Cuando los hermanos Pérez Díaz se juntan se monta un revuelo importante. No solo porque son un montón –eran nueve, han fallecido dos–, también porque hablan varios idiomas como si fueran uno. Pueden arrancar una frase en francés y terminarla en español o intercalar en la conversación palabras y expresiones en inglés, alemán e italiano. Las fronteras idiomáticas no existen para ellos. Los cinco mayores –Pilar, Lola, Enrique, José y Rosa– nacieron en Tetuán, donde se conocieron sus padres durante la época del Protectorado Español. Los cuatro pequeños –Fernando, Javier, Lourdes e Ignacio– llegaron al mundo en Zúrich, la ciudad suiza donde la familia se trasladó después de que destinaran allí a su progenitor, Enrique Pérez Flores, para poner el marcha el Banco Exterior, el primer banco español en Suiza que presidió hasta que se jubiló.
Lourdes Pérez, la octava de nueve, nació allí hace 60 años. “Aunque mi padre era de Huelva tenía mentalidad suiza. Era cuadriculado. Lo contrario que mi madre. Ella era una mujer muy extrovertida y le gustaba todo lo español: el flamenco, el baile….”, recuerda hoy Lourdes sentada en el restaurante Arbonauta de la urbanización de lujo La Zagaleta, fundada por su padre en los años 90 del siglo pasado. Eso sí, en una casa con nueve hijos imperaba la disciplina. “Había que comerse lo que te servían. Y si no lo terminabas, para el desayuno. A mí no me gustaban las lentejas y lloraba delante del plato. Mi padre era el más estricto y mi madre intentaba suavizar”.
Don Enrique era un hombre peculiar. Discreto y austero, le gustaban las cosas sencillas. Nada de coches caros ni grandes gastos: “Era de los que prefería arreglar un abrigo antes de comprarse uno nuevo”. Fue un trabajador incansable y un entusiasta empedernido que se volcó en sus proyectos hasta el final, sin perdonar domingos ni festivos. “Iba a misa, se comía sus churritos y a la oficina”, nos contará su hija más adelante desde una de las cimas de la urbanización, donde se encuentra el helipuerto y con unas vistas fantásticas sobre el mar. En 2020 fallecía en Estepona a los 97 años. Casi 20 años antes y en plena jubilación –si es que es palabra tenía cabida en su vocabulario–, creó uno de sus negocios más ambiciosos. Era 1991 cuando con 70 años sembró el germen de la Zagaleta, la urbanización más exclusiva de Europa, tras comprar la finca Al Baraka (‘Suerte’ en árabe), una extensión de 900 hectáreas propiedad del millonario saudí Adnan Khashoggi, en su día el hombre más rico del mundo. Por entonces, aquel señor de quien se decía era traficante de armas había caído en desgracia y un grupo de bancos había embargado su propiedad hacía cuatro años por impago de deudas. Don Enrique supo aprovechar la oportunidad. Junto a un grupo de inversores, la mayoría suizos, adquirió aquella finca por 4.000 millones de pesetas, el equivalente a 36 millones de euros.
El plan inicial era levantar 3.000 viviendas en este lugar privilegiado de la costa del Sol, a diez kilómetros de Marbella, una hacienda rodeada de vegetación y fauna –Khashoggi la utilizaba como finca de caza mayor y aún hoy es muy habitual avistar ciervos que caminan en libertad por la gigantesca propiedad–, y con unas vistas espectaculares sobre la costa. Sin embargo, don Enrique cambió de idea y decidió construir 400 viviendas en parcelas de mínimo 3.000 metros cuadrados. “Les llamaban los locos de Zúrich”, continúa su hija que recuerda cómo la gente pensaba que un proyecto así nunca triunfaría. Pero don Enrique no quería llenar ese paraíso de casas. Le gustaba mucho la naturaleza y él mismo vivía rodeado de vegetación en Zúrich, donde mantuvo su residencia hasta casi el final.
Los agoreros se equivocaban. La Zagaleta es hoy un referente como urbanización de lujo con 230 mansiones impresionantes, y todo tipo de servicios exclusivos: dos campos de golf, pistas de tenis y pádel, un centro ecuestre, un helipuerto abierto permanentemente además de un servicio concierge que proporciona a los residentes todo tipo de caprichos más allá del mantenimiento de la casa, el jardín, la limpieza y las compras. Al frente de estos departamentos, tres mujeres experimentadas: Olga Ramos, directora de ventas, Monica Manser, directora comercial de Zagaleta Service Management, y Tatiana Morató, directora de operaciones de golf de Zagaleta New Course.
