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Las mineras renacen al calor de la fiebre del oro

Cuando a mediados del siglo XIX los colonos se dirigían al sur de California desde la Costa Este de Estados Unidos atraídos por la fiebre del oro nadie podía imaginar que la industria minera alcanzaría su mejor momento casi dos siglos después, en plena era de la transformación digital. Los míticos fortyniners han evolucionado hasta convertirse en grandes corporaciones que, en los últimos meses, han realizado un esfuerzo de control de costes, mejora de la eficiencia y modernización del gobierno corporativo que les han permitido batir, no sólo a la mayoría de activos financieros, sino también a la cotización de los metales preciosos que extraen de los yacimientos.

Tras un 2019 en el que el oro experimentó una revalorización del 18% respecto al dólar, la rentabilidad de los fondos de inversión que tienen a este metal como activo subyacente ha doblado ese porcentaje y la evolución de los riesgos geopolíticos y económicos en el arranque del presente ejercicio hacen presagiar que este activo refugio por excelencia mantendrá la tendencia en los próximos meses. Al igual que la plata o el paladio –utilizado para la elaboración de la mayoría de los dispositivos electrónicos– el oro es una de las apuestas de las gestoras en épocas de incertidumbre, especialmente ahora que se constata que la banca central potenciará las políticas monetarias expansivas para luchar contra la crisis económica derivada de la extensión del COVID19.

Rendimientos dorados

Ya no se trata sólo de que los inversores adquieran oro como reserva de valor en tiempos inciertos, sino que existe una amplia gama de productos financieros que invierten en las compañías mineras y que han logrando unos rendimientos que superan en algunos casos incluso el 50% hasta que la pandemia hizo estragos en la renta variable global. El hecho de que la demanda del metal amarillo crezca a un nivel superior a la oferta –elemento característico de este tipo de activos cuando se acerca el final del ciclo económico– presiona sobre los precios generando importantes retornos.

Según explica a Forbes Víctor Alvargonzález, socio fundador de NextepFinance, existen sólidos motivos para que se mantenga la tendencia. “Los fondos de renta fija van camino de generar cada vez menos plusvalía, puesto que los tipos de interés no pueden bajar eternamente y la evolución de los bonos es inversa a la de los tipos de interés. Si a eso le sumamos que estamos en un entorno en el que los depósitos no generan rentabilidad o cuestan dinero ¿dónde irá el dinero más conservador?Mucho irá al ladrillo, sobre todo en países como España, pero habrá una parte importante que se dirija hacia el oro”, señala el economista.

Más allá de la adquisición de oro físico en forma de monedas o lingotes, las gestoras están incorporando a sus carteras acciones, fondos de inversión y ETFs en los que las entidades globales dedicadas a la extracción, procesamiento y negociación de metales preciosos tienen un peso cada vez más relevante, una vez que han dejado atrás sus problemas financieros que les llevaron a perder más del 20% de su valor en Bolsa en el inicio de la Gran Recesión de 2008. Con unos balances saneados y una adecuada gestión de los procesos han acometido un cambio cualitativo determinante.

Incluso cuando el oro seguía subiendo entre 2005 y 2011 (aparte de una breve pausa en 2008), las acciones de empresas mineras tuvieron una rentabilidad inferior al precio del oro. La inflación de los costes operativos fue muy fuerte, lo que provocó que la generación de flujo de caja fuera inferior a lo que las empresas y el mercado esperaban. Además, las empresas adoptaron decisiones erróneas, incluyendo fusiones y adquisiciones a gran escala, así como la aprobación de nuevos proyectos que suponían grandes inversiones de capital. Estos balances estrechos y el aumento de los riesgos del sector se produjeron en el momento equivocado”, explica a Forbes James Luke, co-gestor del fondo Schroder ISF Global Gold que logró un retorno anual del 53,9% en 2019.

