Françoise Bettencourt Meyers, heredera del imperio L’Oréal y considerada hasta hace poco la mujer más rica del mundo, ha cerrado su capítulo mallorquín al vender por 13 millones de euros la villa familiar en Formentor, Mallorca. La casa, bautizada como Can Roig, fue adquirida por sus padres en 1958 y se convirtió durante más de seis décadas en el refugio de verano de la familia Bettencourt. Esta venta simboliza no solo una desconexión física con la isla, sino también el retiro progresivo de Françoise del ámbito empresarial, al haber dejado su cargo como vicepresidenta del consejo de L’Oréal y delegado funciones clave a su hijo.
La venta fue detallada por el Diario de Mallorca, que identificó a los nuevos propietarios como una familia de promotores estadounidenses de Boston y con fuertes vínculos con Formentor. La transacción, realizada mediante sociedades, incluye también un proyecto de reforma en marcha. Can Roig, con su estética sencilla de muros blancos, adelfas en flor y un entorno natural de pinos, fue testigo de la vida íntima de una de las fortunas más grandes del planeta, ofreciendo privacidad a pesar de su cercanía a enclaves como el Hotel Formentor o la playa Cala Pi.
Esta operación representa también un cambio de era. Bettencourt, que llegó a encabezar la lista de mujeres más ricas del mundo con una fortuna superior a los 80.000 millones de dólares gracias a su participación del 36 % en L’Oréal, ha sido recientemente superada por Alice Walton de Walmart.
Más allá de lo económico, la venta está cargada de simbolismo emocional. La casa no solo fue escenario de veranos familiares desde que Françoise tenía cinco años, sino también de momentos personales significativos, como la convivencia con su madre Liliane Bettencourt, cuya salud comenzó a deteriorarse tras una caída en Formentor en 2006. El vínculo con la isla se ha ido diluyendo en los últimos años, especialmente tras la pérdida de Liliane en 2017 y la venta de otros bienes familiares, como su isla privada en las Seychelles.
Liliane solía decir: “Aquí puedo respirar”. Pero los tiempos han cambiado, y ni los privilegios fiscales ni las exenciones de tráfico logran hoy frenar el colapso de las costas de Formentor. Parece que los Bettencourt dejan a la deriva a Mallorca con la venta de Can Roig, cerrando una era de legado familiar en la isla.