Frank Wang Tao nunca ha sido arrestado. Paga sus impuestos a tiempo y rara vez bebe, pero en la víspera de una entrevista con Forbes, el ciudadano chino (que es además el primer multimillonario del sector de los drones del mundo) se encontró en el lado equivocado ante las autoridades estadounidenses. Un empleado de Inteligencia del Gobierno de Estados Unidos en Washington DC, a unos 13.000 kilómetros de distancia del cuartel general de Wang en Shenzhen, había bebido demasiado y llevó el cuadricóptero de un amigo a dar una vuelta durante las primeras horas del día. Sin experiencia, perdió el dron en la oscuridad y, después de una breve búsqueda, abandonó el rastreo debido a su estado de embriaguez. Al amanecer, ese aparato de 30 por 30 centímetros era noticia mundial y objeto de una investigación del Servicio Secreto, después de haber aterrizado en uno de los jardínes de la Casa Blanca.
Wang había desarrollado ese robot, al igual que otro que un manifestante usó poco después para dejar una botella con desechos radiactivos en el techo de la oficina del primer ministro japonés, o el que un contrabandista empleó para introducir drogas, un teléfono móvil y armas en el patio de una prisión a las afueras de Londres en marzo de 2015. La idea de que las personas puedan usar su producto para saltarse la ley y las fronteras sociales provocaría pesadillas a la mayoría de los CEO, pero el discreto autor intelectual que está detrás de la revolución de los drones se sacude esa preocupación.
“No creo que sea gran cosa”, asegura, encogiéndose de hombros, el fundador de Dajiang Innovation Technology Co. (DJI), que a finales de 2015 representaba el 70% del mercado de consumo de drones, según Frost & Sullivan. Su compañía tuvo que pasar la mañana desarrollando una actualización de software para todas sus aeronaves, que les impidiese volar dentro de un radio de 25 kilómetros alrededor del centro de la capital estadounidense. “En el fondo, eso es algo positivo”, asegura.
O tal vez Wang, de 35 años, sólo lo ve así porque el éxito lo ha habituado a la controversia. En 2014 DJI vendió cerca de 400.000 unidades –muchas de las cuales fueron de su modelo insignia, el Phantom– y en 2015 alcanzó los 1.000 millones de dólares en ventas, frente a 500 de 2014. Fuentes cercanas a la compañía dicen que DJI se anotó 120 millones de ganancias. Las ventas se han triplicado o cuadruplicado cada año desde 2009 hasta 2015, y los inversiores apuestan porque Wang puede mantener ese liderazgo en los años venideros. En abril 2015, la compañía consiguió una inversión de capital de 75 millones de dólares de Accel Partners, con una valoración de 10.000 millones. Wang, quien posee alrededor del 45 por ciento de la compañía, tiene un patrimonio de más de 4.500 millones, ventajas de haber visto el negocio antes que nadie. “DJI abrió el mercado de vehículos aéreos no tripulados (UAV, por sus siglas en inglés) como un pasatiempo, y ahora todo el mundo quiere entrar en él y recuperar el tiempo perdido”, dice Michael Blades, analista de Frost & Sullivan.
En la historia de la tecnología no es frecuente que una compañía pueda tomar una posición dominante en un mercado mientras da el salto de aficionado a profesional. Kodak lo hizo con sus cámaras, Dell y Compaq lo lograron con sus PC y GoPro con sus cámaras de acción. Los escépticos de los drones pueden haber reído con la intención del CEO de Amazon, Jeff Bezos, de usar los UAV para entregar sus paquetes, pero la verdad es que la industria de los drones se está volviendo algo realmente grande.
Su uso comercial generalizado ya está en marcha: unos drones transmitieron imágenes aéreas en directo de la gala de los Globos de Oro, los miembros de los cuerpos de rescate los usaron para mapear las consecuencias del terremoto de 7,8 grados en Nepal, los agricultores de Iowa los usan para monitorizar sus campos de maíz. Además, Facebook utilizará sus propios cuadricópteros para proveer el internet inalámbrico para el África rural y los drones de DJI están siendo usados en los sets de rodaje de Juego de Tronos y de la nueva entrega de Star Wars. Ahora, DJI necesita seguir alimentando el mercado de consumo con modelos mejores y más baratos, tal como lo hizo en enero de 2013 cuando estrenó su Phantom, un modelo listo para volar a un precio de 679 dólares. Antes de eso, prácticamente tenías que construir el tuyo –e invertir más de mil dólares– si querías un dron decente.
Actualmente, DJI enfrenta el embate de rivales con propuestas más baratas y de los burócratas de la Administración Federal de Aviación de Estados Unidos (FAA), que actualmente prohíben el uso comercial de drones pequeños sin exenciones, y han tardado en promulgar una regulación significativa.
El goliat de los cuadricópteros
Ahora, un reto formidable se está gestando en 3D Robotics, una empresa de Berkeley, California, cofundada por el exeditor de la revista Wired, Chris Anderson, y atendida por exempleados despedidos de DJI. Entre ellos se encuentra el exjefe de DJI para Norteamérica, Colin Guinn, quien acusó a la empresa china de arruinarlo y llamó a 3D Robotics el “David del Goliat DJI”.
