Empresas

Familia y negocios

El jefe no siempre tiene la razón. Al menos, a Thierry Stern (Ginebra, 1970), presidente de la relojera suiza Patek Philippe, no le gusta que se la den por sistema, sobre todo en su propia empresa. “Tenemos un equipo de gente muy bueno, los mejores en su campo, y, créame, también saben decir ‘no’. Eso es importante”, explica. Ese equipo ha llevado a la compañía a los primeros puestos de todos los rankings importantes.

ALGUNAS CIFRAS

Patek Philippe se halla en el grupo de los siete magníficos en cuanto a ingresos. Entre las relojeras, solo Rolex, Omega, Cartier, Longines, Patek Philippe, Tissot y Audemars Piguet sumaron una facturación cada una de más de 1.000 millones de francos suizos (910 millones de euros) el año pasado. Tres de ellas –Rolex, Patek Philippe y Audemars Piguet– registraron las mejores ganancias de su historia, según un informe sobre el sector del banco de inversión Morgan Stanley y la consultora suiza LuxeConsult. Este estudio adjudica a Patek Philippe (que no revela sus propias cifras) unas ventas de 1.350 millones de francos suizos en 2018, por detrás de Rolex, Omega, Cartier y Longines. La firma Vontobel Equity Research estima que fueron de 1.450 millones.

Por cuota de mercado tampoco se queda atrás. Es la cuarta con más porción de la tarta global, un 5,7%, por detrás de Rolex (22,2%), Omega (9%) y Longines (6,4%). De todas ellas, es Patek Philippe la que dispone del precio medio por reloj más alto: 53.500 francos suizos. Y, por supuesto, nadie duda del prestigio de la marca, la única (junto a Rolex) que cuenta en las subastas. De hecho, el reloj más caro del mundo es un Patek Philippe, de nombre Grandmaster Chime 6300A. Cambió de manos a mediados del pasado noviembre en la puja Only Watch por 28 millones de euros, batiendo el récord que la propia marca detentaba.

El presente de Patek Philippe es, pues, brillante, fruto de un pasado que la firma cuida con esmero, porque sus responsables consideran que proteger su legado y perpetuarlo es también asegurar su futuro. A esta responsabilidad se han enfrentado las distintas generaciones de la familia Stern, propietaria de la enseña desde 1932, cuando esta entró en quiebra tras el Crac del 29, la gran caída de la bolsa estadounidense que dio lugar a La Gran Depresión.

Patek Philippe había nacido antes, en 1839, cuando dos emigrantes polacos, Antoni Norbert Patek y Franciszek Czapek, huyeron a Ginebra ante el inestable clima político de su país y fundaron Patek, Czapek & Cie. Su asociación duró seis años, hasta que surgieron las rencillas y disolvieron la sociedad. Pero continuaron produciendo relojes por separado. Czapek erigió Czapek & Cie con un nuevo socio, Juliusz Gruzewski. Y

Patek se unió al relojero francés Jean-Adrien Philippe, quien había inventado un mecanismo que permitía dar cuerda a los relojes de bolsillo y ponerlos en hora mediante una corona, en lugar de con una llave separada que se introducía en un agujero de la caja, como era habitual hasta entonces. Su patente le valió una medalla de bronce en la Exposición Industrial Francesa de París de 1844, donde conoció a Patek. Y en 1851 la compañía pasó a llamarse Patek, Philippe & Cie – Fabricants à Genève.

Los éxitos se sucedieron: patentaron un regulador de precisión y un calendario perpetuo, crearon el primer reloj de pulsera con complicación (una repetición de cinco minutos) para mujer, entregaron el primer reloj de pulsera con calendario perpetuo…

LA DINASTÍA STERN

Todo eran parabienes hasta la Crisis del 29. A partir de ese momento, las dificultades financieras de la firma obligaron a los socios de Patek Philippe & Cie a buscar un comprador. Y lo encontraron en 1932 en la familia Stern: los hermanos Jean y Charles Henri, dueños de la manufactura Fabrique de Cadrans Stern Frères, que proveía de esferas a Patek Philippe.

A partir de ahí, cuatro generaciones de Stern se fueron relevando en los puestos directivos. En 1935, Charles se convirtió en presidente; su hijo, Henri, le sustituyó en 1958 (durante su mandato se lanzó el primer reloj deportivo Nautilus, un best seller de la marca hoy). En 1992 le tocó el turno a Philippe, hijo de Henri, quien reunió todas las plantas de producción de la compañía en un nuevo edificio en Ginebra y dio luz verde a un proyecto muy deseado: el Museo Patek Philippe.

