agua, lo que fuera… En ese mismo viaje me contó que iba a empezar un documental a partir de entrevistas con Putin y de ahí nos fuimos al Kremlin.
¿Qué le impactó de Putin?
Me llamó la atención que nunca le vimos beber. Estábamos en su despacho y no probaba el agua. Luego me dijeron que era porque desconfía de fotos y teme que le quieran envenenar. La decoración también; todo eran esculturas gigantes, con una iluminación sombría, como de Ciudadano Kane.
«Putin siempre nos hacía esperar muchas horas y Oliver se ponía de muy mal humor»
Esto fue alrededor de 2017. ¿Sabía Putin que usted era hija del presidente de Argentina?
Se enteró algún tiempo después, cuando viajamos por tercera vez a verle. Putin sólo hablaba con Oliver, pero esa vez vino y me dio la mano, como para reconocerme. Pasaron cosas divertidas con Putin, la verdad. Siempre nos hacía esperar muchísimas horas y Oliver se ponía de muy mal humor. Para entrar nos quitaban los móviles y no había nada que hacer. Empecé a llevarme un libro y como no teníamos reloj tampoco Oliver medía el tiempo en cuántas páginas llevaba yo leídas. “Eres la única lista de todo el equipo”, me decía. Hubo veces que llegamos a esperar a Putin seis horas, pero él luego aparecía tan normal, ni siquiera se disculpaba o explicaba el retraso. Hubo un día que nos llevó a una casa que tiene en Sotchi. Era un lugar sin rastros de vida humana, muy impersonal, casi como un lobby vacío.
La idea era ponerle la película Telefono rojo, ¿volamos hacía Moscú?, de Stanley Kubrick, para que la comentara con Oliver y reflexionara sobre la Guerra Fría. Era una copia que se había doblado al ruso sólo para Putin. No se rió con ningún chiste de la película. Cuando se acabó, Oliver le dio el estuche y le dijo que quería que se la quedase de regalo. Putin se fue y nosotros nos pusimos a recoger el equipo. Escuchábamos cómo iba cerrando con llave tras de sí cada puerta. De repente, volvió sobre sus pasos, abriendo de nuevo las puertas y todos nos tensamos. Apareció y nos enseñó el estuche vacío de la película, que se había quedado en el reproductor. “Típico de los americanos: me dicen que me regalan algo y dentro no hay nada”, dijo y todos nos reímos por primera vez con él delante. También insistió en aquel viaje en que le grabásemos jugando al hockey sobre hielo, pero no era muy bueno y daba la sensación de que los otros jugadores se dejaban para que él quedase bien.
Los cineastas de su país vienen denunciando que desde la llegada de Javier Milei a la presidencia han sido objeto de una campaña feroz y que ha frenado una industria que venía dando grandes películas. ¿Cómo valora usted la situación actual?
Es así, se está desmontando el sector. La falta de apoyo ha hecho que se frene la producción y se está empezando a notar realmente ahora. De septiembre de 2024 a enero de este año se han rodado cero películas, algo que no había sucedido en los últimos 30 años. Veo que en España está sucediendo todo lo contrario: más becas, más ayudas, más dinero, más directoras mujeres…
¿Y por qué crees que se ataca al cine argentino desde las instituciones?
Está esa idea de la motosierra, de reducir cualquier gasto del Estado, aunque debería considerarse como lo que es, una inversión que trae beneficios. Es una visión totalitarista, del todo o nada. Mi deseo sería buscar un punto medio, pero no es fácil hablar de esto, porque genera reacciones muy enfrentadas, muy agresivas.