Sin embargo, su nueva compañía no lucha con munición de fogueo, ya que ha conseguido una inversión de casi 100 millones de dólares. También está Parrot, el fabricante francés que vendió más de 90 millones en drones en 2014, y una gran cantidad de imitadores chinos deseosos de bajar los márgenes para todos. Este año, el Consumer Electronics Show en Las Vegas vio decenas de empresas nuevas volando sus UAV en las salas de conferencias de la ciudad.
Con sus gafas circulares, una discreta barba y una gorra de golf que disimula una incipiente calvicie, Wang es un líder improbable de una empresa de tecnología de consumo. Aún así, se toma su papel tan en serio como cuando empezó DJI en su dormitorio universitario en Hong Kong en 2006.
Wang está en tiempo de guerra –deshaciéndose de antiguos socios de negocios, empleados y amigos– en su intento de convertir a DJI en una marca china reconocida, similar a la del fabricante de teléfonos inteligentes Xiaomi y al centro neurálgico del comercio electrónico Alibaba. A diferencia de los otros dos, sin embargo, DJI puede convertirse en la primera empresa china en liderar su sector. Su dominio le ha valido comparaciones con Apple, aunque a Wang no le fascine el elogio implícito.
Al entrar en su oficina, una señal en chino advierte: “Sólo personas con cerebro”, junto a otra que reza: “Prohibido entrar con emociones”. El CEO de DJI acata esas reglas y es un líder mordaz, frío y calculador que trabaja más de 80 horas a la semana y mantiene una cama cerca de su escritorio.
Tres en un apartamento
Frank Wang se enamoró del cielo en primaria, después de que comenzara a devorar un cómic sobre las aventuras de un helicóptero rojo. Nacido en 1980, Wang creció en Hangzhou, la ciudad natal de Alibaba en la costa central de China. Hijo de una profesora convertida en propietaria de un pequeño negocio y de un ingeniero, Wang pasó la mayor parte de su tiempo leyendo sobre modelos de aviones, un pasatiempo que le resultaba más atractivo que la escuela a juzgar por sus mediocres calificaciones.
Soñaba con tener su propio dispositivo que podría volar y seguirlo con una cámara. Cuando tenía 16 años, Wang recibió una alta calificación en un examen y fue recompensado con un helicóptero de control remoto, aunque no tardó demasiado en estrellarlo. El desempeño académico menos que estelar de Wang frustró su sueño de ingresar en una universidad estadounidense de élite. Rechazado por sus primeras opciones, el MIT y Stanford, terminó en la Universidad Hong Kong, donde estudió ingeniería electrónica.
No encontró su vocación hasta el último año, cuando fabricó un helicóptero de control remoto. Wang dedicó todo a su proyecto final, que debía realizar en equipo, saltándose clases y trabajando hasta las cinco de la mañana. Aunque el aparato falló la noche previa a la presentación, su esfuerzo no fue en vano.
Su profesor de Robótica, Li Zexiang, notó el liderazgo de Wang y su comprensión técnica y reclutó al testarudo estudiante para el programa de postgrado de la escuela. “No podría decir que fuera más inteligente que los demás, sin embargo, su buen desempeño no era comparable con sus calificaciones”, recuerda Zexiang, quien es propietario de aproximadamente el 10% de la compañía en la que ejerce como presidente.
Wang fabricó prototipos de controles de aeronaves en su dormitorio universitario hasta 2006, cuando él y dos compañeros de clase se mudaron a Shenzhen, uno de los principales polos manufactureros chinos. Trabajaban en un apartamento de tres habitaciones costeado por Wang, quien echó mano de lo que quedaba de su beca universitaria. DJI vendió su componente de 6.000 dólares a clientes como universidades chinas y las empresas eléctricas estatales, que los revendían a entusiastas creadores de drones.
Esas ventas permitieron a Wang contratar a un pequeño equipo, mientras que él y los otros exalumnos vivían de lo que quedaba de sus becas universitarias. “Yo no sabía cuán grande podría ser el mercado, nuestra idea era sólo hacer el producto, alimentar a unas 10 o 20 personas y tener un equipo”, recuerda Wang.
La falta de una visión temprana y la personalidad de Wang eventualmente causaron conflictos dentro de las filas de DJI. Hubo una rotación constante de personal, entre el cual reinaba un sentimiento de rechazo por un jefe exigente que consideraban tacaño con sus acciones. Al cabo de dos años casi todo el equipo fundador se había marchado. Wang admite que puede ser un “perfeccionista abrasivo” y en esos momentos se las arregló para “enfurecer” a sus empleados. Sin embargo DJI progresó, vendiendo cerca de 20 controladores en un mes.
Sobrevivió con el capital aportado por un amigo de la familia de Wang, Lu Di. A finales de 2006 Lu había puesto alrededor de 90.000 dólares. Cariñosamente llamado “tacaño” por el CEO de DJI, Lu manejó las finanzas y actualmente sigue siendo uno de los mayores accionistas, con el 16% de la compañía.
