Si toda buena literatura es una invitación a un viaje, este comienza con una niña que se despierta vomitando agua. Surge entonces el intenso recuerdo de un extraño sueño. Una mano le tiende un trozo de papel, escrito en ruso: tu madre ha muerto. La referencia a El extranjero de Albert Camus –“Mamá ha muerto hoy o tal vez ayer”– sobrevuela el comienzo de esta deslumbrante primera novela, La ciudad prometida (Impedimenta, 2023) de Valentina Scerbani (Moldavia, 36 años). El relato nos sumerge en la intrahistoria emocional de un lugar al que la guerra en Ucrania ha vuelto a poner de actualidad.
Esta joven escritora, educada en las universidades de Venecia, Barcelona y Montepelier, y periodista de profesión, inicia su carrera literaria acumulando premios y parabienes. La Asociación Nacional de escritores moldavos recibió la novela nombrándola como “Mejor de debut del año” y, fuera de las fronteras de su país, fue candidata al Premio Escritor Joven del Año en Rumanía. Esta obra hay que incluirla dentro la explosión cultural que viven Rumanía y Moldavia después de la caída del Muro del Berlín. Autores como Mircea Cărtărescu, Ovid S. Croitoru o Lavinia Braniște han abierto a los lectores de todo el mundo un complejo universo. Los temas de la identidad dentro de un mundo globalizado, la migración constante y las huellas de un pasado convulso atraviesan unos relatos donde realidad y lenguaje se confunden.
A diferencia del famoso personaje de Meursault en la novela de Camus, un hombre impermeable a sus propios sentimientos, la protagonista de La ciudad prometida se contagia todas las emociones que emanan de los paisajes y sus gentes para crear una atmósfera poéticamente hipnótica. Tenemos claro apenas un puñado de trama: Illeana es una adolescente al cuidado de sus tías, María y la Otra, mientras su madre se recupera de una enfermedad grave. Lo justo para adentrarnos en un ambiente húmedo que “apesta a comunismo y soledad”, donde la lluvia es una presencia constante y los silencios cortan el aire más que las palabras.
Moldavia, candidata a formar parte de la Unión Europea y frontera porosa con una Ucrania en guerra es, ciertamente, una cicatriz donde aún supuran las guerras del siglo XX. Anexionada a la Unión Soviética mediante un código secreto del pacto Hitler-Stalin de 1938, sufrió en los años 90 una guerra civil que dio lugar un estado satélite ruso (Transnistria) dentro de sus propias fronteras. Como si su historia estuviera flotando siempre en suspenso, merced a vaivenes geopolíticos que poco o nada tienen que ver con la voluntad de su pueblo. Si uno viaja por Moldavia, como tuve la oportunidad de hacer en 2005, a cada paso surgen mujeres en tránsito permanente, cargadas de bolsas o jaulas con animales, con pañuelos de colores vivos y en la cara un gesto duro, fatalista.
Esta novela nos interna en la intimidad de estas personas con una prosa oscura, siniestra y desgarrada. Una combinación que Scerbani domina con inusual maestría. La protagonista convive con sus tías en una casa ajena y trata de familiarizarse con las costumbres de su nuevo hogar. El ambiente está cargado de trabajos pesados. No existe el ocio como tal y todo está ligado a una difícil supervivencia. Es un mundo prácticamente femenino, los hombres sólo son recordados por su palizas y sus salidas de tono. No para de llover en toda la novela y el lector llega a distinguir entre una variedad infinita de texturas, ritmos y formas de calar los huesos.
Algo importante esta sucediendo en esta equina remota de Europa. Algunos organismos internaciones califican al país como “agujero negro de Europa” porque en su “zona rusa” los controles finacieros y de armamento brillan por su ausencia. Sin embargo, esto sólo cuenta un parte de la historia, la otra, la emocional, nos habla de un conflicto sordo entre oriente y occidente, entre la supuesta modernidad y una tradición que hunde sus raíces en la imperio bizantino. Y una buena manera de introducirnose en este contradictorio territorio es comenzar leyendo esta novela.