Fue en el pasado Festival de Cannes 2024 cuando la vida de Faye Dunaway (Florida, Estados Unidos, 83 años) se hizo un poquito más pública de lo que ya era. Allí y a nivel mundial HBO Original presentó la que sería una de sus propuestas en streaming para este verano: Faye, el largometraje documental que narra la vida de la oscarizada actriz, producida y dirigida por el galardonado cineasta Laurent Bouzerau, responsable de producciones como Natalie Wood: Entre bambalinas y El niño de mamá, entre otras.
Disponible a partir del 14 de julio, la película también incluye entrevistas con su hijo Liam Dunaway O’Neill y algunos de los amigos más cercanos a la actriz, como son el escritor Mark Harris, la periodista Robin Morgan, la profesora de cine Annette Insdorf, el fotógrafo y director Jerry Schatzberg, el autor David Itzkoff, los actores Sharon Stone y Mickey Rourke, y el cineasta James Gray. Todos ellos desvelan los rasgos más desconocidos de la actriz que estuvo en activo durante varias décadas, siendo uno de los rostros más queridos y odiados tanto por directores y compañeros, como por el público y los hombres. Algunos como Bette Davis llegaron a decir de ella que ni por un millón de dólares trabajaría con Faye Dunaway. Sharon Stone, en cambio, dice de ella en el documental que «es una heroína, una leyenda, una fuerza de la naturaleza, una amiga».
En primera persona y mirando a cámara, el largometraje hace un repaso por las luces y las sombras de una mujer que llevó una vida muy expuesta en lo profesional y muy marcada en lo personal. A sus 83 años, la actriz que vivió la época más dorada de Hollywood, relata con minuciosa franqueza su historia, a la vez que se detiene en los triunfos y desafíos que vivió a lo largo de su ilustre carrera en el cine. Disfrutó de grandes dosis de reconocimiento por sus papeles en la gran pantalla –entre los más aclamados, Bonnie y Clyde (1967), Chinatown (1974) y Network (1976), por la que ganó el Oscar a Mejor actriz–, pero sufrió de manera desmesurada fuera de ella. Nominada al Oscar tres veces, un Emmy, tres Globos de Oro y un BAFTA, Dunaway se convirtió muy pronto en una leyenda de Hollywood, por sus interpretaciones y su extensa filmografía, y por todos los acontecimientos que tuvieron lugar en torno a las inmediaciones de la industria que le encumbró.
Con Faye, la actriz realiza un viaje al pasado, pero no lo hace sola. Le acompañan su hijo y sus colegas de profesión, a través de una reflexión honesta y contextualizando su vida y su carrera en la gran pantalla a medida que el documental avanza. Faye no sólo recuerda sus años dorados, los suyos y los de una manufactura tan inmensa como es Hollywood, también desnuda las luchas que la protagonista ha tenido con la salud mental a lo largo de toda su vida, diagnosticada de bipolaridad, al tiempo que se ha enfrentado a la doble moral a la que estaba sometida como mujer en Hollywood. La perfección impuesta fue uno de los gigantes contra los que le tocó luchar, así lo rememora ella misma. Como muchas compañeras de profesión, Dunaway trabajó al servicio de una industria que daba tanta importancia a la actuación como a la estética. Y la perfección era el único requisito a alcanzar. Conseguirlo era estar dentro de cualquier círculo de influencia y no llegar a ello era ser repudiada por quienes controlaban la manufactura en la que Hollywood acabó convirtiéndose.
Faye Dunaway: una infancia a la deriva
Nacida en Bascom, Florida, el 14 de enero de 1941, la estadounidense creció como Dorothy Faye Dunaway, en el seno de una familia desestructurada. Fue hija dede un sargento del Ejército de los Estados Unidos que pasó su vida luchando contra el alcoholismo y de una madre que se vio obligada a hacerse cargo por completo de su educación, como hacían las madres solteras de la época. La perseverancia de su progenitora y sus ganas de formarse como artista llevaron a Dunaway a estudiar Teatro en la Universidad de Boston, aunque se graduó en la Universidad de Florida, encontrando después mentores en el director Elia Kazan y el dramaturgo William Alfred, cuya obra Hogan’s Goat ayudó a lanzar su carrera en 1965.
«Necesito mi trabajo, no a otra persona»
A partir de ese momento su carrera comenzó a despegar con una primera película por la que será recordada siempre, Bonnie y Clyde. Una gran producción que ahora, 57 años después de filmarla, la actriz reconoce en este primer largometraje documental sobre su persona que muchos de sus papales en el cine han podido reflejar aspectos de su personalidad y del clima social en el que se rodaron las películas. Como muchos de sus personajes, se define testaruda, antipática, difícil y volátil. Una compañera complicada con la que lidiar, sobre todo, cuando dos enfermedades acapararon su vida: coqueteó con el alcoholismo y convivió con el trastorno bipolar. De ambas luchas habla abiertamente en la película y recuerda con claridad los ataques de ira que muchas veces sufrió en los rodajes, así como un combo de enfados y cambios de humor de forma continuada. Pero estos temas tan delicados no le hacen pasar de puntillas por ellos. Dunaway dedica tiempo y reflexiones a los problemas que consiguieron paralizarla momentáneamente hasta que pidió ayuda y pudo ser tratada (lleva en terapia más de 15 años para controlar su adición al alcohol, un vicio que cree haber heredado de su padre).
