«Soy británica y soy árabe. No soy lo uno ni lo otro. Formo parte de dos mundos”, declaró Asma Al-Assad en 2007 al escritor Eyal Zisse. La vida de la ex primera dama Siria está marcada por la dualidad. En ese momento la prensa internacional se deshacía en elogios hacia ella por su elegancia e inteligencia: “Es un elemento de luz en un país lleno de zonas de sombras” (París Match); “una belleza 100% natural” (Huffington Post); y el definitivo “Una rosa en el desierto” de la revista Vogue.
Hoy, con la fulminante caída del régimen de Bashar Al Assad (59 años) se abre un periodo de incertidumbre en el avispero sirio. Los llamados rebeldes, capitaneados por Abu Mohammed Al-Jolani, son una amalgama de fuerzas irregulares islamistas y facciones militares apoyadas por Turquía que han aprovechado una especial coyuntura. El ex presidente Bashar Al Assad y su mujer, Asma Al Assad (49 años) huyeron a Moscú cuando su presencia en el país se hacía insostenible. El gobierno de Putin les ha concedido asilo político aduciendo “razones humanitarias”. Esta incipiente etapa rusa es un nuevo giro de guión dramático en la vida de Asma, que nunca pensó que se iba a convertir en primera dama de Siria y, menos aún, que un día iba abandonar el país en un vuelo nocturno camino de exilio moscovita.
Asma, además, no pasa por su mejor momento. La primavera pasada le diagnosticaron leucemia mieloide aguda, una enfermedad contra la que lucha desde entonces tras cancelar toda su agenda pública. “A lo largo de esta fase, se mantiene decidida y comprometida, apoyada por su voluntad fuerte y fe en Dios”, contaba una nota difundida por la Presidencia siria. No ha sido la primera enfermedad grave que ha padecido. En 2019 le diagnosticaron un cáncer de mama del que llegó a recuperarse un año después.
Su recuperación seguirá en Moscú, donde le espera su hijo mayor, Hafez, de 22 años, que vive el distrito financiero de Moscú, donde, según publicó en 2019 el periódico Financial Times, la familia posee más de dos decenas de apartamentos. Hafez está considerado un entusiasta matemático, ha participado en las olimpiadas internacionales de cálculo y recientemente ha defendido su tesis doctoral en la Universidad Estatal de Moscú sobre la teoría de números algebraicos y la investigación de polinomios.
Nacida en Londres, hija de un cardiólogo y una diplomática emigrados, Asma Al-Assad alternó la educación inglesa con los veranos en Siria. En 1996 se graduó en el Kings College con una licenciatura en Informática y un diploma en Literatura Francesa y empezó a trabajar en el Deutsche Bank y, más tarde, en la división de banca de inversión de JP Morgan, especializándose en fusiones y adquisiciones. En el año 2000 andaba inmersa en un acuerdo corporativo de biotecnología y a punto de cursar un máster en Harvard. Pero la vida le tenía reservado otro destino.
El hombre con el que salía, Bashar Al Assad, entonces el hijo segundón del dictador, se convirtió en el heredero natural al fallecer su hermano mayor en un accidente de coche. Sus jefes no alcanzaban a comprender que abandonara la empresa antes de cobrar un bonus millonario. “¿Qué podía decir?”, declaró a Vogue, “¿que estaba saliendo con el hijo del presidente? Simplemente, esas cosas no se dicen. Luego se convirtió en presidente y traté mantener un bajo perfil”. Bashar llegó el poder el 17 de julio de 2000, tras la muerte de su padre. La pareja se casó el 31 de diciembre del mismo año. Fruto del matrimonio nacieron tres hijos: Hafez (22 años), Zeyn (19 años) y Karim (18 años).
Lo que ella llamaba bajo perfil, en realidad, no era solo una historia de amor sino, también, una delicada operación política. Asma pertenece a la mayoría sunita de Siria mientras que los Al Assad son de la minoría alauita (rama del chiismo) que gobierna el país con mano de hierro desde hace cinco décadas. Hacia dentro, el mensaje era de conciliación y reflejo de la diversidad de su pueblo. Hacia fuera, Asma encarnaba el encanto fácilmente homologable de un país musulmán laico y abierto a la modernidad. Como primera dama no sólo paseó su nutrida colección de chaneles y louboutines (ahora pasto de los saqueadores) por Buckingham Palace y los Campos Elíseos, también se implicó en diversos proyectos a través de una ONG propia centrada en la educación y los micro créditos. Sus palabras sobre el pasado de su país (un lugar donde hace 10.000 años se inventaron la agricultura, la rueda, la escritura y la anotación musical) dan una medida de su personalidad.
“La gente tiende a ver Siria como artefactos e historia. Pero para nosotros se trata de una acumulación de culturas, tradiciones, valores, costumbres. Es como la diferencia entre el hardware y el software: los artefactos son el hardware, pero el software marca toda la diferencia, las costumbres y el espíritu de apertura. Tenemos que asegurarnos de no perder eso…”. Los intereses geopolíticos cruzados han querido que el futuro de Siria se escriba sin la presencia de los Al Assad en el poder.