Un estudio en la calle Girona, una cámara Hasselblad, un foco Balkar y un fondo gris neutro. 165 personajes del “todo Barcelona” van pasando, uno a uno, por el gabinete fotográfico en blanco y negro de María Espeus (Boras, Suecia, 75 años) entre 1980 y 1982. Es la autora de este retrato generacional colectivo que refleja el espíritu de una época en la que todo parecía posible. “El criterio fundamental es que me cayeran bien (risas). En general, era gente del mundo de la cultura, escritores, músicos, pintores, pero también hay un médico y una que dice que es camionera y no lo era”, explica Espeus entre risas.
La esencia de un retrato está precisamente en ese intangible que es la relación entre el fotógrafo y su objeto, una mirada personal imposible de falsificar. “En realidad para mi el verdadero trabajo del retrato se hace antes, porque yo luego tiro pocas tomas. Puedo pasar horas hablando con el personaje. Es la manera de que vaya cogiendo confianza. Me entero de qué música le gusta y se la pongo… Todo el mundo es muy tierno en el fondo y esa es la mirada que yo puedo aportar”.
De las muchas anécdotas que surgieron durante el proceso, Espeus recuerda especialmente un personaje irrepetible llamado Ocaña, pintor travesti y mítico habitante de las Ramblas libertarias y libertinas. “Bueno, imagínate, él venía con todo su vestuario de locura, y yo decía: ‘Uy, uy, a ver cómo lo hago’, porque nunca puedes frenar al personaje. Hay que dejarle jugar. Yo no tenía película en la cámara mientras hacías sus locuras, y al final, estaba tan cansado que me escuchó (risas)”.
La exposición “Hola! Barcelona” en la coctelería barcelonesa Dry Martini de Javier De Las Muelas (verdadero artífice de la iniciativa) viene acompañado de un libro con textos de, entre otros, periodistas (Ramón de España, Marius Carol), dibujantes (Nazario y Mariscal) y el promotor musical Gay Mercader que resume su aportación en una frase: “Barcelona era una fiesta hasta que llegó Jordi Pujol”. Sin embargo, para Espeus volver a revisar el trabajo ha sido un viaje emocional: “Cuando llegó el momento de avisar a la gente estaba temblando. De muchos sí conocía que habían muerto pero otros no, y no sabía qué me iba a encontrar detrás de cada llamada. Me he puesto un poco triste pero lo mejor ha sido recordar cómo nos ayudábamos entre nosotros. Eramos una gran familia, no tengo ninguna memoria de alguien que hubiera sido un cabrón (risas)”.
Pero, ¿cómo llega una fotógrafa sueca a conectar con la intelligentsia catalana de la época? “Me fui de Suecia muy joven, me aburría mucho. Era una sociedad muy rica, con todo perfecto, por lo menos entonces, no sé cómo estará ahora. Y me fui a París porque me encantaba la canción francesa. Llegué justo después de mayo del 68. La verdad es que he tenido mucha suerte en la vida. Allí conocí mucha gente, al fotógrafo Peret que luego fue mi marido. Un día me dijo que Franco había muerto y que nos íbamos a Barcelona. Me fascinó el sol, la gente y aquí me quedé”.
Fue la fotógrafa oficial en la inauguración y la clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 y en 2017 ganó el Premio Nacional de Cultura. “Ya no hago campañas políticas, no me interesa, paso de la información política. Pero tengo un gran recuerdo de Pascual Maragall, le hice un montón de retratos y eso que a él no le gustaba posar. Era un hombre muy culto y siempre me traía un disco de jazz. Gente así se echa de menos”. ¿Le quedan cosas por contar? “Yo sé que soy mayor, pero necesito animación, estímulos para seguir viviendo. Lo bueno es que los voy encontrando”.