Tras una pandemia nunca vista y unas ayudas por parte de los gobiernos tampoco vistas hasta ahora, la primera pregunta que nos hacemos es si la vuelta a la vida normal traerá consigo una fuerte subida de los precios. Pensamos que sí, pero probablemente no ocurra de forma tan evidente ni generalizada. Hemos visto dos realidades muy distintas y extremas, entre la población donde la pandemia ha causado una importante crisis económica (pequeñas empresas y trabajadores de los sectores más afectados) y la población que no ha sufrido a nivel económico y ha ahorrado mucho. Este segundo grupo será el que tire de la economía y vuelva a consumir tras un largo periodo de pocas opciones de ocio. Esto debería hacer subir precios, especialmente al principio, gracias también a la escasez de oferta en determinados productos y servicios. Pero ¿será mantenible en el tiempo? De esta segunda cuestión dudamos más. En una situación normalizada, no debemos olvidar los efectos deflacionarios que los rápidos desarrollos tecnológicos están teniendo a nivel mundial y que tanto han avanzado durante la pandemia. Además, la clave estará en si, una vez la población gaste los ahorros generados durante la pandemia, mantendremos elevados ritmos de consumo usando endeudamiento. Esto es fundamental y es lo que no ha ocurrido en los últimos años ya que el dinero de las medidas monetarias expansivas no ha llegado a la población, y por eso no hemos conseguido ver inflación hasta ahora.
Pero, haya o no inflación, ¿qué ocurrirá con los tipos de interés? Si la inflación se mantuviese en el tiempo y con niveles elevados, los tipos de interés deberían subir para controlarla. Esto tendría un importante impacto en las cuentas de los Estados (tan endeudados actualmente) que solo se solventaría con una condonación de la deuda, probablemente disfrazada de algún modo.
¿Y las bolsas? La inflación es buena para las bolsas, pero las subidas de tipos no. En los últimos tiempos de tipos ultra bajos, las compañías endeudadas y con negocios estables como utilities, infraestructuras y consumo estable se han visto beneficiadas con valoraciones muy elevadas con tasas de descuento bajas. Inversores conservadores han utilizado estos sectores como sustitutos de la renta fija. Estas compañías serán las más afectadas, al tener mucha deuda, impacto de subidas de mm.pp. en sus costes y aplicar mayores tasas de descuento en sus valoraciones (en otras palabras, volverá a merecer más la pena invertir en bonos). En el extremo positivo encontraremos las compañías financieras y de materias primas. Las financieras podrían ver aumentos de volúmenes si el consumo tira, y un fuerte aumento de resultados si los tipos suben. Por el contrario, los niveles de morosidad son un riesgo importante a tener en cuenta. En materias primas, los costes de extracción no se deberían ver demasiado afectados por la inflación y estas compañías sí se beneficiarían de subidas de precios, que podrían ser fuertes en materiales donde se haya invertido poco y la demanda sea fuerte (como hemos visto en el cobre).
Entre ambos extremos encontramos un grupo variado de compañías y sectores que habrá que analizar más cuidadosamente para ver los efectos a nivel individual. En el caso de las tecnológicas, que han recortado ante temores de inflación, no debería haber impacto a nivel negocio, ya que estas empresas tendrán capacidad de subir precios y no suelen tener deuda. Otra cosa es la valoración que el mercado decida darles, aplicando una mayor tasa de descuento a los flujos de caja futuros. Al ser compañías de crecimiento, donde los flujos de caja futuros conforman el grueso de la valoración, aplicar una mayor tasa de descuento minora la valoración.
Conclusión: los mercados están nerviosos. Hay que analizar el impacto de la realidad macro en cada empresa, pero cuidado con invertir en base a expectativas macro de las que tengamos poca certeza.