Si la paz y la cordialidad gobiernan en las oficinas, en realidad es porque no existe la suficiente confianza como para expresarle a un compañero todo lo que uno detesta de él. El problema de Erwan Bouroullec (Bretaña, Francia, 1976) es que trabaja con Ronan, su hermano mayor al que empezó a ayudar en su estudio de París hace más de 20 años hasta que, en 1999, los dos tomaron la decisión de firmar juntos muebles, objetos, instalaciones y tiendas, como una pareja. Un dúo que está haciendo historia en el terreno del diseño, sí, pero que entre medias ha discutido lo suyo. Y todavía siguen, solo que ya no comparten mesa. “También porque somos más independientes, hay confianza. Hubo un tiempo en que necesitábamos hacerlo todo juntos, ahora no”, sostiene el francés. “El estudio ha crecido, tenemos a más gente, así que uno puede estar con sus proyectos, el otro con los suyos y nos unimos solo para cosas específicas”.
Que la forma de trabajar de los Bouroullec haya cambiado no significa que su aproximación al diseño sea distinta a la de antes. Eso sigue intacto. Se ve en Joyn, el sistema de mesas que firmaron en 2002 para la marca suiza Vitra, una plataforma-escritorio que se alargaba, era capaz de dividirse, permitía añadirle separadores, llevaba flexos de quita y pon y una superficie adicional en la que cabían bandejas de comida, enchufes y archivadores, todo con la idea de trabajar a solas o en equipo, pudiendo despejar la superficie rápidamente en caso de que hubiese una reunión de última hora.
Hoy, dice Erwan, están reformulando su ingeniería, le han quitado el soporte central de modo que la nueva mesa, ahora de seis metros de largo, pueda sostenerse con tan solo cuatro patas, dos a cada extremo. “La ves y parece un avión, es muy bonita”, opina él, a la vez que promete que nadie notará ninguna diferencia: “La mentalidad que lleva detrás es exactamente la misma que la original”.
Entre los clientes para los que trabajan en su estudio figura la firma finlandesa Artek, las danesas Hay y Kvadrat, Established & Sons de Inglaterra, italianas como Magis, Cassina y Glas Italia. O Nanimarquina de Barcelona. Pero uno de sus primerísimos encargos fue aquel, el de Vitra, en el que borraron los códigos de un escritorio de oficina hasta convertirlo en una mesa que no parecía de jefe o empleado, tampoco de gente joven ni mayor, ni cara ni barata. Simplemente, era una mesa que cumplía su función más primitiva, lo mismo que desde entonces Erwan y Ronan procuran en sus asientos, lámparas, alfombras, cortinas, cubiertos o baldosas, y que aprendieron de Rolf Fehlbaum, el presidente emérito de Vitra.
“Él nos dijo que no teníamos ninguna experiencia y era cierto. Nunca habíamos entrado en un edificio donde hubiera más de cinco personas trabajando, no sabíamos cómo era una oficina. Su consejo fue: ‘Si vais a hacer algo para un montón de situaciones diferentes, no os las imaginéis. Haced algo que creáis que es correcto en vuestro propio contexto, y con suerte, esa idea encajará en un público más amplio’. Aquella lección aún la recuerdo”, reconoce. “Se nos quedó grabada, porque venía a decir que la práctica más fácil en el diseño es no pensar ni un minuto en quién va a usarlo”.
Erwan también es de los que cree que su oficio puede conectar a las personas. En 2011, el museo Victoria & Albert de Londres les pidió una instalación para una sala repleta de obras del Renacimiento. “Supongo que se pintaron en una época en la que todo el mundo leía la Biblia, y eso hace que la gente de ahora apenas pueda participar. De hecho, la sala estaba la mayor parte del tiempo vacía, y quien la visitaba, echaba un vistazo rápido y volvía a salirse”, apunta. Lo que hicieron los hermanos fue colocar una cama gigantesca a la que llamaron Textile Field, sobre la que los visitantes podían mirar a su alrededor, tumbados, hablando, mientras los niños correteaban o se echaban la siesta, tal y como se observaba en una foto de la instalación que el diseñador vio en Internet. Aun así, el mensaje de fondo no era el descanso, sino decirle al público que podían comportarse como en cualquier otro contexto, sin necesidad de transformarse o de tener una opinión sobre los cuadros.
