“Es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, escribió el filósofo Fredric Jameson. Desde que, con la caída de la Unión Soviética, el mundo dejó de dividirse entre capitalismo y comunismo, vivimos, salvo pequeñas excepciones, en un planeta donde el sistema capitalista no tiene rival. Han quedado atrás las profecías de la izquierda que, desde Karl Marx, consideraban que el capitalismo estaba preñado del germen de su propia destrucción. La Revolución no va a llegar –o ya pasó– y la imaginación parece agotada para ofrecer alternativas. A pesar de todo, cada vez más voces empiezan a ver necesario, o inevitable, que el capitalismo evolucione hacia nuevas formas que superen los problemas que amenazan al modelo y a la propia civilización. ¿Qué viene después?
“Somos muchos los que hemos visto que esta forma de capitalismo ya no es sostenible”, afirmó Klaus Schwab, director del Foro Económico Mundial de Davos, que en su edición de 2020 se centró, precisamente, en encontrar una salida realista al atolladero en el que se encuentra hoy el capitalismo, en busca de un modelo más justo y sostenible. Se habló, por ejemplo, del cumplimiento de los Acuerdos de París, de la Agenda 2030 y del stakeholder capitalism (capitalismo de las partes interesadas), donde esos stakeholders no son sólo los accionistas que se reparten los dividendos, sino los trabajadores, los clientes, los proveedores o las comunidades locales. Impuestos justos, respeto a la competencia y a los derechos humanos, eliminación de la corrupción. Un capitalismo que beneficie a todos y que resulte en progreso, salud y bienestar para la sociedad en su conjunto.
En los últimos dos milenios los sistemas socioeconómicos han tenido una duración de entre 240 y 250 años: si esa regla se continúa cumpliendo, el capitalismo finalizará en algún momento entre los años 2060 y 2070, según observa Santiago Niño Becerra, catedrático de Estructura Económica de la Universidad Ramón Llull. “Ese cambio mostrará que los principios filosóficos sobre los que se ha basado el capitalismo han cambiado porque han dejado de ser útiles a la dinámica histórica”, explica el economista, que ha publicado recientemente en Ariel el volumen Capitalismo (1679 – 2065).
La idea del agotamiento del capitalismo va calando en la calle. Cuatro de cada 10 españoles opinaron que el capitalismo es incompatible con la democracia, según una encuesta realizada en 2018 por la agencia 40dB. Los poderes económicos globales están tomando el control que se le presuponía a la ciudadanía, y muchos se dan cuenta de que ese no era el trato.
Tecnocracia por democracia
Habrá cambios, sí, pero no radicales: lo que ocurrirá tendrá sus raíces en el presente. De alguna manera, aunque larvado, el cambio ya está en marcha: se nota en las formas de trabajar, de consumir, de distribuir, de competir o de cooperar. En la predicción de Niño Becerra, no demasiado halagüeña, la clase media seguirá en declive, así como el factor trabajo frente al capital, la propiedad cederá espacio al pago por el uso, las corporaciones irán sustituyendo las funciones del Estado. “La democracia, un invento de la burguesía del siglo XIX, y muy vinculada al individuo, retrocederá ante el avance de la tecnocracia y la conveniencia en la aplicación de normas que, en numerosas ocasiones, supondrán la disminución de la libertad y la privacidad personales”, dice el economista.
Por supuesto, existen otros posibles caminos para enmendar los renglones torcidos del sistema presente. “El actual capitalismo financiero ha tenido grandes éxitos como la creación de una clase media global o un aumento muy relevante de la prosperidad y la libertad”, explica Juan Costa, exministro de Ciencia y Tecnología bajo el gobierno de Aznar, también exsecretario de Estado de Hacienda y de Comercio Internacional y Cooperación. Pero genera grandes problemas: la destrucción del medioambiente o la falta de confianza generada por la creciente desigualdad. La polarización política y el auge de los populismos que genera, a su vez, esa falta de confianza. “Cada vez hay más personas que sienten que este sistema no les beneficia”, dice Costa.
