Diana Spencer (Reino Unido, 1961 – Francia, 1997) nunca llegó a ser reina del país en el que nació. Tampoco lo necesitó para ser tan o más popular que la que sí llegó a serlo por nacimiento. Con el cariño de toda Inglaterra y del resto del mapa en el bolsillo, la imagen de cercanía y naturalidad que Lady Di dio al mundo todavía hoy sigue vigente, aunque ella abandonara el mundo un día como hoy de 1997, dejando muchas almas rotas y un velo de misterio del que todavía hoy se alimentan las malas lenguas.
27 años han pasado del accidente que le costó la vida a la madre del futuro rey de Reino Unido. Casi tres décadas que han estado tildadas de elucubraciones sobre las causas reales del siniestro, además de las razones que pudieron llevar a la reina Isabel II a mostrarse tan apática y distante con lo sucedido: no quiso darle un funeral de Estado y tardó en comparecer en público con un discurso emotivo. Al final, acabó haciendo las dos cosas.
Lo que parecía un punto final para una mujer que decidió vivir como mortal y no como un miembro más de la familia se sangre azul a la que estaría siempre vinculada por matrimonio, fue un volver a empezar que convirtió a la princesa triste es un ídolo de masas, en icono popular de un país y en la víctima perfecta a la que siempre recordar por sus bondades y debilidades debido a la forma de su desaparición. Durante un tiempo la esperanza fue Diana. Ella llegó a la monarquía para cambiarla, para agitar sus cimientos y adaptarlos al mundo real, el que se encuentra en las calles y no en palacio. No juró obediencia a su marido, no aceptó parir en casa y no dio a sus hijos una educación a la manera de los Windsor, en casa y alejada de todo contacto humano. Diana levantó ampollas entre los miembros del clan con tanta consonancia como acaparó titulares en la prensa de todos los colores de dentro y fuera del país. Llegó a ser más querida que el heredero, algo que Carlos nunca le perdonó. Ni siquiera la separación y el posterior divorcio fueron una victoria de reputación para el por entonces príncipe de Gales. Alejarse físicamente de su familia política sacó a la luz las malas artes que esta empleó con una Diana marcada por la flecha de la infidelidad de su marido, así que, una vez más, hizo lo que se no esperaba de ella: concedió entrevistas, se dejó ver en público, asistió a eventos y se buscó causas en las que su fuerza mediática aportara más que un cheque bancario. Su mejor vestido de la venganza fue su actitud.
Su timidez no fue un impedimento para su independencia. Madre para siempre de los hijos del que ahora es rey, su nombre se revalorizaba con cada una de sus apariciones públicas. Todo lo que decía y hacía acabó siendo una fuente de ingresos que sobrevivió a su muerte. ¿Sigue siendo la imagen de Lady Di tan rentable como en vida? Sin duda, sí.
Y, en cierto modo, Diana sigue siendo la misma esperanza que cuando de joven le dío el ‘sí, quiero’ al primogénito de la monarca. Al menos para uno de sus hijos, el menor. Harry. Desvinculado de la familia real británica desde que decidiera empezar una vida con Meghan Markle y sus hijos lejos de Buckingham, en una entrevista con Oprah Winfrey reconoció que tuvo que apoyarse en el dinero que dejó su madre en herencia cuando su abuela dejó de financiar sus gastos (algo que ocurrió cuando renunció a formar parte de la misma de manera oficial).
“Tengo lo que me dejó mi madre. Sin eso no habríamos podido dar el paso (el de desvincularse por completo de Casa Real y el de trasladar su lugar de residencia a Estados Unidos)”, fueron las palabras exactas que pronunció. “Es como si [Diana] ella hubiera visto lo que estaba por llegar y nos hubiera acompañado a lo largo de todo este proceso”, sentenció.
La que durante muchos años fue catalogada como ‘maldita’, debido a la prematura muerta de la princesa, la herencia que Diana dejó a sus hijos ha terminado por ser más bendita que maldita, ya que, en palabras de su hijo menor, sirvió para coger las riendas de su vida y que Meghan no sufriera las mismas consecuencias que su madre por estar en el ojo del huracán.
