De sal o de mantequilla, las palomitas son el mejor compañero con el que compartir una película desde una butaca. El cine no es solo ver y escuchar una historia ajena, sino vivir una experiencia propia en cada sesión a la que entras. Este verano la cartelera también está que arde. Este jueves se estrena Alien Romulus, la nueva entrega de la saga Alien, y el blockbuster Deadpool y Lobezno lleva semanas arrasando en taquilla. Si aún no la has visto, estás tardando.
No se puede completar el ritual de una sala con una pantalla de casi 15 metros, sin comer el maíz por excelencia de Hollywood. Su origen se remonta a la primera mitad del siglo XX y a la mente emprendedora de una mujer que haría rentable estar sentado sin hacer nada. Julia Braden fue quien acercó al cine a la costumbre y lo alejó de finuras y elitismos. ¿Cómo? A base de tener buen ojo para los negocios a través de unos cucuruchos llenos de palomitas.
Sí, las palomitas también tienen una historia y no son solo su tentempié. Para conocerla tenemos que subirnos a una máquina del tiempo como la de Regreso al futuro (1985), con la simple diferencia de que no vamos a alterar el pasado, sino conocer a la mujer que cambió el concepto de toda una ceremonia audiovisual. Viajamos hasta principios de siglo XX en Estados Unidos, donde el cine era una especie de teatro, pero mejor. Esta obra visual se vendía como si se tratase de un artículo de lujo. Era el ocio que diferenciaba las clases, ya que el cine mudo, por ese entonces el formato que existía, sumaba el factor de saber leer y no todo el mundo favorecía de una educación. Con la llegada del cine sonoro en 1927 las clases más bajas ya pudieron disfrutar de las películas y con este, el ocio.
A partir de 1929 en plena Gran Depresión, una gran masa de personas se quedó en paro debido a la situación precaria del país, y el cine era su única vía de distracción. Julia, una mujer viuda divisó una manera de salir adelante en esa gente desesperada. Vio un nicho de negocio y una manera de rentabilizar ‘el hambre’ de toda una sociedad. El maíz era uno de los alimentos más baratos del mercado (5 o 10 céntimos cada mazorca) y en él, avistó un imperio.
La cuna de las palomitas se encontró en Missouri, donde Julia propuso a un empresario la idea de montar un puesto propio de palomitas dentro del propio cine, a cambio de entregar al dueño un porcentaje de sus ganancias. El éxito fue tan rápido en el hall de Linwood Theater de Kansas City que en 1931 «la mujer de los cucuruchos de maíz» ya tenía montado cuatro chiringuitos, cada uno en un cine y facturaba una fortuna de más de 14.400 dólares al año (lo que equivale a 336.000 de los dólares actuales), según The New York Times.
Puede que ella no fuera la primera en proponer puestos de comida, pero sí que fue la primera en convencer y establecer concesiones vinculadas a los cines. Fue la pionera de una nueva estrategia comercial, donde el dinero no se encontraba en las entradas de cine sino en lo que las acompañaba. Este cereal inflado solo ha demostrado ventajas. Uno, se hace al instante. Dos, aporta un margen de beneficio, más que extraordinario (2.500% aproximadamente). Tres, está rico sin ningún tipo de esfuerzo. Todo un caramelo de negocio.
Desde sus puestos ingenuos de ‘cine y dinero’, Julia Braden convirtió a las palomitas en un imperio, con el que además de crear una mayor rentabilidad y financiación para los propios cines, ya que hoy en día obtienen hasta el 85% de sus beneficios con la venta de concesiones, también creó una experiencia aparte de la película que se proyecta. Constryó un vínculo entre el alimento y la pantalla, escribiendo en cada sala decenas de historias con cada puñado. En sí completó un ritual de ocio que muchos, ahora comprenden como costumbre. Por lo que para el próximo estreno al que vayas a asistir, recuerda que hasta detrás del típico bol de palomitas hay una gran historia e incluso una perspicaz mujer de negocios.
De cucuruchos a boles
Su sprint como picoteo de excelencia se dio en la Segunda Guerra Mundial, cuando resultaron más baratas y con más abastecimiento que los caramelos en tiempos de guerra y precariedad. Desde entonces, las palomitas como tal, cogieron mucha carrerilla empresarial y ha sido desde entonces el anzuelo perfecto para obtener unos grandes beneficios del brazo de un producto muy barato.
Un gerente llamado R. J. McKenna, que dirigía una cadena de cines en el Oeste, fue conocedor de esta idea e instaló una máquina de palomitas en el vestíbulo y consiguió ingresar 200.000 dólares en solo una año. Visto lo visto, McKenna incluso bajó el precio de sus entradas para que las personas comprasen más palomitas, con el dinero que se ahorraban del ticket, porque del máiz salían más beneficios. En la década de los 40 todos los cines ya habían seguido su ejemplo y el olor a mantequilla se extendió por todo el país. «Encuentra un buen local de palomitas y construye un teatro a su alrededor» solía decir el empresario. En 1960 con la llegada de los televisores, se redujo el consumo de palomitas hasta el invento del microondas, que lo hizo más fácil y a tres minutos de distancia de proceso.
Hasta hoy en día, las palomitas de todos los gustos, dulces, saladas y hasta con sabor a queso, han desempeñado un papel esencial tanto en nuestra despensa como en el posabrazos de cualquier sala de cine y es muy difícil no acudir a ellas cuando vamos a ver una película.