En una estrategia tradicional de asignación de activos, los bonos de alta calidad a corto plazo sirven para mitigar el riesgo de las acciones. Es una buena medida para los inversores que están diseñando una cartera para lograr un nivel específico de rendimiento anualizado.
Los asesores financieros a menudo utilizan bonos de corta duración para reducir el riesgo de los plazos. Con unos pocos minutos de búsqueda en Google, es fácil para un inversionista individual formular una muy buena suposición de cuáles serán las tasas de interés dentro de uno o dos años.
Pero cuanto más lejos se vaya, más difícil es predecir dónde estarán las tasas. En 20 años, ¿quién sabe? Por eso los bonos a corto plazo son menos arriesgados, pero también pagan menos a los inversores, que exigen más por el riesgo de un bono a largo plazo.
En cuanto a la calidad del crédito, es bastante intuitiva. Las empresas piden prestado dinero para financiar el crecimiento. Al igual que los consumidores, tienen que pagar esa deuda. Pero si una empresa corre el riesgo de no poder devolver el dinero prestado, sus bonos se vuelven repentinamente mucho más riesgosos.
¿Qué son los bonos de alto rendimiento?
Los bonos de alto rendimiento o High Yield nos referimos a aquellos emitidos por países o empresas que han recibido una baja calificación por parte de las agencias de evaluación de riesgos y tienen que pagar un interés más alto al inversor porque está asumiendo más riesgo al comprarlos.
Las agencias establecen una distinción entre ‘grado de inversión’, calificación que otorgan a los bonos con elevada solvencia, y ‘grado especulativo’ o alto rendimiento.
Se trata, por tanto, de compañías con un riesgo más elevado de impago y por eso deben pagar un mayor interés para atraer a inversores que quieran comprar sus bonos. Y, aunque suponen una inversión con un mayor riesgo, han producido históricamente rendimientos más elevados que otras opciones de inversión, superando en algunos ejercicios la rentabilidad conseguida por las acciones.