25 millones de euros para dos hijos
25 de millones de euros (unos 21 millones de libras) fue la cifra que dejó Diana al morir, a repartir a partes iguales entre sus dos hijos, Guillermo y Harry. Sólo una cláusula brindaba que ambos no accedieran a ese dinero demasiado pronto y pudieras disponer de él cuando la sensatez y la madurez formaran parte de su forma de ser. A partir de los 25 años, ambos hijos podrían tomar lo que su madre les dejó, una edad que al llegar el momento los tribunales elevaron a los 30 años.
La cantidad, que según informó la BBC en 1998 quedaría reducida a 12.966.022 libras tras el pago de los correspondientes impuestos, fue invertida por asesores financieros de la casa real británica hasta alcanzar los 20 millones de libras en el momento en el que ambos hijos pudieron hacer uso de su herencia. Lo que dio a Harry la cantidad de 10 millones de libras para vivir con su familia lejos de su otra familia.
La cifra monetaria nunca estuvo al margen del valor recibido en otro tipo de pertenencias. La cantidad englobaba acciones, inversiones, efectivo, vestidos (el de la boda con su padre, diseñador por David y Elizabeth Emmanuel, y hasta un total de 28), valiosos objetos personales y joyas. Algunas de estas últimas ya lucidas por Kate Middleton y Meghan Markle, cuyo valor no se puede calcular ya que pertenecen al joyero privado de las esposas de ambos herederos. Entre algunas de las piezas, la más emotiva para la familia es el anillo de compromiso que Carlos le regaló a Diana y que Guillermo le dio a Kate cuando ambos anunciaron su boda: una pieza de Garrard & Co, con orla de diamantes y zafiro central de Ceilán de 12 quilates, valorado hoy en más de 137.000 euros.
En total, la princesa de Gales dejó un total de 200 piezas de joyería, entre anillos, pendientes, cadenas de oro, broches, pulseras y gargantillas, y pidió que las esposas de sus respectivos hijos las lucieran con asiduidad. El día de su boda, Meghan llevó el juego de aguamarinas montadas en platino y uno de los anillos de Diana (ya con el segundo vestido). También apareció con el brazalete de diamantes, en la polémica entrevista con Oprah Winfrey, y con la famosa D de oro. Guillermo le dio a Kate los pendientes de perlas South Sea y la pulsera de tres hilos de perlas con un cierre de dos diamantes baguette.
Pero del testamento de Diana no sólo sus hijos fueron los beneficiarios. La princesa dejó 50.000 libras a su mayordomo, Paul Burrell. A sus 17 ahijados e hijos de sus compañeras de piso en Sloane Square les dio a elegir entre un cuarto de sus posesiones personales, (como vajillas, acuarelas, un servicio de café, un reloj o una licorera), en manos de los albaceas del testamento: Frances Shand Kydd, Sarah McCorquodale y Richard Chartres, madre y hermana de la fallecida, y el obispo de Londres, respectivamente.
¿Benefició Diana a Guillermo en su herencia?
El testamento de Diana fue muy claro: dos hijos, una herencia repartida a partes iguales. Sin embargo, otra herencia con el nombre de Diana como protagonista da a Guillermo, el primogénito, ventaja económica sobre su hermano.
La residencia Althorp House, propiedad de Earl Charles Spencer, hermano de Diana, fue la casa familiar de la familia. Tras la muerte de la princesa, el establo de la casa, un edificio de gran tamaño, fue restaurado y dividido en seis grandes salas, unas dedicadas a las diferentes mujeres Specer y a otras a los años de infancia de la Lady Di. Allí se dieron cobijo a objetos e imágenes de gran valor para los coleccionistas. Cuando esta gran exposición cerró sus puertas, la pregunta fue ¿qué pasaría con esos objetos?
La respuesta la dio la mujer de Charles Spencer, Karen, quien afirmó que fueron entregados a Guillermo al cumplir los 30 años. La edad que marcó su madre en el testamento para acceder a todo su legado, también a este tan particular. Esta dote, que proviene exclusivamente de la familia Spencer, da al primogénito todo el poder, de ahí que Harry quedara fuera del reparto (se cree, pero no se tiene confirmación oficial, que Diana pudo dejar a su hijo Harry con un extra para igualar su dote con la de su hermano, al no poderle hacer también heredero de la herencia Spencer). Uno de los objetos más destacados de esta colección que heredó Guillermo fue un reloj Cartier que había pertenecido a su abuelo John Spencer.