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Acantilados de cristal: qué son y cómo afectan a las mujeres que logran acceder al poder

Young woman working at the office. Standing near window with city panorama in background

Sabemos desde hace años que son pocas las mujeres que logran acceder a puestos de poder. Ya sea en grandes empresas, en política, en la esfera pública o en la universidad. Son varios los fenómenos que lastran a la mitad de la población para alcanzar la cima social, económica o política. Los suelos pegajosos nos atan a las tareas domésticas, a aquellas funciones feminizadas que no se remuneran: los cuidados, la limpieza, la carga mental de la familia. Y los techos de cristal son esos límites invisibles que nos impiden seguir ascendiendo en la esfera laboral o pública. Sin embargo, cada vez son más las mujeres que logran superar ambos obstáculos. Pero cuando llegan a la cima aún les queda enfrentarse a una nueva realidad: los acantilados de cristal.

Este nuevo fenómeno explica cómo las mujeres tienen muchas más posibilidades de liderar proyectos cuando las circunstancias son adversas, en medio de una crisis o cuando hay más probabilidades de fracasar.

Esto ocurre por varios motivos: porque se nos atribuye una mejor capacidad para liderar en momentos difíciles, por características estereotipadas como la empatía o la efectividad; porque las empresas u organizaciones colocan a una mujer en puestos de visibilidad para demostrar que están cambiando las cosas para afrontar las crisis; o porque es solamente en circunstancias adversas cuando los hombres dan un paso atrás y ceden cuotas de poder.

El término acantilados de cristal (glass cliffs, en inglés) fue acuñado en 2004 por la investigadora de la Universidad de Exeter, Michele K. Ryan. Lo que Ryan logró en su momento fue darle la vuelta a un artículo publicado en el periódico londinense The Times que aseguraba que las empresas con más mujeres en puestos de poder tendían a funcionar peor. Aquello le rechinó y, con los mismos datos, llegó a la conclusión opuesta: que era precisamente cuando las circunstancias eran adversas cuando las mujeres podían acceder al poder. Y en esas condiciones, claro, era más probable que fracasaran.

«El artículo informaba de que las empresas con más mujeres en los consejos tendían a tener un peor funcionamiento. Afirmaba que las mujeres que atravesaban el techo de cristal estaban ‘causando estragos’ en las empresas. Eso no nos sonó bien e hicimos un análisis de los mismos datos que demostró que no era que las mujeres provocasen el mal funcionamiento de las empresas, sino que el hecho de que la empresa ya estuviera funcionando mal era lo que provocaba que se nombrase a más mujeres para puestos de liderazgo», cuenta Ryan.

A partir de ahí, Ryan empezó a ahondar en la investigación, junto con su compañero Alexander Haslam. Demostraron que los acantilados de cristal están muy relacionados con los estereotipos y que tienen una explicación multifactorial.

«Suele asociarse a las mujeres el estereotipo de que somos buenas en la gestión de crisis. También ocurre que los hombres se protegen dentro de su endogrupo, evitando posiciones de liderazgo difíciles o precarias. Y puede darse el caso de que las organizaciones quieran demostrar hacia afuera —a los accionistas, a sus clientes— que están haciendo algo diferente para hacer frente a las crisis», explica la investigadora.

¿Acantilados o precipicios?

También comprobaron que el fenómeno ocurre en todos los ámbitos, pero especialmente en aquellos donde las mujeres llevan unos años rompiendo los techos de cristal, como la política, las grandes corporaciones, los deportes y la cultura.

Cecilia Castaño, catedrática de economía aplicada en la Universidad Complutense de Madrid, lleva años estudiando este y otros fenómenos que afectan a las mujeres en el mercado laboral. «El término que acuñó Ryan se puede traducir también como precipicios de cristal, y a mí me gusta más: da más la sensación de que te vas a estrellar», aclara antes de empezar la conversación.

«A nivel empresarial básicamente sucede cuando hay una situación de crisis de la que es muy difícil salir, como por ejemplo un despido masivo de gente o un cierre de una fábrica; ahí es bastante frecuente que pongan a mujeres al frente. Puede que el presidente de la empresa sea un hombre, pero se encarga una mujer del trabajo sucio. Por varios motivos: porque es una carga de trabajo brutal, porque también tiene una carga emocional muy importante y porque tiene un coste personal«, asegura.

El trabajo sucio, para las mujeres

«El resultado es que cuando llegamos a puestos de responsabilidad se da una división sexual del trabajo: los hombres se ubican preferentemente en espacios más visibles, más brillantes, y las mujeres en lugares que te queman y no te dan méritos. Sucede en el ámbito de la economía y de la empresa, pero también en la Universidad», asegura Castaño. Un ejemplo muy representativo es el de Carly Fiorina en HP, que fue nombrada presidenta justo cuando había que hacer una reestructuración enorme en la empresa tecnológica.

