Primer día: Identifica qué es lo que te hace daño exactamente
Hay ciertas situaciones, ciertos momentos en nuestra vida laboral, en los que no tenemos claro qué es lo que está provocando ese malestar que sentimos al entrar en la oficina. ¿Es la falta de motivación? ¿No acabamos de entendernos con nuestros compañeros? ¿Necesitamos nuevos retos? Plantéate que es lo que hace sentirte mal o incómodo.
Segundo día: ¿Tiene solución? Piensa cómo llevarla a cabo
El segundo día debes pensar si tiene una solución que puedas llevar a cabo o si, por el contrario, el problema es tan grave que la única salida es marcharte. Si decides tomar las riendas e intentar poner freno a tus problemas, piensa cuál es la mejor manera de llevarla a cabo. Por ejemplo, si el problema lo tienes con tu jefe o con tus compañeros, busca el mejor momento para charlar tranquilamente, sin abordarlos a bocajarro.
Tercer día: Pon en marcha la solución a tus problemas
Una vez tengas claro qué es lo que vas a hacer para remediar el asunto, llévalo a cabo. Es el momento de hablar con quién tengas que hablar, de hacer lo que tengas que hacer… En definitiva, de liberarte del peso que llevas encima.
Cuarto día: Elimina malos royos o posibles cabos sueltos
Si crees que algo no ha quedado del todo claro, es el momento de dejar todo bien atado, sin ningún fleco que pueda dar lugar a nuevos malentendidos o problemas. Por ejemplo, si tras la conversación del día anterior crees que hay algo que no expresaste bien o dejaste algo en el tintero, es el momento de abordarlo. No lo dejes pasar porque puede ir en tu contra.
Quinto día: Reflexiona para que no se vuelvan a repetir
Por supuesto, en gran parte de los problemas laborales la culpa es de ambas partes. Por ejemplo, si te has sentido poco valorado como profesional es que quizás tu no has demostrado todo lo que deberías. O si has tenido un encontronazo con un compañero, es que has hecho algo que no está bien… Piensa y haz autocrítica para que no se vuelva a repetir.