Al frente de la Zagaleta está Ignacio Pérez, curiosamente el menor de los nueve hijos de don Enrique y actual presidente de la compañía después de que su hermano Pepe falleciera repentinamente en 2018. Como su hermano, Lourdes también lleva vinculada al proyecto desde sus comienzos, cuando tras casarse con un español que conoció en Suiza decidió instalarse con él en la Costa del Sol. “Estudié ‘Sciences Po’ [Ciencias Políticas] en Ginebra, pero siempre me había gustado la decoración. Cuando me mudé aquí me instalé en la casa familiar que mi padre había comprado en los años 70 en la urbanización Las Lomas, donde pasábamos los veranos. Mi padre me pidió que remodelara los baños y la cocina, que estaban un poco desfasados y así empecé”. Tras asociarse con una amiga a quien más tarde compró su parte de la empresa, en 1995 fundó ‘P&S Interior’, un negocio de decoración que arrancó casi en paralelo al de La Zagaleta. “Mi socia aportaba la experiencia y yo los contactos y los idiomas”.
Tras estudiar dos años en la escuela de arquitectos de Málaga, poco a poco, se fue formando. “La mayoría de mis clientes son extranjeros. Cuando empecé había muchos alemanes, luego llegaron los suizos y los belgas. Marbella es muy internacional. La clientela va cambiando según la economía mundial. Lo que nunca he tenido son clientes rusos, porque mi estilo es más sobrio”, ríe. Desde sus inicios, Lourdes asesora con sus servicios de interiorismo al equipo de la Zagaleta y decora casas como la vivienda donde se toman las fotografías de este reportaje. En ellas todo está previsto: desde la distribución, los muebles o las sábanas hasta un libro de gran formato del fotógrafo francés experto en interiores y arquitectura François Halard, que descansa sobre la mesa del salón. «¿Cómo sabes que al propietario le va a gustar?», pregunto a Lourdes intrigada. «En realidad, no lo sé», me contesta sincera.
Los residentes de esta exclusiva urbanización también son básicamente extranjeros, además de básicamente ricos. La casa más barata cuesta alrededor de cinco millones de euros y una de sus viviendas alcanzó en su día el récord de la casa más cara de España: 32 millones de euros. Entre lo compradores hay 38 nacionalidades, fundamentalmente europeos. Tras el COVID, las ventas por año se han triplicado y el rango de edad de los propietarios ha bajado notablemente, y se sitúa de media, entre los 38 y 55 años, e incluso hay varios por debajo de los 30 años.
Saber quiénes son es complicado. Un halo de misterio envuelve a sus residentes a quienes desde la dirección protegen con celo. La insistencia de los medios por saber qué famoso puede permitirse esa vida de ensueño ha favorecido todo tipo de rumores como que Putin tenía casa allí –nunca ha sido así, ni siquiera ha estado de visita– que Julio Iglesias había sido rechazado por la comunidad de propietarios –otra invención de los medios, el artista español tiene una propiedad cerca de Marbella–, y tampoco el actor Hugh Grant ni el cantante Rod Stewart son vecinos a quienes puedes pedirles sal. Solo han estado de visita.
Cuando los padres de Lourdes se conocieron en el club de tenis de Tetuán, ninguna de estas celebrities existía y la única y verdadera celebrity era Pilar, que se coronó como Miss Tetuán: «Era un bellezón». Cuando conoció a Enrique, que se había instalado en la ciudad tras aprobar las oposiciones a Inspector de Aduanas, su vida cambió. «Mi madre no trabajaba y estaba todo el día con los niños. La vida en Tetuán era más fácil para ella. Tener servicio, cocinera, costurera, era algo común. Pero en Zúrich las cosas cambiaron. Todo era más caro. Mi madre no hablaba alemán y le costó mucho adaptarse a la mentalidad alemana». Enrique y Pilar se divorciaron en 1971 y Pilar se instaló en Madrid, donde sus hijas se turnaron para vivir con ella mientras finalizaban sus estudios en el Liceo Francés. Lourdes no siguió los pasos de su madre y solo ha tenido un hijo. Lo que sí ha replicado es la educación que recibió de sus progenitores: «O estudias o trabajas, pero en casa no hay vagos». Una frase que puede repetir en cinco idiomas.