El fenómeno se entiende muy bien a través de varios ejemplos en el ámbito de la política: Christine Lagarde fue nombrada directora gerente del Fondo Monetario Internacional tras la crisis del euro, en 2011; el ascenso de Inés Arrimadas a la presidencia de Ciudadanos llegó después de que su antecesor, Albert Rivera, perdiera 47 escaños en las elecciones; la nueva dirección coral de Podemos, compuesta en su mayoría por mujeres, se formó tras la dimisión de Pablo Iglesias y teniendo que gestionar una pandemia desde el gobierno.

Para Cristina Hernández, socióloga especializada en políticas públicas de igualdad, la clave está en la disputa de poder. «Cuando las cosas van bien, el liderazgo no se discute, es de ellos. Y la tarta del poder no crece: para que nosotras accedamos, ellos tienen que renunciar a espacios, que solo ceden en situaciones precarias», explica. Critica además el tipo de liderazgos que se nos construyen a las mujeres: «Al llegar a los puestos de poder en estas situaciones precarias, es con liderazgos débiles, suelen ser mujeres poco conocidas. Y ahí se queman muchas mujeres», asegura.

La pandemia también afecta

Como en todos los ámbitos, la pandemia del coronavirus también ha afectado a este fenómeno. Desde el inicio de la crisis proliferaron en prensa artículos que apuntaban a la capacidad de liderazgo de las mujeres en puestos de poder, en lo bien que estaban los países en que ellas gobernaban. Pero, ¿es realmente así o estamos ante un nuevo caso de acantilados de cristal?

Las investigadoras Clara Kulich y Ruri Takizawa, de la Universidad de Ginebra, están trabajando en este tema, en línea con el trabajo de Michelle K. Ryan, y aseguran que estas afirmaciones están relacionadas, una vez más, con los estereotipos: «Muchos periodistas y algunos investigadores observaron que las representantes políticas, como Jacinda Ardern o Angela Merkel, mostraron mejores respuestas y cualidades de liderazgo que sus homólogos masculinos, como Boris Johnson o Donald Trump. Y eso se ajustaba a una visión estereotipada de las cualidades femeninas, como la empatía o la capacidad de volcarse con la gente».

«A medida que continuaba la pandemia, observamos muchos nuevos nombramientos de mujeres en puestos de liderazgo, algunas de las cuales también pertenecen a un grupo minoritario racial-étnico como Kamala Harris. Y esto no es coincidencia. Es genial que se reconozca el liderazgo femenino, pero también se debe hacer cuando no hay crisis. Si el liderazgo de las mujeres o las minorías étnicas solo aumenta en una crisis, esto puede ser contraproducente y dañarlas rápidamente, como explica Michelle K. Ryan», añaden las investigadoras.

Ni la cultura se salva

En el mes de junio de este año, se hizo viral un tuit de la gestora cultural Silvia Valle, en el que explicaba cómo funcionan los acantilados de cristal en su sector. Valle mostraba cómo, en pleno verano pandémico, habían aumentado los festivales que presentaban a mujeres como cabeza de cartel.

¿Era este un ejemplo de que las artistas estaban rompiendo el techo de cristal o se las estaba animando a precipitarse por un acantilado, con la incertidumbre de la oferta cultural post pandémica? Más bien lo segundo. Así lo explicaba ella entonces: «En el caso del Big Sound Fest vimos un cambio importante: Bad Bunny y Nicky Jam desaparecieron y dos mujeres pasaron a cabeza de cartel: Bad Gyal y Ana Mena. Esto, que parece una buenísima noticia, esconde un poco de trampa: el concepto del acantilado de cristal«.

Valle cree que esto no es anecdótico, sino que ocurre bastante, tanto en el sector cultural como en otros ámbitos. Para ella, un caso reciente y representativo es el nombramiento de Elvira Dyangani, que en julio de 2021 se convirtió en la primera mujer en dirigir el MACBA de Barcelona. Dyangani es comisaria de arte con una amplísima experiencia nacional e internacional: trabajó, entre otros, en PhotoEspaña, en la Tate Modern y en la Universidad de Londres.

El nombramiento fue muy celebrado en círculos feministas y entre la población racializada y migrante. Porque Dyangani es negra, hija de una familia procedente de Guinea Ecuatorial. Pero, igual que los ejemplos anteriores, el nombramiento podría tener trampa.

«Para empezar, tras anunciar su contratación, se anunció que la nueva estructura reduciría sus áreas de responsabilidad, restándole poder como directora«, explica Silvia Valle, y continúa: «Unos días después de esto se anuncia que el MACBA cancela por sorpresa su posgrado, dejando al alumnado internacional en el limbo. Hubo una gran polémica, y ella se llevó la culpa a pesar de que no entraba oficialmente al cargo hasta septiembre. Contratar a una mujer como directora es imprescindible, pero a ello debe acompañarle prácticas feministas y estas desde luego no lo son», zanja Valle.

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