En su reciente libro, Multicapitalismo (Deusto), Costa propone un nuevo capitalismo que no sólo tenga en cuenta el capital financiero, sino otros tres tipos de capital. Por ejemplo, el intangible, que se refiere a todos esos valores de las empresas que no figuran en los libros de cuentas, como son la cultura empresarial, el compromiso de los empleados, la reputación o la capacidad de innovación. El 85% del valor de las empresas, según el índice S&P 500, ya dependía en 2015 de ese tipo capital: 40 años antes la situación era la inversa. Los otros dos capitales que incluir en cálculos empresariales y políticas públicas son el ecológico y el social. “Todos ellos colaboran en la creación de prosperidad”, señala el experto. El PIB, por ejemplo, cada vez es menos útil a la hora de medir la prosperidad de un país: una catástrofe natural, que destruye capital ecológico, puede colaborar a aumentar este índice a través de la actividad económica que genera la reconstrucción tras el paso de un huracán.
Ya se perciben señales que preceden el cambio. El economista Emilio Ontiveros, presidente de AFI (Analistas Financieros Internacionales) y autor del libro Excesos. Amenazas a la prosperidad global (Planeta) señala algunas: BlackRock, el mayor inversor del planeta, anunció que no iba a comprar acciones de empresas que no estuvieran explícitamente comprometidas con reducir la huella de carbono. “Además, el poderoso lobby estadounidense Business Roundtable ya ha dicho que se está acabando aquella idea de Milton Friedman que decía que lo único importante en una empresa es lograr el máximo beneficio para los accionistas”, explica el economista, “y todo esto no ocurre porque sean hermanitas de la caridad, sino porque es más rentable: genera más valor para la empresa”.
Si bien el modelo del multicapitalismo confía en el mercado, en el capital ecológico, para resolver los problemas medioambientales, otra manera de lidiar con el Cambio Climático es la del ambicioso Green New Deal, en cuyo nombre resuenan los ecos del New Deal con el que el presidente F. D. Roosevelt trató de paliar la Gran Depresión. Como aquel, propone una fuerte intervención estatal: incluye una mayor regulación de la economía, una revisión de la fiscalidad, la inversión del Estado en energías renovables, la eliminación de las emisiones de CO2 o la creación de puestos de trabajo en la economía sostenible. En resumidas cuentas: no conseguir el progreso al mismo tiempo que se cuida el medioambiente, sino hacer que el cuidado del medioambiente sea el motor del progreso.
El capitalismo no ha sido siempre como hoy lo experimentamos. El inicio del actual capitalismo de corte financiero y neoliberal suele datarse en los años ochenta con el ascenso al poder de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, que inician una época de desregulaciones financieras, privatizaciones, persecución del poder sindical y elogio del individualismo en la que aún seguimos. Antes, desde la Segunda Guerra Mundial, hubo un largo periodo de capitalismo de corte socialdemócrata y keynesiano conocida como los Treinta Gloriosos Años en los que se compaginó un fuerte crecimiento con el establecimiento del Estado del Bienestar. Hay quien achaca este fenómeno a que eran unos tiempos donde primaba más la ética, hay quien lo achaca al poder sindical y de los partidos de izquierda, y a la amenaza soviética, que ofrecía una alternativa plausible a los trabajadores occidentales.
El crecimiento económico servía de base a este sistema. “Las clases altas estaban dispuestas a quedarse con un trozo más pequeño del pastel porque el pastel era cada vez más grande”, escribe el sociólogo César Rendueles en Contra la igualdad de oportunidades (Seix Barral). La crisis del petróleo llegó en los años setenta para desbaratarlo todo. Entonces, concluye Rendueles, “los ricos dejaron de conformarse con la porción que les correspondía de un pastel que había dejado de crecer”. En esas estamos: en los últimos años hemos visto cómo las élites han ido acumulando mayor riqueza y aumentando la brecha con el resto de la población. El 1% que se enriquece a costa del 99% de la población, según un eslogan que hizo fortuna en los tiempos de indignación global de Occupy Wall Street y el 15M.
Pragmatismo para regresar a la ética
El profesor de Economía de Oxford Paul Collier es de los que califican aquel capitalismo como más ético, y es nostálgico de un mundo más comunitario, más solidario y menos individualista y cruel. En su libro El futuro del capitalismo: cómo afrontar las nuevas ansiedades (Debate) explica cómo el cambio tecnológico unido a la globalización de la producción ha devaluado el trabajo, generando incertidumbre y desesperación y alentado los populismos. Propone medidas pragmáticas para reparar este capitalismo estropeado, para regresar al mundo ético, buenas prácticas empresariales que redistribuyan los beneficios y den poder de decisión a los trabajadores: los buenos trabajos también hacen a las empresas más rentables. Propone una fiscalidad progresiva e incide en el ámbito de las metrópolis, que deja atrás a las pequeñas ciudades y el campo: hay que gravar más a los propietarios de suelo y viviendas de la ciudad, y a los profesionales altamente cualificados que trabajan en ella. La ciudadanía y la familia éticas deberán estar basadas en la responsabilidad y las obligaciones mutuas más allá de la coexistencia.
