Soy una mujer de otro siglo. No busco hacer una analogía romántica, ni esgrimir que me hubiese gustado nacer entre muselinas y palacios. Sino que, a diferencia de mis sobrinos, Rodrigo y Hugo, que se presentan con su año de nacimiento: “somos un 9”, en mi caso me tengo que remontar ni más ni menos que a 1978. Nací en un periodo que suena a transición, a turbulencias políticas y al nacimiento de aquella Constitución, tan laureada en otros tiempos y tan manoseada en estos.
Me críe en una década en la que nacía “La Movida”, canté a grito pelado canciones mal grabadas de la radio a través de mi walkman rojo y crecí sin Internet, con libros de texto heredados y en aulas en las que superábamos los 40 alumnos, porque, como habrán adivinado, yo también fui EGB. Alquilaba películas en el videoclub del barrio, jugaba con mis amigos en la calle a las cartas, al baloncesto o al bote y todavía no me explico cómo no perdí la movilidad tras acoger cientos de saltos sobre mi espalda con aquel atentado infantil llamado “el burro”.
Soy de esa generación que no se cansa de escuchar a las legendarias bandas de los 90, para la que su adolescencia fue la más feliz y libre de nuestra historia y que defiende a ultranza los valores en los que nos educaron unos padres que supieron insuflarnos autoestima, valor y coraje para convertirnos en las personas que soñábamos ser.
Pero no es verdad aquello que buscaba en su baúl de los recuerdos Karina, ni debemos tirar de melancolía para creernos que cualquier tiempo pasado fue mejor. Las jóvenes que nos vistieron se cosían de complejos, andaban por la vida agachadas, con una cazadora atada al culo, y escondían sus curvas, sus rostros y sus sentimientos. No hablábamos de sexo, nos sentíamos demasiado altas, demasiado bajas, muy gordas o delgadas. No creíamos que fuésemos listas y las pocas que enunciábamos en alto nuestras vocaciones éramos vistas como frikis y tildadas de locas. Vivimos bajo estereotipos inalcanzables, con aquellos 90/60/90 tatuados a fuego, y escondíamos las barrigas que entonces no teníamos, mientras buscábamos que nadie posase sus ojos en nuestras caderas. Ancha es Castilla y las castellanas, nos decían nuestras madres, mientras las Top Model de la época se reían de nosotras desde las revistas femeninas, cuajadas de artículos curiosamente machistas, y cuyos consejos nos creíamos a pies juntillas.
Sin ser del todo consciente de esta realidad, y presa todavía del síndrome de la nostalgia, estaba probándome un maravilloso vestido de moda Adlib firmado por Ivanna Mestres, cuando le pregunté a mi sobrina de alma, Alejandra (ella es un 08), qué le parecía mi look para asistir a un gran evento de Forbes. Le dije que, por supuesto, me pondría una combinación debajo y un sujetador sin tirantes, cuando me respondió con una sonrisa: “¿para qué tía Mon? Estás preciosa y no hace falta que te pongas nada debajo, ¡que ya no estamos en los 90!”. Así, de golpe y porrazo, una niña de 15 años comenzó a desmontarme los prejuicios adquiridos durante todos estos años, recordándome que todos los cuerpos son bonitos, que ya no hay ningún canon normativo establecido y que ella me veía guapísima. No les voy a aburrir con detalles de aquella fiesta, pero nunca me había sentido tan cómoda con menos ropa.
Al final, yo, que pensaba que las mujeres del siglo pasado éramos más libres que las de hoy, respiré al ver cómo Álex me quitaba unos grilletes que no era consciente de llevar y me mostró un camino que quiero recorrer con ella sin miedo a nada. Vamos a desenmarañarnos de mochilas vacías que pesan mucho, a querernos mejor, a abrazarnos con fuerza y, si luego queremos, a disfrutar con idéntica alegría de un temazo de C Tangana, para pasar a otro de Nirvana o de Antonio Vega. Porque llevamos demasiado tiempo con los prejuicios enredados y nos merecemos bailarles con una melena limpia de estereotipos y de chorradas.
Gracias, Alejandra, y lo siento, Kate Moss, Jennifer Aniston y Cindy Crawford, pero a mis 45 tacos ya no os envidio en nada. Me he reconciliado con mis curvas y con todas mis tallas y no concibo una vida a base de ensaladas.
* Montse Monsalve reside en Ibiza, es periodista y socia fundadora de la agencia Imam Comunicación.