Actualmente la situación es completamente diferente, debido a que tanto la inflación de los costes operativos como la perspectiva de la gestión empresarial de las mineras han dejado de ser obstáculos para convertirse en palancas de crecimiento. “Las acciones de estas compañías ahora están en una posición mucho más parecida a la del año 2000 que a la del 2008 o la del 2011. Esperamos un fuerte flujo de caja, un aumento significativo de los dividendos y que los equipos de gestión sigan siendo disciplinados en cuanto a la toma de decisiones estratégicas. Por ello creemos que las acciones de las compañías mineras podrán seguir batiendo la cotización del metal”, añade Luke.

Otro de los elementos que explican el mejor comportamiento del sector extractivo respecto al precio del oro, la plata o el paladio es el aumento del grado de diversificación que han realizado las empresas. “Las industrias mineras hoy en día raramente se centran en un sólo metal, lo que les permite crear ventajosas economías de escala. La gestión ha mejorado bastante en los últimos años, especialmente en lo que se refiere a aumentar el valor para el accionista, con un control de costes eficiente y una generación saludable de flujos de caja, coincide en señalar a Forbes Paula Mercado, directora de análisis de VDOS.

Uno de los aspectos en que se ha notado el cambio de gestión es en la inversión de estas compañías en proyectos de infraestructuras comunitarias e iniciativas sostenibles, soltando el lastre que siempre ha acompañado a las industria extractiva como agente que atenta contra el medio ambiente. “Una tendencia que está ayudando en este sentido es la inversión responsable, por la que tanto los inversores individuales como los gestores de activos institucionales exigen que se integren por igual, los principios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) en su toma de decisiones, con la consecuente reducción de riesgos y alejando el impacto de posibles infracciones futuras”, explica Paula Mercado.

No obstante, estos factores positivos no aseguran que todas las mineras serán rentables con independencia de la evolución de la cotización de los metales preciosos, especialmente si ponemos el foco en el corto plazo, donde la volatilidad seguirá siendo la gran protagonista. Existen variables que son difíciles de prever, estimar y controlar que pueden provocar más de un dolor de cabeza al inversor poco avezado. Los “cisnes negros” popularizados por NassimTaleb y que han cobrado plena actualidad con la llegada del coronavirus de Wuhan.

El precio depende del coste marginal de producción, el que estimula la nueva oferta necesaria para abastecer al mercado. Este indicador es bastante estable, y por eso tiene lógica que en determinados momentos de volatilidad de la cotización de los metales las acciones de las compañías extractivas no se muestren tan volátiles. En cualquier caso esto es la teoría, pero muchas veces a corto plazo los movimientos del mercado son difíciles de explicar desde la lógica, y se deben a factores más técnicos y de flujos, que tienen poco que ver con los fundamentales. Si una minera presenta problemas de balance o algún tipo de riesgo específico, entonces su volatilidad será mucho mayor. Lo hemos visto estos años en casos como Glencore, ArcelorMittal y otros”, argumenta a Forbes Luis Fernando Utrera, subdirector del Máster en Bolsa y Mercados Financieros del IEB.

El perfil inversor

Paradójicamente, el hecho de que determinados metales preciosos sean poco volátiles por estar menos sujetos a shocks de oferta –por ejemplo el oro se extrae en todos los continentes excepto en la Antártida– no implica que los activos ligados a ellos sean adecuados para los perfiles inversores más conservadores. Los productos financieros reverenciados a materias primas son complejos en muchos casos –como es el caso de los ETFs, los futuros o los estructurados– y además hay que tener en cuenta su coste en comisiones.

En este sentido, Paula Mercado apunta que “los fondos de inversión y otros activos que invierten en compañías mineras no deberían formar parte de carteras conservadoras y suponer sólo un pequeño porcentaje de las moderadas, pero para perfiles agresivos suponen un elemento diversificado para buscar rentabilidad”. Una opción para los inversores que tienen una mayor aversión al riesgo es combinar la inversión en oro o plata físicos con productos financieros que tengan a estos metales como subyacentes. De esa forma se reduce la volatilidad, aunque se limita también la capacidad de obtener grandes rentabilidades.

