La costura tiene mucho que deberle a Elisa Lacambra (1933-2023), una mujer que nació en la Barcelona de la preguerra civil, en el seno de una familia humilde, y levantó un imperio de la forma más discreta y generosa posible: dejando que otra mujer, su suegra, ocupara el primer puesto.
Tras tres años trabajando en el mercado del Ninot y tras dejar Manresa [su lugar de residencia] para probar suerte laboral en Barcelona, a los 17 años comenzó a trabajar con Carmen Mir en su firma de nombre homónimo, la misma que dibujaba una moda real, elegante y distinguida. Junto a ella aprendió el oficio y se empleó a fondo como cosedora y oficiala en los talleres de la marca. Una vez controlado el trabajo, fue la misma Carmen quien enseñó a Elisa a modelar, con la intención de iniciar en ella una nueva etapa.
Y etapas inició muchas, porque una vez fue conocedora del oficio desde sus entrañas y habiendo tocados todos los sectores de la marca liderada por Carmen Mir, a los 19 años se casó con Gabriel, hijo de Carmen, y sus labores dentro de la marca ya familiar se volvieron múltiples, diversas y enriquecedoras. Comenzó para ella su ciclo más personal, familiar y profesional, ya que poco a poco fue asumiendo las riendas de las diferentes áreas de la marca y para los 25 años ya era la mano derecha de Carmen Mir, su suegra, y la encargada de aportar a la compañía una visión más fresca y moderna para la época. Nada fácil teniendo en cuenta la distancia generacional entre las dos mujeres.
En la buena dirección
A diferencia de la norma que dicta el cliché de las relaciones entre suegra y nuera, Mir y Lacambra rompieron los parámetros de conexión entre dos personas y juntas hicieron de la empresa lo que muy pronto fue: un sello de moda de referencia en el sector nacional; y aquí viene la relevancia del asunto, también a nivel internacional. De la mano y haciendo honor al significado de dupla, estas dos mujeres empresarias, fuertes, poderosas y talentosas consiguieron lo nunca visto, que la NASA se fijara en ellas para rendir homenaje al viaje del hombre a la Luna con un desfile en Houston.
Esta invitación fue un golpe de efecto real tanto para la marca Carmen Mir como para el resto de marcas del sector. Había una estrella entre tanta competencia y tenía nombre de mujer. Realizar para la NASA un vestuario ad hoc e inspirado en el traje de Neil Armstrong cuando pisó la Luna fue un paso más para la humanidad pero un gran paso para ellas, quienes de manera automática posicionaron sus diseños de alta costura y prêt-à-porter en el mundo, mayor mérito si tenemos en cuenta que este país no figuraba entre las referencias occidentales cuando se hablaba de moda.
De esta manera, la marca que un día arrancó Carmen Mir con el diseño y confección de un traje a medida para una amiga, se convirtió en un foco de aprendizaje para una industria entera que asistió a su despegue internacional. Y fue ella, Elisa Lacambra, quien posicionó Carmen Mir en el mapa más allá de nuestras fronteras. Lo hizo con el tesón que tanto le caracterizó, con su instinto aprendido para los negocios y con esa visión futurista con la que guío una marca desde una segunda posición, dejando la primera fila a su suegra, la artífice del fenómeno.
Desde la discreción, Lacambra trabajó duro para que en los años 60 la firma ya exportara a distintos países y que diferentes marcas neoyorquinas de la Quinta Avenida, como Saks y Begdorf Goodman, se interesaran por sus propuestas creativas. Más tarde, pero a velocidad de crucero, Carmen Mir desfiló en las mejores pasarelas y fue objeto de deseo para alguna que otra personalidad. Algo impensable en unos años en los que la moda española no figura en el radar para estas cosas. Pero el trabajo constante es lo que tiene, que da sus frutos y tanto Lacambra como Mir supieron trabajar el terreno para moverse por este circuito de éxito en éxito, como el que supuso, un poco más tarde, el mencionado acontecimiento de la NASA.
Desde la perspectiva que da el paso del tiempo y tras una minuciosa revisión del pasado, la historia de Elisa Lacambra es un claro caso de emprendimiento femenino en un mundo de hombres por antonomasia, tanto por el sector elegido como por la falta de mujeres en el mundo empresarial. Y este año, con motivo de su fallecimiento, conviene recordar que el emprendimiento en manos femeninas no es un invento de los nuevos tiempos.