La escenógrafa asturiana Carmen Castañón no podía ni imaginarse el encargo que le iba a llegar. Acostumbrada a realizar proyectos escenográficos para el Teatro de la Zarzuela o montajes operísticos en La Scala, nunca se le pasó por la cabeza que podría tener la oportunidad (y la responsabilidad) de crear el espacio para el último proyecto de vida de uno de los grandes escenógrafos europeos de los últimos sesenta años, Ezio Frigerio.
Fallecido a los 91 años, en febrero de 2022, el italiano Ezio Frigerio (Erba, 1930 – Lecco, 2022) revolucionó el teatro europeo de la segunda mitad del siglo XX, dentro del Piccolo Teatro de Milán que había fundado el actor y director italiano Giorgio Strehler en 1947. Frigerio había estudiado arquitectura y trabajado como marino mercante antes de conocer a Strehler y comenzar a trabajar con él como diseñador de vestuario. Su relación laboral duraría cuarenta años, convirtiéndose en uno de los escenógrafos más laureados no sólo de Italia, sino del mundo.
El espacio está en el pueblo lombardo de erba, (italia), y abrirá sus puertas el año que viene
Frigerio conoció a la que iba a ser su esposa, Franca Squarciapino, en 1963. Ella era una de las actrices que intervenía en un montaje realizado por Frigerio, El sí de las niñas, de Moratín, y del flechazo surgiría también una fructífera relación laboral: ella comenzó a trabajar como asistente suya y figurinista y juntos crearon una revolucionaria propuesta artística basada en la relación indisoluble que se establecía entre escenografía y vestuario. Teatro, ópera y cine fueron sus ámbitos de trabajo, colaborando en Europa y Estados Unidos con personajes tan variopintos como Rudolf Nuréyev –con quien trabajaron en varias de sus montaje coreográficos, y para quien Ezio diseñó la extraordinaria tumba que se puede ver en el cementerio ruso de Sainte-Geneviève-des-Bois, en las cercanías de París–, Vittorio de Sica, Lluis Pasqual, Nuria Espert o Bernardo Bertolucci, con quien trabajarían en Novecento. Otra película, Cyrano de Bergerac, dirigida por Jean-Paul Rappeneau y protagonizada por Gérard Depardieu, les proporcionaría, a él, ser candidato al Oscar a la Mejor escenografía y, a ella, el Oscar al Mejor vestuario en 1991.
Después de haber vivido en muchos lugares del mundo, de Milán a París, pasando por Turquía, Ezio Frigerio tuvo el sueño de regresar en su vejez a Erba, su lugar de nacimiento, y legar a su comunidad un espacio cultural dinámico. Ese proyecto pareció truncarse por su fallecimiento en 2002. “El proyecto de Ezio estaba todavía en una fase embrionaria, todo papeleo y burocracia –explica Carmen Castañón–. Al morir, ella quiso seguir adelante, pero no quería que se encargara de ello un arquitecto, sino un escenógrafo, por la impronta teatral. Y cuando me conoció trabajando para el estudio Giò Forma decidió que quería hacerlo conmigo”. El proyecto, que comenzará a ejecutarse en septiembre y se inaugurará a principios de 2025, no está exento de dificultades. “Yo tengo que hacer una interpretación de lo que a Ezio le gustaría –comenta la escenógrafa– y, además, le tiene que gustar a su mujer. Y su mujer tiene que entender que a él le gustaría lo que yo propongo”. “Ezio quería que los cuadros estuvieran ‘dentro’ de un bosque –añade–, porque de pequeño iba a jugar a un bosque en el que imaginaba que sucedían cosas fantásticas, y que el agua de los numerosos lagos de la zona estuviera muy presente. Y eso es lo que he tenido que inventar para el ‘no museo’ (intentamos no definirlo como museo porque él consideraba que los museos son sitios muertos en donde se ponen cosas y estas se quedan congeladas) Frigerio-Squarciapino”.