Otra de las claves para el desarrollo de DJI fue el mejor amigo de Wang en el instituto, Swift Xie Jia, quien en 2010 entró a dirigir el departamento de marketing además de actuar como confidente. El hombre apodado por Wang ‘pez con cabeza gorda’ vendió su apartamento para invertir en DJI y hoy tiene una participación del 14%, con un valor estimado de 1.400 millones de dólares.
La mayor amenaza para el dominio de Wang en el mercado de drones de consumo viene de una oficina de cuatro pisos en Berkeley, donde los ingenieros de 3D Robotics pasan decenas de horas dando los últimos retoques al código de su “Phantom killer”, el Solo. Lanzado en abril, el dron negro zumba dentro de las oficinas con el sonido de mil abejas furiosas mientras el CEO de 3D Robotics, Chris Anderson, explica cómo su empresa es el Android del Apple de DJI.
Seguro ante la competencia
Admirando la elegancia y simplicidad de su quadcopter –que recuerda un poco al Phantom–, el afable Anderson explica que la clave está en el software, no en el hardware. A diferencia del sistema operativo del DJI, que está cerrado a los desarrolladores, 3D Robotics hizo su código abierto para atraer el interés de los programadores y otras empresas, como las decenas de imitadores chinos que recortan los márgenes del DJI con drones aún más baratos. Si todo el mundo usa nuestro software, dice Anderson, entonces DJI no controlará el mercado. “DJI empezó en el negocio en los días en los que era sólo un hobby para mí, y en su favor puedo decir que crecieron de manera brillante. En este momento estamos jugando en su campo, así que tratamos de ponernos al día” , dice Anderson.
3D Robotics, que ha recibido financiación de empresas como Qualcomm y SanDisk, lo ha hecho bien hasta ahora y ha mudado la mayor parte de su capacidad de fabricación de Tijuana, México, a Shenzhen. Su director de ingresos, antiguo socio de Wang, está explorando los mismos canales de venta minorista que construyó para DJI, y ha alcanzado un acuerdo de asociación para poner GoPros en los drones de 3D Robotics.
Wang desacredita sus posibilidades, sonando como el niño más grande en la guardería. “Es más fácil para ellos fallar. Tienen dinero, pero yo tengo más, además, somos más grandes y tenemos más gente. Cuando el mercado era pequeño, ellos eran pequeños y yo también y les gané”, asegura.
Drama aparte, ambas compañías afrontan un desafío común en la conformación de la opinión pública y la suavización de la regulación. Por cada vídeo impresionante de la migración de la ballena jorobada o el colapso de un glaciar, hay un titular de un dron siendo usado por ISIS o espiando a un vecino en su jacuzzi. Los problemas legítimos de privacidad y seguridad han limitado a la sociedad de dar la bienvenida a robots voladores con los brazos abiertos, y los reguladores, en particular de la FAA de Estados Unidos, han sido lentos para promulgar regulaciones significativas en respuesta. “No hay drones en el cielo ahora mismo, y eso es muy raro, ésta es una gran oportunidad”, dice Anderson.
De vuelta en su oficina en Shenzhen, Wang predice el futuro de la industria de los drones de consumo, pero su explicación es difícil de seguir mientras corta una desfortunada tarjeta de visita con una espada samurai de 450 años. “Los artesanos japoneses están en búsqueda constante de la perfección”, dice mientras la katana parte el papel en pedazos. “China tiene dinero, pero sus productos son terribles, su servicio es terrible, y tienes que pagar un alto precio por cualquier cosa buena.”
DJI está muy lejos de alcanzar el nivel de perfección que busca Wang. El CEO reconoce abiertamente que su Phantom “no es un producto perfecto”, y hay constancia de algunos modelos que se alejaron de los usuarios debido a un mal funcionamiento del software. “Tenemos margen para mejorar”, reconoce Wang, quien dice que está ampliando el staff de DJI en más de 200 personas Wang también lidia con los distintos niveles de espionaje corporativo.
Está seguro de que algunas de las nuevas empresas chinas de aviones no tripulados que han aparecido en los últimos dos años han salido al mercado con diseños de DJI obtenidos ilegalmente. Algo que no ayuda precisamente a lo que Wang llama la “sociedad de perro come perro” de Shenzhen, donde la manufactura barata sin duda ha visto bajar el precio de los drones al igual que ocurrió con los ordenadores portátiles y los teléfonos inteligentes. Los precios sin duda caerán y “los más exclusivos del mercado siempre salen expulsados”, dice el analista de Gartner, Gerald Van Hoy. “Pero a DJI le irá bien porque se ha posicionado bien.”
Wang no quiere compartir los cielos con otros, está decidido a mantener el liderazgo de DJI. “En estos momentos nuestro principal cuello de botella para el crecimiento es la velocidad con la que damos respuesta a los enigmas técnicos. No puedes estar satisfecho con el presente”, comenta.