El ascensor de Late Xou abre sus puertas como si fuera un telón: en él siempre aparece Marc Giró atusándose su impecable traje, junto a un grupo de personas random. Y cuando el invitado o los invitados entran en escena, alguien pregunta adónde van. A continuación, todos bailan una coreografía comprimida. En este escueto espacio, que podría ser heredero de la 13 rue del Percebe, se crea semanalmente el avance del late night show más irreverente y divertido de la televisión. Un programa que hace menos de un año dio el salto de TVE en Catalunya a toda España a través de RTVE Play y La 2 y que ha convertido a su presentador en una estrella.
Pero, siendo justos, Late Xou con Marc Giró no es su única carta de presentación. Este presentador, periodista y escritor nacido en Barcelona hace casi cincuenta años –él asegura tenerlos ya, aunque los cumple el 18 de septiembre– es un todoterreno. Licenciado en Historia del Arte, pasó casi dos décadas trabajando como editor de moda en la revista Marie Claire, aunque él ha ido mejorando sus dotes de comunicación a lo largo de casi treinta años en diversas colaboraciones en radio y televisión. Y es un personaje difícil de olvidar. Actualmente reside en Barcelona, donde además del programa de entrevistas por el que recibieron el premio Ondas al Mejor contenido de proximidad en 2023, compagina con su trabajo en Rac-1, emisora donde dirige y presenta el magacín diario Vostè Primer.
“Hacer entrevistas es el primer grado de la psiquiatría o de la terapia psicoanalítica”, empieza explicando Marc al otro lado de la línea, asegurándose de que habrá registro de la conversación. Lo dice a propósito de una ocasión en la que, tras una conversación con la actriz Diane Kruger, descubrió que no había grabado nada: “La segunda vez fue mucho mejor, creo que se acercó más a la verdad. Porque como en las entrevistas todos queremos gustar, si la repites, buscas mejores formas de contar quién eres”.
Entrevistar a Giró equivale a pagar una entrada para un espectáculo. Su discurso es rápido, espontáneo y a veces desordenado, pero siempre divertido. “Hay quien dice que hago humor. Pero no hago humor. Yo lo que trato es de estar alegre”, aclara este hombre que ejemplifica aquella máxima de Montaigne de que la prueba más clara de la sabiduría es una alegría continua. “Y me esfuerzo por estar alegre porque en general tengo muy mala hostia. Ya de pequeño tenía mal carácter. Por eso me dijeron: por favor, intenta mantener el encanto –o sea, la alegría– y ser educado”.
Otro rasgo de su identidad es su impecable aspecto –“con un traje azul marino vas que ardes”, concede él– pero sabe que las palabras siempre son el mejor rasgo de distinción. A Forbes se dirige de usted, y lo hace con una encantadora picardía: “Imagino que en su revista tendrán muy estudiado esto del éxito. Pero yo estoy donde estoy gracias a la democracia”, y enumera sus razones: “Soy del año 74, y aunque Franco duró un año más, gracias a todos los que hicieron la Transición me permitieron crecer en democracia: disfrutar de todos los servicios públicos, la sanidad, la educación… y hasta tener un Goya en el Museo del Prado. Y digo esto porque a veces veo a gente que resulta que tiene éxito por su cara bonita o porque ha trabajado mucho, pero no es mi caso: yo simplemente he nacido en democracia”.