¿Los espacios deberían ser más así? “Creo que ahora ya se ha estirado el chicle demasiado, hemos abusado del concepto de coworking y de orientarlo todo alrededor de la zona del café”. Para Erwan, lo ideal sería un equilibrio, sitios que no simulen una junta de accionistas pero tampoco patios del colegio o una de esas empresas tecnológicas de Silicon Valley con recreativos aquí y allá. En noviembre visitó Los Ángeles –era la inauguración del nuevo showroom de Kvadrat en la ciudad, obra de los Bouroullec– y aquello le extrañó: “Han construido autopistas encima del aeropuerto para poder acceder a las terminales. O sea, ¡autopistas! Es como que las ciudades, muchísimas, se están recargando de una complejidad cada vez más grande que no lleva a ninguna parte. Todo es sintético”.
Lo ve parecido en los productos. “Los frascos de perfume tienen un problema conceptual, siempre expresan más de lo que son. Están llenos de acabados dorados, por ejemplo; un bote que parece de oro es una falsificación enorme, que no es nada malo, pero es algo que cuesta entender. Pasa lo mismo con las sneakers, con cada vez más cosas. Llegará un punto en que el cerebro no entienda lo que vemos a nuestro alrededor”, considera.
El francés ha aprovechado estos dos años de pandemia para conectar con el campo, porque lo echaba de menos. Y porque sus raíces están allí: los dos hermanos vienen de una familia de la Bretaña rural, les enseñaron a trabajar la madera y el metal, aprendieron a coser, sabían de jardinería. Sus abuelos eran agricultores en el norte de Finisterre. De ahí que Erwan continúe así con su discurso: “En un bosque es fácil detectar cuando un árbol está a punto de morir, se llena de polvo y coge un aspecto extraño. De alguna manera la naturaleza, parte de ella, se explica por sí misma, te dice lo que puede hacer y la forma con que lo hace”. Según él, algo similar al trabajo del diseñador industrial Jasper Morrison, el inglés a quien le atribuye la autoría de un tipo de diseño que, sumando cada vez más adeptos, va en contra de lo complejo.
“Yo lo llamo diseño transparente”. Se explica: “Es como si pusieras a un niño delante de un objeto y le preguntaras ‘¿sabes de qué está hecho?’, y el niño de repente es capaz de decodificarlo, sabe decirte ‘es de madera, porque veo un tornillo, o es una tela porque noto la puntada’. Es un diseño que tiene una expresión muy fuerte de su método de fabricación, proporciona señales claras”.
Pese a que Bouroullec asegura que sin el trabajo de Morrison jamás habría hecho el suyo propio, del inglés no tiene ninguna pieza en su apartamento de París. Solo muebles que ha conseguido gratis de su estudio o de otros diseñadores. “Todo el mundo en casa se siente relajado utilizándolos, porque no tienen ni idea de lo que cuestan”, ríe. Para uno de sus cumpleaños, el presidente emérito de Vitra le regaló una chaise longue de los Eames con la parte de abajo grabada en exclusiva para él. “Mi hija se puso a pintar encima de la butaca, el gato ha arañado la tapicería de piel… aunque cada vez es más bonita”. De nuevo, para describirlo Erwan recurre a la naturaleza: “¿Sabes cuando hay un camino en el bosque pero la gente prefiere pasar por otro lado y, poco a poco, se empieza a trazar un nuevo sendero sin ninguna lógica? Eso es lo que está ocurriendo ahora en la chaise longue de mi salón”.