Además, en el caso del oro se observa un componente psicológico que provoca que muchos inversores conservadores toleren mejor las bajadas de cotización al no perder en ningún momento de vista que se trata de una apuesta a largo plazo en un valor refugio. “Como ocurre con la inversión inmobiliaria, la gente es hasta cierto punto consciente de que bajan los precios, pero no les preocupa demasiado porque consideran que es una inversión segura. Y en un mundo tan convulso como el que vivimos, con desequilibrios de política monetaria y riesgos geopolíticos crecientes conviene tener este tipo de amortiguadores en las carteras”, añade Víctor Alvargonzález.

Las casas de análisis, las gestoras y los bancos de inversión coinciden en que el rally alcista de los metales preciosos continuará y, en el caso del oro, Bridgewater o la propia Schroders se atreven a aventurar que el precio de la onza alcanzará los 2.000 dólares en los próximos dos años. La reciente crisis generada por el coronavirus chino y las tensiones en Oriente Medio han vuelto a sembrar la incertidumbre en los mercados, que habían comenzado el año celebrando el acuerdo comercial entre EE UU y el gigante asiático, confiando en vivir unos meses tranquilos hasta las elecciones norteamericanas.

“Considerando a la renta variable en tiempos de incertidumbre como el actual, existe una tensión inherente que lleva a los inversores a prepararse para dos escenarios igualmente probables: un desplome repentino y un rally de ciclo tardío”, augura Pierre Debru, director de análisis de WisdomTree. Esto provoca un viraje a los activos defensivos que, según este economista “pueden tener un coste de oportunidad significativo si se mantienen mucho tiempo en cartera a la espera de que se desencadenen eventos impredecibles”.

De hecho, ese parece ser el caso actual, en el que el pánico generado por la extensión de la epidemia del COVID19 ha llevado a la cotización del oro a su nivel más alto de los últimos siete años. Las caídas bursátiles sirven históricamente de catalizador para el precio del activo refugio por excelencia y en esta ocasión no ha sido diferente. Sólo los bonos del Tesoro norteamericano han seguido la estela del metal amarillo mientras las criptodivisas –con Bitcoin a la cabeza– han mostrado su debilidad para comportarse como alternativas de inversión contracíclicas.

Sin embargo, los analistas de Julius Baer anticipan que el oro no escapará a la volatilidad en los próximos meses, ya que habrá inversores que tengan que liquidar posiciones para cubrir las pérdidas generadas por otros activos en la tormenta financiera que ha puesto fin al rally alcista de los principales índices bursátiles norteamericanos. A todo ello se suma el desplome de las expectativas de inflación como consecuencia de la guerra de precios en el mercado del petróleo. Por ello, la firma suiza apunta en un reciente informe que los niveles actuales de cotización del oro descuentan los riesgos económicos asociados al coronavirus y seña- la que a medida que se vaya conteniendo la propagación de la pandemia “la demanda de activos-refugio se irá desvaneciendo”.

A pesar de estas presiones bajistas, existe consenso sobre los factores estructurales que benefician al oro a largo plazo, como “la creciente deuda mundial que ahoga el crecimiento y alimenta medidas de política monetaria no convencionales, la constatación de que el dólar está sobrevalorado en relación con el déficit fiscal estadounidense y las valoraciones excesivamente elevadas de los activos financieros, en particular de las acciones, que aumentan el riesgo de que se produzcan cambios bruscos de tendencia, de mayor volatilidad y de reducción las rentabilidades previstas a futuro”, apunta James Luke. Son cuestiones que, a su juicio, “deberían estimular la continua acumulación de oro de los bancos centrales y del sector privado”. Porque, como decía el financiero John Pierpont Morgan, fundador del imperio que lleva su nombre, “el único dinero de verdad es el oro y nada más”.

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