Los tipos negativos golpean en los cimientos del negocio tradicional de las entidades financieras –captar depósitos y facilitar créditos– presionando sobre sus márgenes de intermediación, lo que se produce, además, en un contexto de elevada competencia y crecientes exigencias regulatorias. Las armas que tiene el sector para recuperar la senda de la rentabilidad son el incremento de comisiones, las desinversiones, el ajuste de costes y la reducción de las provisiones; herramientas que tienen un efecto limitado y que dejan a la banca con poco margen de maniobra para cubrir su coste de capital. Algunas entidades han decidido comenzar a cobrar por los depósitos para compensar la penalización del BCE y, sobre todo, para limitar el impacto del exceso de liquidez. Y el Banco de España ha advertido que bajo este fenómeno subyace una insuficiencia de demanda de crédito de calidad. “Desde luego, a los bancos les gustaría que esa demanda fuera mayor para reducir un exceso de liquidez que no mantienen por gusto, y obtener una rentabilidad en lugar de soportar su coste. En un escenario como este, los tipos de interés negativos pueden ser contraproducentes. El coste de liquidez debe recuperarse de alguna manera y termina trasladándose a mayores comisiones bancarias o a los tipos de interés del crédito. Como en cualquier otro sector, si se encarece el coste de producción, una parte se traslada a los beneficios y otra al precio de los servicios”, indica Doménech.
Para dar oxígeno al sector financiero en este contexto adverso, los reguladores bancarios europeos están valorando reducir el objetivo de rentabilidad sobre recursos propios (ROE), que en la actualidad es del 10%, para acercarlo al 8%, que es la media del coste del capital. Lo que no está sobre la mesa es que el BCE permita unas menores exigencias de capital, sino todo lo contrario. El vicepresidente de la institución, el español Luis de Guindos, ha pedido a los reguladores nacionales de la eurozona que consideren la posibilidad de obligar a los bancos a construir mayores reservas de capital como protección contra una recesión aún mayor de la esperada que podría conducir a una crisis crediticia.