Su mejoría llegó con Liam, su primer y único hijo, al que adoptó junto a Terry O’Neill, su pareja y uno de sus mayores admirados. Dejemos la anécdota para más tarde. En cuanto este capítulo de su vida se abre, reconoce que la maternidad fue uno de los pilares de mayor alegría que tuvo en su vida: «Mi sueño era tener un hijo. Prioricé mi trabajo y cuando me quise dar cuenta era demasiado tarde para mí. Adoptamos a Liam cuando sólo contaba con una semana de vida». Puede que también la razón principal para superar sus adiciones y entregarse a una vida más tranquila, todavía no explorada por ella. Es difícil salir del barullo cuando están censada en él.
De sus relaciones amorosas también habla a lo largo de los más de 90 minutos de grabación. Marcello Mastroianni fue el gran amor de su vida, pero fue madre junto a O’Neill. Del primero se enamoró perdidamente, aunque acabó siendo ella quien le abandonará cuando se dio cuenta de que él nunca dejaría a su mujer para vivir una vida junto a la actriz. Del segundo, siempre se recordará la forma en la que se conocieron. Pero ninguna de sus relaciones tuvieron final feliz, en palabras de la protagonista: «Necesito trabajo, no a otra persona». Una sentencia que refleja muy bien las prioridades de la actriz, que antepuso la proyección de su carrera a la de su vida personal.
Un retrato para la fama eterna
En cuanto al padre de su hijo, se podría decir que fue su lente picaresca de fotógrafo una de las contribuidoras al éxito de Dunaway. Cuando ganó su único Oscar, él le pidió a la oscarizada una foto con la estatuilla, pero le manifestó también su deseo de no caer en lo convencional. Y no lo hicieron. O’Neill citó a Dunaway a las seis de la mañana en la piscina del Beverly Hills Hotel. Cuando la famosa llegó, él ya tenía preparado el set: la piscina de fondo, una mesa con el Oscar sobre ella, una silla y un montón de periódicos del día esparcidos por el suelo con el titular en portada: Faye Dunaway gana su primer Oscar. Sólo necesitaron 12 fotos en disparadas en 15 minutos para alcanzar la fama eterna. Su posición en la silla, recostada y descansando en ella, anticiparon lo que su nombre sugeriría siempre: una vez conseguido el éxito, toca descansar. Le costó hacerse con la estatuilla, porque fue premiada a los 11 años de iniciarse en la profesión.
Después de ese retrato la iconicidad de Dunaway se disparó y, a día de hoy, la foto que le sacó quien poco más tarde sería su pareja se ha convertido en uno de los retratos más conocidos del mundo. Tiene todo el sentido que Faye arranque haciendo mención a esta foto y conduciendo el guion del documental de los años dorados de la estrella a la oscuridad en la que luego se vio envuelta, para ser honestos, por decisión propia.
Los 83 años de Faye Dunaway y el deseo de descansar
«Hace un par de años para ser exactos» es la frase tan contundente con la que Liam desdice a su madre, quien momentos antes confirma a cámara que los encontronazos con sus compañeros se debía a su afán de perfeccionismo en su trabajo y no a un problema de salud mental. Ella reconoce que siempre tuvo control sobre su enfermedad, pero su hijo confirma que el control llegó hace dos años, cuando trató medicamente este trastorno que le ha hecho tener una relación tirante con el entorno que le ha ido rodeando. Recalca Liam que no lo hace para contravenir a su madre, sino para hacerle consciente de la realidad y poner nombre a una enfermedad que convive diariamente con mucha gente.
Estas confesiones llegan en el momento indicado, cuando Dunaway comenta a cámara el esfuerzo mental que supuso para ella rodar Queridísima mamá (1981), la película que amenazó con destruir su carrera por el argumento que le tocó defender a la actriz: una violenta y desquiciada Joan Crawford siguiendo las memorias de su hija, quien confesó haber recibido maltrato por parte de su madre. Que la famosa se atreviera con esta interpretación y el resultado fuera tan real, tan creíble, no hizo esperar las críticas. El filme tuvo gran popularidad pero fue el mayor fracaso personal para ella, quien vio su carrera pender de un hilo.
Gracias a las declaraciones de su hijo, que ponen sobre las mesa la cruel enfermedad que ha sufrido su madre en silencio, se justifica la estela de diva, ausente y distante, que siempre ha envuelto a Dunaway. También justifica la soledad en la que siempre ha querido vivir una vez se dio cuenta de que el personaje había engullido a la persona. «Mi madre empezó como una persona normal queriendo ser famosa y ha acabado siendo una famosa con deseos de llevar una vida normal», dice su hijo entre lágrimas y con el asentimiento de su madre, sentada al lado. Defensora de que el sufrimiento hace más fuerte y ayuda a mantenerse de pie frente a los objetivos, superior a los demonios que todos llevamos dentro, tal vez Faye, con su derroche de sinceridad y transparencia, sea el mejor trabajo de su vida, el que, por fin, le ayude a descansar.