“Los niños han de darle valor al dinero. Han de saber lo que cuesta ganarlo”, solía decir Marta Ferrusola, matriarca del clan Pujol y ex primera dama de Cataluña durante 23 años, de 1980-2003, el tiempo que su marido estuvo al frente de la Generalitat y se convirtió en toda una institución de la política local y nacional. Una institución que se derrumbó como un castillo de arena cuando la UDEF (Unidad Central de Delincuencia Económica y Fiscal) descubrió una trama sin parangón donde el clan Pujol había amasado una fortuna ingente de manera ilegal y con depósitos en Andorra, Panamá y otros paraísos fiscales.
Pronto se descubrió que fue la propia Ferrusola la que puso en marcha esta maquinaria e instigó a sus hijos a ganar dinero con una voracidad sin límites. La familia, Cataluña y el dinero formaban los tres pilares de su vida y todo, hasta que empezó a sufrir Alzheimer en 2018, giró en torno a esas tres máximas.
La investigación de la UDEF descubrió una trama de película con una actriz principal que ningún guionista de Hollywood habría dibujado mejor. El clan se hacía pasar por la Sagrada Familia en los bancos del país vecino, que Marta Ferrusola, la matriarca se hacía llamar la madre superiora y que, cuando quería trasladar dos millones de euros, pedía que le mandasen «dos misales». Tenían negocios madereros y hosteleros en México, ferroviarios en Marruecos, de suministros médicos en Uganda, de casinos en Argentina…
Y detrás de todo estaba ella. Marta Ferrusola nació en 1935 en una familia barcelonesa sin lazos con la política y más bien modesta: su padre poseía una sastrería. Conoció a su novio, que se convirtió en su marido, cuando ella tenía 18 años e impartía catequesis en el popular barrio de la Guineueta con su amiga Marta Pujol Soley, la hermana a la que Jordi iba a recoger cuando acababan esas clases. A él, por entonces estudiante de medicina, aquella chica de coleta larga y morena que le gustó al instante. A ella le costó un poco más entusiasmarse, pero acabó aceptando después de que Pujol, cinco años mayor, se declarara en una mesa de la Granja Túria de la barcelonesa Rambla de Cataluña, contaba en un reportaje la revista Vanity Fair.
Siete hijos y una adopción
El matrimonio tuvo siete hijos Jordi (1958), Marta (1959), Josep (1963), Pere (1965), Oriol (1966), Mireia (1969) y Oleguer (1972) a los que Ferrusola crió casi sola en un piso de la avenida General Mitre de Barcelona sin ayuda y casi sin marido, pues el ‘molt honorable’, como se apodó a Pujol –visto ahora parece guasa– dedicaba 24 horas al día a la política. Según contó la periodista Cristina Palomar, autora de Això és una dona! Retrat no autoritzat de Marta Ferrusola, uno de los episodios más desconocidos de su vida es que con sus siete criaturas ya crecidas, quiso adoptar otra en India. Su plan era el siguiente: traer una niña a Cataluña, darle la oportunidad de formarse y luego devolverla a India para contarlo. Unas monjas la disuadieron de hacerlo y al final, su labor de caridad se redujo a comprar unas vacas a una familia para que saliera adelante, se contaba en ese mismo reportaje de Vanity Fair.
Además de su amor por el dinero, Ferrusola era conocida por su carácter férreo y poco flexible así como por sus ideas extremas. Durante 16 años, apareció en el programa de radio donde la locutora la presentaba como «la Senyora» y en el que la primera dama decía lo que le venía en gana. Amparada en sus creencias –que incluían el horóscopo, al que era muy aficionada–, Ferrusola atacaba a las parejas no casadas, a los homosexuales, a quienes no hablaban catalán y a los socialistas, a quienes odiaba con todas sus fuerzas porque creía que eran quienes habían orquestado el caso Banca Catalana, que investigaba la mala gestión del banco catalán por el que miles de pequeños inversores habían perdido sus ahorros no así sus directivos (incluido Pujol) que, milagrosamente, consiguieron poner sus ahorros a salvo a tiempo.
Con su característica vehemencia, Ferrusola siempre defendió su inocencia y la de los suyos. Le parecía de ley la fortuna que habían amasado porque, según argumentaba, Cataluña se lo debía. Su virulencia contra la investigación de la trama del clan Pujol se mantuvo intacta hasta que su cabeza empezó a sufrir de desmemoria en 2028 le diagnosticaron Alzheimer. Anoche fallecía en Barcelona a los 89 años. Su viudo, Jordi Pujol, sigue plenamente consciente y con una mente aún afilada a pesar de sus 94 años. ¿Se puede administrar un mayor castigo?