Para entender parte de su éxito, tal vez haya que remontarse a unas décadas atrás. Siendo Marc un adolescente, su padre instó a él y a sus hermanas a dos cosas: que aprendieran a tocar un instrumento y practicaran algún deporte. “Él, que había sido boy scout y vivió la posguerra, quería que sus hijos, aparte de seguir alfabetizándonos, tuviéramos espacios para desarrollar la libertad y la creación personal”, recuerda. “Y nos animaba a tocar un instrumento, como si fuésemos señoritas del siglo XIX. Como en la escuela pública ya nos alfabetizaban, se empeñó en eso de ahondar en uno mismo, de informarse, tener criterio propio y espíritu crítico, pero también que tuviéramos espacios de descanso. A mí, por supuesto, en esa época todo eso me parecía un rollo”. Pero como no parecía haber negociación posible, a él se le ocurrió la solución: “A lo de la música respondí que lo único que me interesaba era tocar el arpa. Mis hermanas se tronchaban, pero mi padre lo intentó. Lo que pasa que ¿dónde metes un arpa?, además de que es un instrumento dificilísimo. Y desistió”. Después relata que, inspirado por esa idea del tamaño y la dificultad, propuso como deporte montar a caballo. “Y ya me jodió que lo consiguiera…”, relata divertido: “Ahora, no te creas que aprendí a montar en Pineda, en Sevilla. Fui a una escuela del ayuntamiento, todo público, con caballos públicos. Aunque visto a día de hoy, no me fue tan mal. Por eso siempre digo que a los hijos hay que hablarles a partir de los cincuenta. Si mi padre me dijera eso que me dijo siendo adolescente le diría, ‘por supuesto, papá’, y nos abrazaríamos, que es lo que hacemos ahora. Yo, más sabio y él, sin el peso de la masculinidad. Porque a los hombres, con la edad se les diluye la masculinidad. Y cuando se quitan eso de encima son personas estupendas”, sostiene. “Yo, en mi adolescencia, hice caso a Freud a pies juntillas, con eso de ‘matar al padre’, y no le hacíamos ni caso: por eso, desde aquí, también digo a todos los padres que tengan hijos adolescentes que, si tienen un buen consejo para ellos, se lo den, pero no insistan. Porque el adolescente, si es más o menos listo, ya lo entenderá”.
Lo que Marc entiende muy bien es que en su sector el trabajo en equipo es fundamental. “Es exactamente así. Quienes se crean que lo suyo sale de su propia cabeza son mamarrachas integrales”. Aunque aclara algo más: “El éxito del Late Xou es de Santi [Villas, director del programa y también su marido] y es una maravilla total. Yo llego, hago lo que me dice que tengo que hacer y me voy. Y él lo tiene todo controlado. Él ideó el programa, lo vendió, me puso a mí de muñeco, y estoy en muy buenas manos. Y no lo digo porque sea mi marido, es que es así. Ahora me doy cuenta, después de muchísimo tiempo, de que ¡es mejor director de televisión que marido!”, bromea.
Marc confiesa que tampoco confía mucho en las ideas con un sencillo “prefiero la acción”. Y lo explica: “En realidad no soy muy perfeccionista y no estoy esperando nunca la mejor idea. Yo digo: tengo esta y vamos a ver qué pasa. Milagros a Lourdes. Pero tampoco me fío mucho de mi criterio, y lo tengo, pero me sorprende la gente que se fía mucho de su criterio. Lo que sí hago es escuchar a los que tengo alrededor. Pero sobre todo, en el trabajo estoy por la labor. Ora et labora, pero sobre todo labora. Tal vez usted se pensaba que yo era como una señorita salonière. Pues no, soy un hombre de acción”.
Sus intervenciones, sin embargo, están plagadas de improvisaciones geniales que en ocasiones se salen del guion. “Muchas veces en mi oficio digo o hago cosas porque de repente estoy en directo y arde algo… pero tampoco sabría decir exactamente por qué ni de dónde proviene, que no sea, como decía antes, de la democracia. Es decir, que como ser alfabetizado leo, me informo, y también que vivo en una ciudad en paz, que es una cosa importante que no conviene olvidar. Porque ahora que se habla tanto de trabajar por la paz… puestos a trabajar, en vez de para la industria armamentística yo preferiría hacerlo para Chanel o L’Oréal Paris, ¿no? Trabajar para ir a comprar una cosa mona o unos tomates ecológicos”.
Las audiencias son la espada de Damocles para cualquiera que se dedique a la televisión. Y aunque él desgrana lo precisas que son ahora, prefiere no estar al cabo del detalle: “Sé que las audiencias van bien porque me van renovando, es decir, lo voy notando empíricamente. Ahora, de todas estas máquinas que miden el minuto y el segundo yo ya he dicho que a mí no me lo cuenten durante el programa. Lo que sí sé es que este tipo de periodismo de audiencias es falso y estoy convencido de que lo que hace es que nos acabemos interesando sólo por cosas muy subidas de tono, del tono que sea: ya sea el de una bronca política, un asesinato con muchísima sangre o una violación. Que ese tipo de cosas pasan, sí, pero habría que pensar si nos tienen que interesar tanto como parece”.
