Las acciones de Rocket Lab se han disparado más de un 300% en el último año, impulsadas por la nueva fiebre espacial. Los ETFs y fondos espaciales han crecido a ritmos del 30% y 40%, y los inversores están empezando a ver el espacio como la próxima gran frontera financiera. SpaceX de Elon Musk, sin cotizar en bolsa, ya tiene una valoración de unos 200.000 millones de dólares. Mientras tanto, AST SpaceMobile, que busca conectar móviles directamente con satélites sin necesidad de infraestructura terrestre, también ha visto una avalancha de capital que se ha traducido en una subida bursátil de más del 700% en un año.
Otras empresas como MDA Space y Spire Global también han captado la atención de los inversores con avances en infraestructura y meteorología espacial, respectivamente. La industria aeroespacial parece estar en su mejor momento y el entusiasmo es evidente, pero, ¿son realistas las expectativas?
Las promesas de la «nueva economía espacial» son enormes. La minería de asteroides, el turismo espacial, internet global desde satélites y hasta fábricas en gravedad cero. Suena fascinante, pero los costes de operación siguen siendo astronómicos, y la rentabilidad sigue estando lejos del horizonte.
SpaceX, a pesar de su éxito con Starlink, aún no ha demostrado un modelo de negocio completamente rentable. Rocket Lab, con un crecimiento explosivo en bolsa, ha publicado ingresos de 245 millones de dólares en 2024, pero sigue operando con pérdidas netas de 157 millones. Blue Origin, por su parte, ha invertido más de 10.000 millones de dólares desde su fundación, sin generar ingresos recurrentes. AST SpaceMobile, aunque ha triplicado su valor en bolsa, sigue sin consolidar un mercado estable. Estos números plantean dudas sobre cuántas de estas empresas podrán sobrevivir en el largo plazo.
El auge actual del sector espacial recuerda inevitablemente a la burbuja puntocom de finales de los años 90 y principios de los 2000. En aquel entonces, empresas de tecnología captaban enormes inversiones sin modelos de negocio viables, y cuando la burbuja estalló, solo unas pocas sobrevivieron. Hoy, muchas compañías espaciales dependen en gran medida de subsidios gubernamentales y contratos con agencias estatales. En 2023, la NASA destinó más de 17.000 millones de dólares a contratos con empresas privadas, y el Departamento de Defensa de Estados Unidos asignó 9.600 millones adicionales a proyectos relacionados con satélites y defensa en el espacio. Si estos flujos de capital se reducen, podríamos ver un escenario similar al de principios de siglo en el sector tecnológico.
El papel de la geopolítica en la carrera espacial
Si hay un factor que ha impulsado la fiebre del espacio, además del entusiasmo inversor, es la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China. No es casualidad que esta ola de inversión haya coincidido con un nuevo ciclo de tensiones geopolíticas.
Washington ha asignado más de 26.000 millones de dólares a programas espaciales en 2024, mientras que China ha destinado más de 12.000 millones a su propia exploración. La construcción de la estación espacial Tiangong y el ambicioso programa Artemis de la NASA han acelerado la inversión en tecnologías espaciales, beneficiando directamente a empresas como Blue Origin y Lockheed Martin.
Por tanto, el factor político juega un papel principal en la sostenibilidad de esta tendencia. El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha llevado a un renovado interés en la exploración espacial como estrategia de supremacía tecnológica. Sin embargo, los cambios en la administración podrían alterar la distribución de fondos. Si una futura Casa Blanca decidiera redirigir recursos hacia otras prioridades, muchas de las compañías que dependen de contratos estatales podrían tener serias dificultades financieras.
¿Valoraciones astronómicas?
A pesar del entusiasmo, la realidad financiera de muchas empresas espaciales sigue siendo frágil. Rocket Lab, a pesar de su expansión y contratos con la NASA, aún no ha alcanzado el umbral de rentabilidad. Blue Origin ha invertido miles de millones sin generar ingresos sostenibles, dependiendo de la financiación de Jeff Bezos. AST SpaceMobile, con su promesa de conectividad global sin infraestructuras terrestres, sigue en fase de desarrollo y ha tenido una pérdida neta de 71 millones de dólares en su último balance.
Empresas como Redwire están explorando la posibilidad de fabricar chips de silicio en microgravedad para mejorar su eficiencia estructural, pero el mercado aún no ha validado su viabilidad comercial. Otras como Spire Global, que utilizan satélites para mejorar modelos meteorológicos, han visto aumentos en sus ingresos del 35% anual, pero siguen sin alcanzar rentabilidad neta.
Los fondos espaciales también podrían estar mostrando signos de sobrecalentamiento. El fondo Echiquier Space se revalorizó más de un 60% en 2024, mientras que el ETF JEDI de VanEck gana más de un 30% en el último año. Sin embargo, las valoraciones están por encima de la media del mercado, con ratios de precio-beneficio que superan las 25 veces, en comparación con las 22,3 del S&P 500.
El espacio, sin duda, será una parte estratégica del futuro tecnológico. Pero no todas las inversiones espaciales serán rentables. Como siempre, la clave está en separar la innovación real de las narrativas especulativas. Porque si la realidad del mercado cambia, muchas de estas promesas podrían acabar estrellándose contra la Tierra.