En todos esos años, la enseña ha vivido momentos de júbilo (en forma de patentes, aniversarios, récords…), pero también circunstancias muy difíciles como la crisis del cuarzo de los años setenta, que hizo que los productores japoneses conquistaran el mercado con artículos más baratos y precisos que los de los suizos. “La industria relojera suiza ha estado enfrentando crisis desde sus inicios. Por lo tanto, siempre habrá un nuevo problema para resolver. Incluso cuando el cuarzo amenazó con destruir la industria, mi padre insistió en mantener nuestro nivel de calidad extremadamente alto. Muchas marcas están demasiado dispuestas a cambiar su estrategia, pero nosotros tenemos una muy simple a la que nos atenemos siempre: fabricar y diseñar los mejores relojes del mundo”, ha dicho Thierry Stern al periódico británico The Telegraph.

En 2009 le tocó a él, cuarta generación de la saga. Thierry accedió a la presidencia después de ejercer como vicepresidente desde 2006. Llevaba preparándose para ello casi desde su infancia. A los 6 años, hurgando en un cajón en el despacho de su padre, halló un tesoro: unos seis relojes de bolsillo con imágenes realizadas con esmalte, que posteriormente pondrían las bases del Museo Patek Philippe de Ginebra, inaugurado en 2001. “Ese día me dije: Yo haré relojes”, ha contado. Era un camino lógico.

Lo que no sabía era cuándo iba a reemplazar a su padre exactamente. “A veces no te llevas bien con tus padres, pero en mi caso fue diferente. Cuando hicimos la transición, yo estaba triste por él, y él estaba feliz por mí, pero también triste… En realidad, firmamos un papel, y ya está. Cuando trabajas tan cerca de tus padres no hay ninguna diferencia, excepto ese papel. Es como un matrimonio: por el hecho de firmar no significa que vaya a salir mejor. Pues lo mismo para un negocio familiar”, dice.

La estrecha relación entre hijo y progenitor se mantiene. “Incluso hoy me gusta cuando llega a la oficina y hablamos; él es un hombre muy sabio, así que ser el presidente o el hijo del presidente no cambia nada. La única diferencia es el salario”, comenta con sorna.

DE MAESTROS A APRENDICES

Patek Philippe es la última manufactura independiente de Ginebra en manos de una sola familia, y a pesar de ello se codea con las principales corporaciones internacionales del lujo (y por muchos años, porque Thierry Stern ha dicho por activa y por pasiva que no tiene intención de vender la compañía). Como empresa tradicional y familiar, en Patek Philippe los saberes se transmiten de padres a hijos, de maestros a aprendices. Thierry Stern aprendió el oficio en el taller, en varios departamentos, y allí se convenció de la importancia del lado creativo del negocio. También estudió en la Escuela de Negocios de Ginebra y un programa acelerado de dos años en la Escuela de Relojería de esa ciudad para conocer las complejidades del mecanismo de un reloj, y después accedió al departamento de ventas de la compañía. Tocó todos los palos: trabajó con dos minoristas de Patek Philippe en Alemania para dominar los entresijos de la venta en la alta relojería, y con una subsidiaria, Henri Stern Watch Agency en Nueva York, un mercado clave para la casa al que ya habían viajado su padre y su abuelo para comprender la plaza estadounidense, hogar de los mayores coleccionistas de la firma.

A su regreso se unió a Ateliers Réunis SA, antiguo nombre del fabricante de cajas y correas de la marca, y se instruyó sobre la fabricación de pulseras, cajas y otros componentes que configuran el exterior de un reloj. Le siguió una temporada en Benelux (Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo) como jefe de mercados, antes de volver a Ginebra en 1998, donde tomó el control de la planificación de productos.

Desde que alcanzó la presidencia, Thierry Stern ha dado continuidad a la labor de sus antecesores. Sin propuestas rupturistas, pegado a la tradición y a la trayectoria de la compañía. Ha vivido el 175 aniversario de la marca (en 2014) y acaba de completar el traslado de todos los trabajadores de Patek Philippe (1.600) a una nueva fábrica autofinanciada de 100.000 metros cuadrados en Plan-les-Ouates (Ginebra), de donde sale una producción anual de unos 60.000 relojes. A pesar de la mudanza, no habrá un aumento del suministro de ejemplares. Y eso que la escasez de algunos productos tiene a más de un minorista y de un cliente enfadados.

Thierry Stern estuvo detrás de la creación del modelo Aquanaut en 1997, uno de los triunfos actuales de su catálogo, junto con el también deportivo Nautilus. De hecho, son primos hermanos, pues comparten prácticamente la misma caja. Y ambos arrastran el mismo problema: listas de espera de hasta ocho años para las piezas en acero. “¿Por qué hay tanta demanda? Para ser sincero, no lo sé. El Nautilus no es un modelo nuevo, lo lanzamos hace más de 40 años. Ahora tenemos una capacidad limitada de unos 2.000 relojes para todo el mundo, pero no voy a producir solo Nautilus. Sería un gran error, porque si producimos diez veces más Nautilus, en menos de dos años nadie estará interesado en él. Tenemos otros 140 modelos en la colección. Creo que es una moda que desaparecerá en uno, dos o tres años, como la del acero, por eso no estoy preocupado. Lo siento por la gente que tiene que esperar, pero no hay nada que pueda hacer”, dice el directivo. Lo que sí ha promovido es la reducción del número de minoristas: de 750 a 440 en los últimos años, de manera que los mejores puedan despachar más piezas de la marca.

