Sin “Ellas”, las primeras, las pioneras del feminismo, hoy yo no estaría redactando estas letras, ni tú podrías leerlas de un silbido. Sin su valentía, arrojo, fuerza, esperanza y tesón no reivindicaríamos juntas este día desde una libertad tan plena. Sin “Ellas” la igualdad real entre hombres y mujeres no se calzaría con esta seguridad que se respira en nuestras calles, en nuestras aulas, trabajos y hogares. Y aun así, a pesar de todo, todavía tenemos que seguir caminando por las que todavía se ahogan, aquellas que son maltratadas, manipuladas, ninguneadas y oprimidas, conmemorando este 8 de marzo y gritando sus nombres en silencio, porque una sociedad solo está completa cuando se compone de todas sus voces.
“Ellas”, empezando por Concepción Arenal, quien se vistió de hombre en 1841 para convertirse en la primera universitaria de nuestro país, cuando en esas ágoras nuestra presencia estaba prohibida. Al ser descubierta, y a pesar de que su rector reconoció que sus conocimientos superaban con creces a los de sus compañeros, le negaron otorgarle el título de abogada. Eso sí, consiguió asistir como oyente convirtiéndose no solo en la madre del feminismo español, sino también en la primera periodista en firmar sus artículos, aunque también lo tuviese que hacer bajo un pseudónimo masculino.
“Ellas”, siguiendo por Clara Campoamor, quien sembró a su paso nuestros derechos logrando derogar el artículo 438 del Código Penal, por el que los hombres podían matar a sus esposas solo con acusarlas de adulterio. Clara, quien llenó de luz las leyes, las letras y la política de nuestro país, logró que en 1931 se reconociera el sufragio femenino y que dos años después pudiésemos votar. ¡Qué nombre tan hermoso para la mujer a quien se atribuye una de las frases más valiosas de todos los tiempos: «el feminismo es una protesta valerosa de todo un sexo contra la positiva disminución de su personalidad»!
“Ellas”, y al evocarla su metafórico ducado resuena con fuerza: Rosalía de Castro. Una de nuestras escritoras y poetisas más importantes, capaz de alumbrar en el Siglo XIX a la literatura española creando personajes reales en los que nos dio identidad y reivindicó nuestros derechos. Rosalía, que plantó un jardín de realidades donde nos mostró que éramos mucho más que hijas, madres y mujeres. Un oasis donde nos dio espinas para defendernos y no depender de nadie y en el que nos enseñó a alzar nuestros tallos hasta saltar vallas y puentes.
“Ellas”, como Emilia Pardo Bazán, la primera catedrática de España, coleccionista de amores, seductora de cerebros y una de las más reputadas novelistas, periodistas y críticas literarias de esta piel de toro en la que recordó, con un elegante golpe en la mesa, que el acceso a la educación y a cualquier trabajo no dependía del sexo de quien lo solicitara, sino de su valía.
“Ellas”, como mi adorada María Moliner, quien firmó en 1967 el diccionario más hermoso de todos los tiempos, escrito a mano por ella misma, sin más ayuda que su talento y en el que cuestionaba a los miembros de la Real Academia de la Lengua Española.
“Ellas” son muchas, decenas, cientos, miles de heroínas, como María Telo, jurista que en 1975 nos liberó de yugos como precisar del permiso de un hombre para viajar, tener bienes propios, administrarlos, o acceder a un empleo, así como del grillete de deber obediencia a nuestros maridos, eliminando del Código Civil la discriminación jurídica entre hombre y mujeres.
“Ellas”, como Carmen de Burgos, “Colombine”, pionera del periodismo; la ilustradora Flavia Álvarez-Pedrosa Pruvost, “Flavita Banana”; la matemática Marta Macho; la ilustradora Raquel Córcoles, más conocida como “Moderna de Pueblo”; la astronauta Sara García o la creadora del “Club de Malasmadres”, Laura Banea. Porque todas “Ellas”, las de ayer, las de hoy y las de mañana, recorremos juntas el mismo camino, ese que aplanaron para nosotras y este que estamos ahora mismo escribiendo, donde las estelas de “quieros” y “sí puedos” nos arropan cada noche y nos llenan de sueños.
Gracias a todas las que apartasteis las piedras que nos cosían los pies a mordiscos, a las que distéis vuestra vida, honor y comodidades para que hoy os recordemos en este artículo. Gracias también a nuestras madres, a nuestras abuelas y a las que las precedieron por cosernos las alas y hacernos sentir siempre libres y completas. Gracias también a nuestros padres, abuelos, hermanos y compañeros por admirarnos, por vernos como iguales y por ser una parte esencial de este cuento. Vamos a seguir escribiendo finales felices y a luchar juntos por muchos marzos repletos de talento.