Aneta Mijatovic (Serbia, 52 años) tiene bien aleccionadas a sus hijas. “Tenéis un apellido que os va a ayudar mucho pero también os van a juzgar. A mí en mi trabajo a veces me ha ayudado pero cuando empecé a trabajar la gente desconfiaba”, me cuenta la decoradora y ex modelo sentada en el Hotel Wellington de Madrid ante un café. “Cuando vas a la obra tengo la sensación de que me miran como impostora. Como una mujer que estaba aburrida en su casa y de repente ha decidido dedicarse a esto como un hobby. Hasta que realmente empiezas a demostrar lo que sabes. La gente con la que trabajo sabe lo que soy y lo que valgo”, continúa en un español titubeante que aún se pelea con los verbos “ser” y “estar”.
Como ocurre con la mayoría de las mujeres de futbolistas, la carrera de Aneta ha venido marcada por la de su marido, Pedja Mijatovic. De su Serbia natal se mudó a Madrid, donde vivía entonces el deportista que se había convertido en un ídolo nacional tras marcar “el gol de la Séptima”, el famoso gol que en mayo de 1998 marcó frente a la Juventus y le dio al equipo madridista la Séptima copa de Europa después de 31 años de sequía. Aneta lo conoció ese mismo verano en Montenegro: “Yo no seguía el fútbol; me sonaba su nombre pero no su cara”. Sin saberlo, se casó con un héroe.
Un año después se instalaron en Madrid. Apenas vivió un año aquí, cuando hizo las maletas para mudarse a Florencia, donde Mijatovic había fichado por el Fiorentina y donde nacieron las dos hijas mayores de la pareja, Nina y Nadja. De la cuna del Renacimiento se mudaron a Valencia, donde vivieron otros tres años y donde nació su tercera hija, Lola. En la ciudad mediterránea también vivía Andrea, el segundo hijo de su primer matrimonio, que sufría hidrocefalia desde su nacimiento, y que falleció en 2009 a los 15 años.
Tras haber seguido a su marido por media Europa llegó el momento de Aneta. “Cuando volvimos a Madrid yo quería trabajar. Toda mi vida he trabajado de modelo. Tenía mi dinero y era independiente. Como madre necesité un tiempo para criar a mis hijas pero cuando se hacen mayores llegó el momento de trabajar”, cuenta esta mujer espigada que de Valencia volvió a Madrid, cuando a su marido lo nombraron director deportivo del Real Madrid. En la capital tienen su cuartel general, una vivienda con un frondoso jardín en La Moraleja, y el lugar donde algunos de sus vecinos y amigos –como Fernando Sanz o Luka Modric – se reúnen en verano alrededor de la piscina.
Hija de un ingeniero y una trabajadora social, Aneta decidió seguir los pasos de su padre y estudiar ingeniería de caminos: «Era muy buena en matemáticas”. Pero convalidar su título no fue fácil: “He contactado con universidades y al tener un título de fuera de la Unión Europea tenía que estudiar dos años y medio para convalidarlo”. Trabajar como ingeniera no le apetecía tanto como convertirse en decoradora así que siguió el consejo de su marido: si vas a estudiar que sea algo que te guste. Aneta tenía 39 años cuando se matriculó en IADE, la escuela de diseño más antigua de Madrid.
Cuando se licenció empezó haciendo prácticas en A-Cero, el estudio de arquitectura de Joaquín Torres, principal promotor de las mansiones de La Finca. «Estaba feliz porque ahí es donde realmente aprendes. Además, mi carrera de ingeniería me ha ayudado a tener más herramientas que otros decoradores», asegura. En efecto, detrás de un aspecto delicado y femenino se esconde una profesional implacable: “Muchas veces digo de hacer algo y me dicen que no se puede. Yo no me callo: ‘Ahora os voy a explicar cómo se hace’. Tengo el conocimiento técnico y esto me da seguridad. En la obra no puedes ser inseguro. Cuando discutimos no me echo para atrás. Si hay que decir tacos, los digo. Soy de Serbia, soy un poco bruta”, ríe.
Su gran baza, asegura, es no tener un estilo definido y su gran triunfo hacer lo que le pide el cliente pasado por su filtro: «Soy contenta si consigo hacer algo muy bueno pero como a ti te gusta». Su gran oportunidad llegó en 2015, cuando le encargaron la decoración en Málaga del Gran Hotel Miramar, de la cadena Hoteles Santos. «Me pidieron una habitación pero estudié la historia del edificio y presenté cinco propuestas. Les gustaron todas». Desde entonces mantiene relación profesional con esta cadena y aparte asume dos o tres trabajos por año. Suyas son las casas de los futbolistas Marcelo, Luka Modric y Stefan Savić, y el día que la fotografiamos en su casa me enseña varios trabajos suyos en el barrio de Salamanca. Además, me habla de un nuevo proyecto: un hotel en Montenegro. Con ella, lo que mejor funciona es el boca oreja. ¿Acaso hay mejor currículum que te recomienden tus clientes y amigos?