A falta de fútbol, bueno es el futbolín. Así se le debió ocurrir esta idea al gallego Alejandro Campos Ramírez, apodado Alejandro Finisterre.
Durante la Guerra Civil, el también poeta tuvo que ser ingresado en el hospital por sus numerosas heridas. Allí contactó con muchos niños que no podían jugar al fútbol y fue justo en ese momento, basándose en el tenis de mesa, cuando se le ocurrió la idea del futbolín.
Aunque en un primer momento no consiguió que su invento fuese fabricado, lo patentó en 1937, tras estar exiliado en Francia y pasar por Ecuador, llegó a Guatemala donde mejoró su juego de mesa y comenzó su producción. En 1952 se empezaba a comercializar este invento al que hoy juegan hasta los más pequeños de la casa.
Ocio, pero también deporte
El futbolín de Finisterre se ha convertido en un imprescindible para empresas como Facebook o Google. Estas compañías ponen a disposición de sus empleados salas –equipadas con sofás, futbolín, minigolf…– para relajarse, charlar y relacionarse con sus compañeros.
Pero no solo es un juego de ocio. En la actualidad, ya está considerado un deporte y “en unos años estará catalogado como deporte olímpico al igual que el tenis de mesa”, según las expectativas de la Federación Española de Futbolín (FEFM).