“¿De dónde viene tu nombre?” suele ser una pregunta para romper el hielo antes de comenzar una entrevista. En el caso de Ayana Vellisia Jackson (East Orange, Nueva Jersey, 1977) activa un discurso armado durante más de dos décadas como fotógrafa y cineasta. Su padre se aseguró de que la recién nacida tuviera un nombre africano: Ayana, que en amhárico, lengua oficial de Etiopía, significa “bella flor”. “Lo curioso es que cuando viajé a Etiopía descubrí que Ayana era masculino; a mí me deberían haber llamado Ayantu”, explica Jackson mientras pega un trago a un doble espresso en un ruidoso bar.
Acabamos de salir del Museo Nacional de Antropología, donde puede verse en el marco de PhotoEspaña hasta el 31 de agosto Nosce te ipsum: Membrum fantasma, una exposición que también conmemora los 150 años de la institución. El título es un guiño a la inscripción latina que hay en la entrada del edificio –“conócete a ti mismo”–, un lema que encaja perfectamente con su trayectoria vital y artística. “A través de la fotografía he querido combatir ese marco que limita a las personas negras, a menudo retratándolos como hombres violentos, incriminándolos directamente, o mostrándolas como mujeres hiper sexualizadas, un fetiche”, argumenta Jackson.

Le ofrecieron otras sedes para esta exposición, pero usted siempre tuvo claro que debía ser aquí. ¿Por qué en un museo antropológico?
Mi obra se solía exhibir en centros de arte contemporáneo o en espacios interesados en la cultura afrodescendiente, reflexionando sobre la diáspora africana o el arte negro estadounidense. Por eso fue un honor que me invitaran a PhotoEspaña tratándome específicamente como fotógrafa. Me ofrecieron otras dos opciones, el Museo del Traje y el Museo de América, pero era en el Museo de Antropología donde realmente tenía sentido a pesar de ser un lugar que nunca había colaborado con PhotoEspaña. Me hablaron de los esfuerzos que se está haciendo desde el Ministerio de Cultura y el propio museo por promover el discurso sobre la descolonización. Y por último, me encantó que estuviera tan próxima a la estación de Atocha, que fuera un lugar por el que iba a pasar tanta gente. Mi obra lo que pretende por encima de todo es una conversación con la comunidad, quiero que llegue a cuantas más personas mejor.
Entre sus fotos más poderosas están las que aparece usted como jinete. ¿Por qué resulta aún impactante ver a una mujer negra a caballo?
He montado a caballo desde que era una niña. Ni siquiera recuerdo la primera vez que me subí a uno. Sí que es verdad que provengo de una familia que siempre se preocupó de que fuera consciente de mi condición de privilegiada, de que tras de mí había una historia de esclavitud y segregación. Recuerdo a mi padre diciéndome: “¿Sabes que los cowboys originales son negros?». La versión que tenemos es la de Hollywood, sólo con vaqueros blancos, aunque es imposible que todos lo fueran habiendo más trabajadores que propietarios de terrenos.
Cuando Beyoncé apareció desnuda a caballo en la portada de Renaissance (2022) no causó tanto debate como cuando lo hizo como una vaquera en Cowboy Carter (2024). ¿A eso se refiere?
Yo ya estaba trabajando en esta iconografía en 2022, así que me alegré de estar alineada con alguien a quien admiro tanto como Beyoncé. Creo que se pueden y se deben combatir los tópicos de la fotografía con fotografía. El cuerpo negro ha sido limitado dentro de un marco, incriminado diría también, se ha creado un contexto para las personas de mi raza. Museos como este en el que ahora exhibo mi obra contribuyeron a generar ciertos estereotipos sobre la experiencia de las personas negras. En el S XIX los negros tenían que ser civilizados por el blanco; en la década de los 60 en EE. UU. eran manifestantes violentos; a partir de los 80 se les muestra como traficantes o drogadictos. Para quienes no tienen contacto real con personas negras, esas imágenes han calado. Las mujeres son hipersexuales y los hombres extremadamente violentos, es la narrativa que se ha construido, la que digo que nos ha incriminado. Desde que entendí que podía utilizar la fotografía como una herramienta para desactivarla empecé a mostrar lo que suele quedar fuera de ese marco. Sí, claro que hay cowboys negros y cowgirls negras, aunque la mirada blanca, masculina y occidental les haya excluido. Es mi manera de acabar con esa miopía. Si no puedes ver algo, no lo entiendes, no existe.
