Si algo le gusta a la industria de la moda es dotar a sus iconos de nombres e historias que nos hagan desear todavía más el objeto en cuestión. Un bolso no es que sea menos bolso por tener una identidad otorgada al azar, pero si debe su silueta a, por ejemplo, una musa de renombre internacional es casi seguro que nos vaya a gustar más. Mucho más. Porque tenerlo, sentirlo y pasearlo sería, en ese caso, como sentirnos más cerca de alguien que nos inspira también a nosotros. Las musas del lujo son también las nuestras.
Una atracción es, a efectos prácticos, un sentimiento por algo o alguien, a menudo incontrolable y sin razón aparente. Pero ahí está, palpitando. No es que los bolsos ejerzan eso sobre quienes ven en estos complementos de moda el ingrediente necesario para completar y elevar un look y una actitud, pero si el accesorio lo firma Louis Vuitton y guarda en sus entrañas un trocito del alma de Coco Chanel, entonces y sólo entonces, esa fuerza explosiva que nos mantiene en los aledaños del deseo, por ende, se manifiesta.
Esto ocurre con el bolso que cambió hasta tres veces de nombre y está inspirado en ese movimiento artístico que cedió la primera fila de la influencia a las líneas y formas limpias y arquitectónicas. El art decó.
Popularizado entre los años 1920 y 1939, este tipo de arte se definió como un sólido estilo decorativo: la elegancia y la sofisticación son sus claves. Y es aquí el momento histórico en el que se inserta la anécdota más memorable de uno de los bolsos icono de la firma francesa. Primero, modelo Squire, más tarde, bautizado como Champs-Elysées [en honor a la avenida parisina más famosa de la ciudad) y, finalmente, Alma. El nombre que perduró en el tiempo y que encuentra su razón de ser en la Place d’Alma. Aunque el alma de esta plaza no es la única que da sentido al segundo bolso de la Maison [el primero fue el modelo Speedy].
Cuenta la leyenda que fue Coco Chanel quien hizo su encargo a medida en 1925, por entonces ya diseñadora de excepción, y que sólo cuando ella dio su autorización para comercializar, en 1934, Gaston-Louis Vuitton, nieto del fundador, lo rediseñó para adaptarlo al gran público.
90 años y varias agitaciones del sector en materia de tendencias después, Alma ha tenido grandes y variadas embajadoras. Desde Jackie Kennedy hasta las Kardashian, Paris Hilton o Rihanna. Sus nombres son sólo algunos de los que circulan en el bombo de la popularización de esta insignia de marca. Ahora, su última reedición viene con variaciones, como su reinterpretación en todos los materiales que trabaja la firma, para una mayor funcionalidad de la que ya guarda en su ADN. Con más accesibilidad y espacio interior que otros Alma, el lanzamiento más reciente viene provisto de una estética más impactante. Se llama Alma 103 y alberga un espíritu todoterreno. Del día a la noche, su figura está pensada para acompañar veladas desenfadadas a la salida del trabajo o ser la protagonista de la más íntima a altas horas de la noche. La oficina y las celebraciones caben en su interior.
La alegría de vivir podría ser un Alma 103 de savoir-faire legendario y estética de cremallera, cierre abatible, asa corta y gama cromática neutra. Una obra maestra de artesanía que lo validan como un objeto de lujo y un elemento definitorio de una época y una corriente artística.