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Ibiza, una isla de cine

Aterriza, sonríe, respira: bienvenida, has llegado a Ibiza, el paraíso de las calas de color turquesa y de las personas amables que te reciben siempre con un abrazo. Un rincón donde la gastronomía mediterránea roza lo sublime y un crisol de culturas rezuma arte en cada esquina.

Aquí todo es posible: surcar los mares y terminar en la isla de Tagomago invitada por Norma Duval a su casa llena de luz, cruzarte en la barra de la Flower Power Vip de Pacha con Anne Hathaway cantando con Valentino, compartir camerino con Modestia Aparte, Manel Fuentes o Cayetana Guillén Cuervo, saber antes que Irene Villa o que Mireia Canalda que pedirán su mano en tu evento o que Dani Martín se acerque a tu mesa en un restaurante para desearte buen provecho.

Aquí los sueños se cumplen: ser la voz en off de un festival de cine y paladear la magia de escucharte sobre un escenario, compartir carcajadas con Eva Soriano o llorar de emoción escuchando la voz de otro planeta de Agoney homenajeando a la gata sobre el tejado, mientras el alma de Rocío Dúrcal le sonríe a lo lejos. Ver desfilar sobre su alfombra roja a los mejores diseñadores de moda de tu particular planeta, los artistas de Adlib Ibiza, y sentirte orgullosa de formar parte de Ibicine, donde se fragua un homenaje al mejor año de la historia del celuloide: 1999. Doce meses en los que cada domingo me arrebujé entre butacas con una gran caja de palomitas de maíz como compañera para ver ‘Todo sobre mi madre’, ‘Matrix’, ‘American Beauty’, ‘El sexto sentido’ o ‘La lengua de las mariposas’. Un particular viaje en el tiempo, previo al apocalipsis que preveían algunos al cambiar de siglo, donde escogí la misma pastilla que Keanu Reeves: la que, aunque nos desvela la verdad, es capaz de mostrarnos un mundo tan fantástico que es merecedor de ser salvado.

Al final, y analizando mi microcosmos como lo haría Neo, la mía sigue siendo esa isla donde no hay diferencias de clase y en la que se mide a las personas por su talento. Un lugar en el que puedes construirte hasta convertirte en quien siempre has soñado ser y donde el valor no solo se mide con dinero. Aquí la sabiduría, la bondad, la generosidad y la conversación son patrimonio, del mismo modo que también lo son las sobrasadas y las casetas varadero.

Cada recodo de nuestra geografía es un auténtico plató de cine: acantilados desde los que se para el tiempo, atardeceres que se visten de música, campos sembrados de dicha y almendros en flor que cuajan su suelo de un manto níveo que endulza sus primaveras tempranas. Algunas veces la falsa humildad nos impide reconocernos guapos, especiales y únicos, así que, si os parece, vamos a recordarnos que tenemos el país más rico y completo del mundo cuya fabulosa piel de toro contiene, de Norte a Sur, todos los paisajes y versos que caben en mil libros. Precisamente aquí, en casa, en este terruño de contrastes, de alegría y de familia, una puede ser de Aranda de Duero y sentirse ibicenca por los cuatro costados sin incurrir por ello en una dicotomía ni en un sacrilegio, porque nuestra tierra será siempre la de cuna, pero también la que nos acuna.

Yo, que siempre he sido muy peliculera, me quedo con este abril que nadie puede robarme, en el que me paseo por las playas vacías de Ibiza respirando la brisa de los días largos y la sal que sabe a besos. Quién sabe, tal vez entre atardecer y amanecer me encuentre con un Premio Astarté enterrado en la arena y pueda agradecer a los míos que hayan creído y apoyado siempre a esta actriz que llevo dentro. Larga vida a los lugares de cuento y sigamos rodando, que el mundo se merece conocer todo lo bello que llevamos dentro (aunque las máquinas se empeñen en conquistarnos).