Su trabajo consiste en resignificar imágenes, apoderarse de ellas y ofrecer una visión crítica de la historia. ¿Le preocupa que se perciba como ironía?
Creo que hay demasiado en juego como para asumir la ironía. Se requiere un esfuerzo muy coordinado para modificar algo tan instalado en nuestras mentes. El racismo y el sexismo son arquitecturas deliberadas, que establecen jerarquías para la deshumanización. Si no ves a alguien como un ser humano ya puedes hacerle cualquier cosa.

¿Qué simboliza para usted ese miembro fantasma al que alude el subtítulo de la exposición?
Soy una mujer privilegiada, precedida por cuatro generaciones que ya han recibido una educación, no pretendo estar experimentando la marginación que un migrante indocumentado que llega a mi país desde una situación muy precaria. Pero sí soy consciente de lo que supone porque establezco una relación entre lo que alguien así puede haber vivido porque mi familia viene de una situación así. Saber que en estos tiempos aún hay gente excluida en lo básico me resulta doloroso, como un miembro amputado que sigues sintiendo.
Su denuncia es clara y a la vez serena. ¿Cómo hace para que ese dolor no se transforme en rabia?
Forma parte de mi educación, no sé actuar de otra manera. También entiendo que al tratar con el colonialismo, la esclavitud y el racismo estoy colocando un espejo frente al público y eso es muy incómodo de asumir. Le pido a un país como España que se mire a la cara y vea algo feo de su historia, que acepte que a pesar de ciertos discursos que contribuyó a la esclavitud y el colonialismo. No pretendo avergonzar a nadie, entiendo que protejan su ego, pero si no reconoces este tipo de pensamiento jerárquico y excluyente cuando lo ves, podrías pasarlo por alto mañana. En el caso concreto de España, suele contarse que como la Iglesia Católica reconoció la humanidad de los indígenas se les convirtió en serpientes, mano de obra en lugar de esclavos. Sin embargo, eso no impidió que a lugares como México llegasen esclavos afrodescendientes, a los que se les negaba la existencia del alma, para que realizaran tareas más duras.
En gran parte de su obra es a la vez la modelo. ¿Qué implica esa decisión?
Empezó con el deseo de multiplicarme, de demostrar que podía ser muchas cosas a quienes sólo veían un arquetipo de mujer negra. Estaba harta de ser muchas veces invisible en ciertas situaciones y en otras extremadamente visible; me veía a menudo respondiendo a preguntas que se habría resuelto solas si quienes las hacían tuvieran en su círculo a alguna persona negra. Luego entendí que para neutralizar el efecto de esas imágenes coloniales debía absorber yo el trauma, no podía hacer a otras revivirlo. Para mí la obra ni siquiera es un autorretrato, sino que es una forma de señalar un discurso establecido por la fotografía.
En una de las piezas de la exposición, Mirror Therapy, en la que indaga en la identidad afrodescendiente en la cultura mexicana, suena el boleto Angelitos negros. ¿Era consciente de la implicación de esa canción en España y de la personalidad de quien lo popularizó aquí, Antonio Machín?
Estaba en casa de unos amigos en Baltimore, escuchando discos de Miles Davis y Lauryn Hill, y de repente pusieron la versión de Roberta Flack de Angelitos negros y no entendí bien la letra, pero intuí que decía algo que tenía que ver conmigo. Recordé la canción unos días antes de la exposición, cuando estábamos montando el vídeo, y le añadía un sentido religioso, de representación, muy interesante, reclamando un lugar también en la Iglesia. Luego ya he sabido de Antonio Machín, uno de los pocos hombres negros presentes en la cultura española durante décadas. Eso añade una capa más incluso, os empuja a poneros también delante del espejo y ver esa cara más fea de vuestra historia a la que me refería.