DE SUIZA AL MUNDO

Otro de los hitos de Thierry, un devoto de los relojes con repeticiones de minutos, de una complejidad mecánica superlativa (suenan a petición apretando un pulsador) y una de las especialidades de la casa, ha sido poner en marcha exposiciones a mayor gloria de la enseña por todo el globo, una manera de trasladar su historia, su cultura, su patrimonio y hasta su museo más allá de Ginebra. Ya suman cinco, de nombre Gran Exposición Watch Art: en Dubái (2012), Múnich (2013), Londres (2015), Nueva York (2017) y Singapur (2019), y habrá una sexta en Tokio en 2022.

El último punto a su favor que se ha anotado el presidente y su equipo ha sido el récord de visitantes (68.000) que ha registrado la última muestra, pública y gratuita, en Singapur. Tuvo lugar durante 16 días entre los pasados septiembre y octubre y fue la mayor de todas las celebradas hasta la fecha. El despliegue no conocía precedentes: allí se exhibieron más de 400 relojes, entre modelos de mesa, de bolsillo y de pulsera, de la mano de artesanos que revelaban cómo embellecen las esferas con esmaltes, marquetería y decoración guilloché, una técnica de grabado realizado a mano. También había ejemplares del siglo XVI y seis ediciones especiales, aunque las ediciones limitadas no suelen ser habituales en la casa. Entre ellas, el repetidor de minutos 5303R-010 Tourbillon Singapore 2019 Special Edition, con una novedosa arquitectura abierta que permite observar los martillos y gongs a través de la esfera, y del que se han elaborado doce unidades, a razón de medio millón de euros por cada una.

“El objetivo principal de esta Gran Exposición es educar a las personas y apasionar a los recién llegados y coleccionistas”, dice Thierry Stern. Es, asimismo, una manera de agradecer la relación y la historia entre Patek Philippe y algunos mercados. En el caso de Singapur, su longeva relación se traduce en la convivencia de varios coleccionistas de relojes en la antigua colonia inglesa, que justo este año cumple el bicentenario de su fundación. “Algunos de ellos han heredado sus colecciones de sus padres, y ahora desean transmitir esa afición a sus hijos. Los llevan a nuestras boutiques para que los conozcamos y para que sientan que forman parte del universo Patek Philippe”, señala Deepa Chatrath, responsable de la firma para el Sudeste Asiático.

Precisamente esta región, que abarca Malasia, Indonesia, Singapur, Tailandia, Filipinas y Vietnam, se ha erigido como el primer mercado para Patek Philippe, desbancando a Estados Unidos, aunque por países este sigue siendo el primero. Claro que el país americano es hogar de 330 millones de vecinos, por los casi 600 millones del Sudeste Asiático. “Los socios distribuidores que tenemos han trabajado mucho para incrementar los conocimientos del público sobre la alta relojería, junto con nosotros y con otras marcas. El nivel de los coleccionistas es mayor que en otras regiones”, comenta Chatrath. De hecho, los clásicos modelos Calatrava con complicaciones como el calendario anual o el perpetuo son los preferidos por los clientes de Patek Philippe en el Sudeste Asiático.

Singapur es uno de los países más caros del mundo, y también uno de los que aglutina a más millonarios. Allí el lujo campa a sus anchas, y sus habitantes no compiten entre ellos por lucir un artículo de Louis Vuitton, sino el último diseño ideado por Louis Vuitton. Pero lujo no es una de las palabras favoritas de Thierry Stern para referirse a Patek Philippe: “Es una trampa. Todo es lujo. Es una palabra fácil que no coincide con lo que hacemos, y que se ha usado por todo el mundo para hacerte sentir que compras algo único, pero hay que mirar la cantidad. Si estás vendiendo un millón de piezas [seguramente tenga a Rolex en mente al decirlo], ¿es eso lujo? No lo creo”.

Como empresa familiar que es, a Thierry le debe preocupar el futuro de Patek Philippe. Asegura que su hijo mayor ha comenzado a interesarse por el negocio y a aprender cómo funciona. “Tengo dos hijos y será muy difícil elegir a uno de ellos para dirigirlo”, ha dicho Stern. “Uno tiene que ser el presidente, lo que significa que el otro debe tener el 100% de las acciones. No puedes tener dos personas a la cabeza. Ese es el gran secreto de una empresa familiar sólida”, concluye.