Tanto en sus entrevistas como en sus monólogos, Marc Giró es capaz de abordar o defender cualquier cuestión libremente, desde la actualidad a la política, pasando por el feminismo, antirracismo o la defensa del colectivo LGTBIQA+ hasta la economía. Nada se le resiste, y con humor, menos. Sin embargo, sus reflexiones son profundas: “Ya desde la prehistoria siempre hay alguien que compra y alguien que vende. Pero yo creo que la cosa estaría en organizarlo de tal forma que podamos vender y comprar todos de una forma equilibrada. Y con equilibrio quiero decir que se pueda. Estoy a favor del libre mercado, pero dejando que el otro respire”, cuenta serio. “Para atraer éxitos es buenísimo que la gente tenga un trabajo digno y bien pagado, pero que también descanse. Y que se desarrollen las personalidades y el alma. La carestía y el hambre son terribles, pero también el exceso posiblemente sea terrible. No hace falta meterse en una máquina para oxigenarse o esas cosas raras que hacen los ricos. No, no, el espíritu se desarrolla igual tocando el piano, aunque sean cuatro notas o ir a un concierto porque sabes quién es Mozart, o haciendo un poco de deporte, pero sin pasarse. Hay que ser competitivo, pero elegante”.
Pese a ser un experto en moda y estilo, a propósito de la elegancia en el vestir, Giró confiesa que hace mucho tiempo que no piensa en esa frase de ¿qué me pongo? “Soy muy austero. De hecho ya no me compro nada. Hace muchos años, cuando trabajaba en la revista de moda, una vez entrevisté a Isabel Preysler, y yo quería ser como ella y comprarme un Keepall. Así que con mi segundo sueldo un día fui a la tienda de Louis Vuitton como un yonqui y me compré el bolso. Pero luego estuve dos meses sin comer. Con eso aprendí que esa vida no era para mí. Porque pensé ¿y ahora qué como? ¿El Keepall?”.
Asimismo reconoce que tampoco le gusta viajar: “Yo ya lo he hecho por trabajo y por placer, pero creo que ahora tienen que viajar los que no lo han hecho. A mí ya no me apetece, más habiendo tanta gente que tiene que hacerlo por necesidad. Diría que el turismo ahora me parece hasta de mal gusto”. Por eso, años después de haberse comprado aquel bolso de lujo, confiesa que, más que a Isabel Preysler, ahora le gustaría ser Mayte Martín.
Y hablando de productividad, también tiene algunas recomendaciones: “Es que esto de que la producción se entienda como ‘hay que darlo todo’… No, no. Hay que dar lo justo. El otro día leí la historia de un señor de un país escandinavo que era barrendero. Y con el sueldo que tenía de barrendero por la mañana, tenía dos o tres caballos de carreras, practicaba el turf, nivel jeque. A mí ese modelo de sociedad me gustaría: que un señor pueda tener un trabajo duro pero muy bien pagado y tiempo libre”.
Por eso asume que, a estas alturas ya no se va a hacer rico: “Veo claramente que no me voy a hacer rico porque no quiero serlo. De hecho, me parece una anomalía. Yo veo a ricos que hacen cosas rarísimas. No estoy en esas”.
Lo que sí reconoce que tiene es facilidad para el baile. “Sí, tengo ritmo, sé bailes de salón, sé bailar un tango o un foxtrot. Eso sí, nivel usuario. Pero no entiendo cómo no lo enseñan en las escuelas: un poquito de bailes de salón, un poco de rock y algo de samba, y con eso vas a todas partes”.
“Cásate conmigo y nunca más miraré a otro caballo”, decía Groucho Marx en una escena de Un día en las carreras. La frase viene a cuento de su deporte favorito: la equitación. Y habla de su propio caballo, un silla francés que tiene desde hace treinta años –“ya no lo monto porque sería inconstitucional” –bromea. Pero sigue comprándole piensos especiales e hidratados, porque, asegura, estos animales, a medida que se hacen viejos a veces se olvidan de beber. No es su caso, aunque él asume que cumplir cincuenta te obliga a cuidarte más: “Soy como una trapecista y tengo que estar centrada: yo paso la maroma todo el rato, así que cómo ir a cenar un martes si al día siguiente tengo que estudiar o aprender esto o lo otro. Tengo que entrenar este cuerpo”. Y, con respecto al caballo, aclara algo más: “Soy un caballero porque tengo caballos, es así. Pero yo me he creído siuox, y los sioux necesitamos montura para salir pitando en cualquier momento”.