De todas las personalidades que Julissa Reynoso (Salcedo, República Dominicana, 49 años) ha conocido desde que es embajadora de Estados Unidos en España, la que más ilusión le ha hecho ha sido el cantante Raphael. Conocer al intérprete de Mi gran noche se convirtió sin duda en su gran día y cuando mandó una foto con él al chat familiar, este estalló. Sus fotos en la Casa Blanca con grandes personalidades no han causado tanto furor entre sus familiares como el histórico artista que ya era un icono cuando Julissa llegó al Bronx, en Estados Unidos, a principios de los años 80, y su barrio vivía hundido en el caos. “Era el comienzo de la pandemia del crack. Había mucha violencia, mucha droga y mucha pobreza”, recuerda Reynoso en la sede de la embajada de Madrid. “Tanta criminalidad se había convertido en una amenaza común. No teníamos mucho apoyo del Estado y la policía era una institución complicada que a veces nos cuidaba y otras veces no”, continúa, sentada sobre un sofá blanco que contrasta con la oscuridad de su relato. Han pasado casi 40 años desde que la pequeña Julissa aterrizase en Nueva York desde Salcedo, en República Dominicana, la localidad donde nació y creció rodeada de una familia gigante que siempre le transmitió mucho amor. “Era un lugar muy rural, muy tranquilo, donde todo el mundo era familia y nos llevábamos todos muy bien. Un sitio de mucha cooperación y un gran compromiso colectivo de hacer cosas para mejorar. Yo vivía como una reina”.
¿Es usted un buen ejemplo del sueño americano?
Creo que sí. Soy una gran defensora de Nueva York. Si no hubiera emigrado a esa ciudad no creo que estuviera aquí. Nueva York me dio todas las oportunidades del mundo. Empecé en un barrio muy complicado pero mi primer trabajito fue haciendo copias en [la editorial] Hearst. Hay un compromiso tan grande por el sector privado en Nueva York de tratar de integrar a comunidades minoritarias, pobres, migrantes y empoderar a esas generaciones. Es muy especial.
¿Qué obstáculos ha tenido que sortear por ser mujer y latina?
Nadie te lo dice directamente pero uno lo percibe por el trato y por la manera que se dirigen a ti. Cuando hacen ciertas preguntas o cómo te miran o escuchan cuando respondes. Es un tema continuo que todas las mujeres vivimos en los diferentes países del mundo. Lo primero es identificarlo y lo segundo no tomártelo a nivel personal para que no te impida seguir con tus objetivos. Sé que es más fácil decirlo que hacerlo.
¿Qué consejo le daría a una joven que quiere llegar a un puesto relevante como el suyo?
Hay que tratar de rodearse de una comunidad de mujeres y hombres que apoyen nuestro sueño y tratar de eliminar las distracciones. Yo he tenido la gran suerte de tener una familia muy unida y comprometida y también amigos, mentores, profesores que me han ayudado… Como la secretaria Hillary Clinton que es como hermana para mí, hasta la primera dama de hoy, la doctora Jill Biden, que tomó la decisión de apoyarme en esta última etapa como embajadora en España.
¿Ha tenido que hacer muchos sacrificios por el camino?
Todo lo anterior tiene que estar acompañado con una dedicación al trabajo y una gran disciplina. Hay que trabajar duro en la escuela y en la universidad y saber que siempre hay que hacer un poco más de lo que la gente espera. Yo siempre leo más que lo que necesito leer y trabajo más horas de las que necesito trabajar. Ahora ya es parte de mi costumbre. Tengo una disciplina importante para poder estar preparada para cualquier discusión ya sea como política, abogada o diplomática.
Su equipo de la embajada nos confirma, algo exhausto, la capacidad de trabajo de Reynoso. “Creo que es hiperactiva»; «Nos lleva con la lengua fuera”. En su agenda, en efecto, se rebaña cada minuto. Cuando se sienta con Forbes Women acaba de levantarse de una entrevista con Televisión Española y nuestro tiempo está milimetrado porque cuando termine con nosotros le espera una conversación telefónica con uno de los ministros del gobierno. Su trabajo, tenacidad y su forma de exprimir el tiempo no han sido en balde. Reynoso pasó del Bronx a estudiar Derecho en Harvard, hacer un máster en Filosofía en la Universidad de Cambridge (Reino Unido), y hacer un doctorado en Derecho por la Universidad de Columbia. Antes de entrar en política fue socia del bufete de abogados Winston and Strawn en Nueva York y profesora de la Facultad de Derecho y de la Facultad de Asuntos Internacionales y Públicos de la Universidad de Columbia.
Y es que desde pequeña lo tuvo claro. «Veía mi comunidad en Nueva York y algo no me cuadraba. ‘Si vivo en el país más rico del mundo, ¿por qué hay tanta pobreza y tanta inseguridad?, ¿Qué puedo hacer para mejorar esta situación?’. Desde entonces adquirí un compromiso con la justicia. Incluso durante un tiempo pensé en hacerme religiosa porque la iglesia cumplía un papel muy importante en el Bronx. Los sacerdotes eran como mis segundos padres y yo iba a una escuela católica donde las monjas nos enseñaron a leer. Mi compromiso religioso era y es muy fuerte».
¿Cómo y por qué dio el salto a la política?
Siempre he trabajado con las comunidades pobres y migrantes de Nueva York para ayudarles a buscar mejor vida. Y así conocí a la primera dama de Estados Unidos, Hillary Clinton. Fue amor a primera vista. Más tarde la ayudé con su campaña cuando se lanzó a las presidenciales para ser la candidata demócrata frente Obama. Perdió. Pero en 2009 Obama la nombró Secretaria de Estado y me llamó para incorporarme a su equipo. Ahí comenzó mi trayectoria en el gobierno y particularmente en temas internacionales.
Más tarde fue jefa de gabinete de la primera dama Jill Biden. ¿Cómo se ve el mundo desde la Casa Blanca?
Es un sitio muy especial. Yo me adherí en 2020 con Joe Biden. Hicimos la transición con Trump y acababa de ocurrir el asalto a Capitolio. Fue una época complicada. Además seguíamos en pandemia y solo se podían incorporar las personas más cercanas a la familia. La Casa Blanca es muy chiquita. A veces tienes la impresión de estar unos encima de los otros.
¿De qué político español se siente más cerca?
Gracias a Dios me llevo bien con todos los que tratan mis temas: exteriores, defensa, migración, economía… ¡Incluso con el alcalde y la presidenta de la Comunidad de Madrid! Pero vuelvo otra vez a mi origen neoyorquino: cualquier persona con diferencias ideológicas, culturales y religiosas ¡ya me la crucé en Nueva York! La mejor experiencia diplomática la recibí en sus calles.
Además del crack y la violencia, también en sus calles vivió el comienzo del movimiento hip hop. “El breakdance, el graffiti y el rap tomaron el barrio. Había una saturación de arte en la calle de la que tuve el privilegio de ser testigo. A veces el sonido era tanto que tenías que cerrar la ventana». Un boom de música y arte que influyó en su comunidad y su vida. «Yo ya no puedo vivir sin música”. De ahí su gran furor por Raphael.