¿Era mejor el viejo capitalismo?
También hay quien señala que aquella utopía capitalista de posguerra, con grandes tasas de redistribución de la riqueza, no llegó a existir del todo, aunque muchos la recuerden así. Prueba de ello es que también fueron años de descontento social: la juventud se rebeló en los años sesenta contra la grisura, la uniformización y la moral biempensante. Una serie de guerrillas tercermundistas y grupos terroristas europeos pusieron en jaque al sistema en busca de la revolución. De esta opinión es el economista Branco Milanovic: “No es posible avanzar mirando a un modelo pasado e irrecuperable que ni siquiera fue tan bueno”.
Milanovic, autor del reciente libro Capitalismo, nada más (Taurus), señala que, si bien el capitalismo es hoy el sistema único, tiene dos vertientes: el capitalismo meritocrático liberal, el modelo occidental, y capitalismo político, el modelo asiático liderado por la superpotencia china. A Milanovic lo que más le preocupa es el aumento de la desigualdad, no entre los países, sino entre las clases sociales dentro de cada país. Para superar esta brecha que pone en un brete al sistema y forjar el capitalismo del futuro propone algunas medidas: ventajas fiscales para la clase media, aumento de los impuestos para las rentas más altas y las sucesiones, con el fin de reducir la concentración de riqueza en manos de los ricos; mejora de la financiación y calidad de la educación pública; campañas políticas financiadas públicamente y con estrictos límites para evitar que los más poderosos controlen estos procesos; y una “ciudadanía ligera” que flexibilice la migración y atenúe la reacción nacionalista. “Son medidas relativamente sencillas”, escribe el economista.
“Postcapitalismo” es el nombre que le da el periodista británico Paul Mason al sistema económico que está por venir. “En primer lugar, salvamos la globalización deshaciéndonos del neoliberalismo; y luego, salvamos el planeta (y, de paso, nos salvamos a nosotros mismos del pozo del caos y de la desigualdad) yendo más allá del capitalismo en sí”, según relata en su libro Postcapitalismo (Paidós).
El capitalismo ha perdido su capacidad para adaptarse a las nuevas realidades generadas por la explosión tecnológica y necesita un recambio. El modelo propuesto ya tiene su semilla plantada en el modelo actual: se basa en el fin del trabajo, que puede conseguir la propia tecnología, la eliminación de los monopolios de la información y la expansión de la producción colaborativa, todo con el concurso tanto del Estado como del mercado.
Por su parte, los pensadores del Movimiento Aceleracionista, liderados por Alex Williams y Nick Srnicek –por ejemplo, en el libro Inventar el futuro, poscapitalismo y el fin del trabajo, publicado por Malpaso–, también inciden en renunciar a los cambios revolucionarios (tachan ciertas actitudes de la historia, basadas en altercados y manifestaciones, como inútiles, parte de una “política folk”) y conseguir la superación del capitalismo con la aceleración radical de su propia tecnología. Consideran que la política actual es inmovilista y no consigue adaptarse a unos tiempos cada vez más cambiantes: “Mientras la crisis se acelera y refuerza, la política se ralentiza y debilita. En esta parálisis del imaginario político, el futuro queda anulado”, reza el Manifiesto por una política aceleracionista. En el futuro que proponen, la sociedad postrabajo que puede producir la tecnología, liberándonos de la maldición laboral, también se necesitará de una potente Renta Básica Universal.
Por supuesto, desde muchas posturas ideológicas de izquierda se reivindica la imposibilidad de coexistencia del sistema capitalista con la supervivencia del planeta, y se alerta de que si hay un poscapitalismo será en el planeta devastado, de aspecto distópico, que sucederá a algún colapso mundial próximo. No es una postura descabellada viendo las lentas inercias e intereses que hay que torcer para cambiar nada menos que el sistema económico mundial, mientras no se detiene la cuenta atrás hacia el desastre ecológico y social. Pero quiere señalar Ontiveros que muchas de las voces que piden una reforma del capitalismo no vienen necesariamente de la izquierda: “No son socialdemócratas o marxistas, son defensores del sistema, pero capaces de ver con las luces largas, que se dan cuenta de que el cortoplacismo de este capitalismo salvaje no puede llevar a buen puerto”.