La escritora guadalupana Maryse Condé falleció esta semana en un hospital de Vaucluse, a las afueras de Marsella, lejos del mar caribeño que la vio nacer en 1937, hace 87 años. Sobre la influencia de este mar en su vida habló recientemente en una entrevista: “El mar es muy importante para cualquiera que haya nacido en una isla. Cuando cambia de color, del azul al gris, del gris al negro, altera mis estados de ánimos. Cuando está azul o verde me siento en paz, cuando su color es negro siento ira”.
Las circunstancias de su vida, una mujer nacida en la isla de Guadalupe, antigua colonia francesa, atraviesan su literatura. Educada en una familia criolla de clase alta que trabajaba para el gobierno colonial copiando a su manera las costumbres de la metrópoli, las contradicciones culturales (y sus imprevisibles consecuencias) se convirtieron en un material propio esparcido en más de 30 de obras, a pesar de que comenzó a escribirlas con 40 años.
Abrir un libro de Maryse Condé es lo más parecido a entrar en un misterioso jardín afrocaribeño. El ambiente se llena de olores intensos y flores salvajes pero, con las tijeras de podar exotismo siempre en la mano, la escritora corta cualquier atisbo de idealización. Nos encontramos con un trabajo que habla desde el mismo corazón de la herida. Esa codicia terrible que ha recorrido el globo en forma de esclavitud y migraciones forzosas. Una colisión de culturas que, en su caso, dio lugar a una singular mezcla criolla francófona. Por eso las páginas de Condé están salpicadas de anglicismos, africanismos, hispanismos, jazz, conga, son cubano, reagge, comidas, especias, licores, sexo y magia.
Las peripecias de las mujeres que protagonizan su novelas, incluida ella misma, nos hablan de unas vidas siempre al límite de una identidad porosa entre continentes. A veces, por ser negra, otras por no serlo suficiente. El lector se adentra en el rico mundo cultural de África, Europa y el Caribe narrado con un sentido del humor brutalista: “Pero ¿quién soy yo en realidad? ¿Qué bestia salvaje, qué pez carnívoro? Tengo colmillos afilados y la lengua bífida. A veces atraigo a los insectos con mi aroma y los devoro de un solo bocado. Soy hermana de los murciélagos, mitad rata, mitad ave; rehuyo la luz del día. Al igual de ellos, me paso la vida bocabajo, en busca de la noche que por fin nos devuelva al vientre primigenio”, escribe en Retrato de la mujer caníbal.
En España conocemos su obra gracias a labor de la editorial Impedimenta que se ha encargado de publicar los más famosos. Empezó en sus memorias infantiles Corazón que ríe, corazón que llora en 2019 y rápidamente se convirtió en un fenómeno literario. La concesión en 2018 del Premio Nobel Alternativo, abrió la puerta a otros títulos: La vida sin maquillaje, la segunda parte de su autobiografía; El evangelio del Nuevo Mundo, versión de los Evangelios con un joven antillano haciendo de mesías; Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, una novela histórica sobre una esclava en EE.UU que participa en el famoso juicio de la brujas de Salem; La deseada, relato de tres generaciones de mujeres caribeñas unidas por la sangre y las adversidades y Retrato de la mujer caníbal, una vitalista novela sobre el amor en los matrimonios mixtos.
El editor Enrique Redel comenta cómo una escritora caribeña se hizo un hueco en un catálogo dominado por nombres europeos: “Me enamoré de su escritura y conocerla fue un flechazo. Era una mujer muy generosa y siempre se mostró tremendamente vital”. En los últimos tiempos, aquejada de Parkinson y falta de visión, le dictaba las novelas a su último marido Richard Philcox, quien además fue su traductor al inglés.
Además de dedicarse a la creación literaria, Maryse Condé tuvo una vida intensa en lo académico y en lo afectivo. Doctora en Literatura por la Universidad de la Sorbona, profesora durante décadas en la Universidad de Columbia en Nueva York, presidió el Comité por la Memoria de la Esclavitud en Francia (2001), cuyo trabajo se materializó en la ley que reconoce la esclavitud como un crimen contra la humanidad y auspició la creación del Premio de las Américas Insulares y Guyana, que recompensa anualmente al mejor libro del panorama antillano. Sin embargo, como escribió Vicente Aleixandre, “la memoria de un hombre está en sus besos”, o como dice la protagonista de Retrato de una mujer caníbal: “Cambiar de hombre es cambiar de ritmo”. Y el itinerario de su vida en la multitud de países donde residió se puede seguir a través de sus relaciones personales.
En 1955 era una joven alumna de Literatura Inglesa en la Sorbona cuando se quedó embarazada de un estudiante de agronomía haitiano llamado Jean Dominique que la abandonó al conocer la noticia. Nació su primer hijo, Denis Boucolon, en 1956 y ella escribió más tarde en sus memorias: “Salí de esta prueba desollada para siempre, con poca confianza en la suerte, temiendo a cada momento los golpes tortuosos del destino”. En ese caso lo que le tenía reservado el destino era un matrimonio con un conocido actor guineano que hacía obras de Jean Genet: Mamadu Condé. De él tomo el apellido y tuvo cuatro hijos antes de separarse en 1969. Por aquel tiempo empezó a frecuentar círculos marxistas y a tomar partido políticamente. En Ghana fue deportada acusada de espionaje tras un golpe de estado en 1972 y se trasladó a Londres, donde trabajó dos años como productora para la BBC cubriendo la actualidad cultural africana. Después se trasladó a París donde dio clases en varias universidades y en el 1981 se casó con su último marido, Richard Philcox, el mismo año la publicación de su primera novela.
El presidente Emmanuel Macron le entregó en 2020 la Orden del Mérito de la República francesa. Dijo entonces: “Me conmueven los combates que usted ha librado y, sobre todo, esta especie de fiebre que la empuja, esta indisciplina, esta desubicación permanente.” La voz de Maryse Condé quedará en la imaginación de lectores de todo el mundo como una llave con la que intentar comprender las complejas dimensiones del trauma histórico de la esclavitud y su voluntad inquebrantable de superarlo.