Es conocido que Amancio Ortega tiene debilidad por los inmuebles emblemáticos, como Torre Picasso, que compró a FCC por 400 millones de euros. También se sabe que el fundador de Mercadona, Juan Roig, está volcado con el emprendimiento y promovió hace algunos años el fondo de capital riesgo Angels Capital y la incubadora de empresas Lanzadera. El poder inversor de dos de los hombres más ricos de España, y antes que nada empresarios de formidable éxito, es enorme. Pese a la gran discreción que les caracteriza, las operaciones inmobiliarias del dueño de Inditex suelen ocupar grandes titulares en los medios de comunicación económicos.
Un peldaño por debajo del olimpo inversor destinado a las fortunas gigantescas gravitan los grandes patrimonios, ocupando un territorio más amplio, al que también están reservadas inversiones exclusivas en la práctica. Porque ¿quién dispone por ejemplo de cinco millones para aparcarlo en un proyecto empresarial ajeno y de evolución incierta?
Private equity
Cinco millones es el mínimo requerido para participar en algunos de los más grandes fondos internacionales de private equity, o capital privado, que consiste en la aportación de recursos financieros de forma temporal a empresas no cotizadas con potencial de crecimiento. Los fondos domésticos admiten inversores que se jueguen ‘solo’ un millón. Pero hay que matizar. “El millón de euros es un compromiso. Te lo van pidiendo a lo largo de seis años y también te van haciendo devoluciones antes de desembolsar el último euro, por lo que no llegas a desembolsar en términos netos todo lo que has invertido”, explica a Forbes Jacobo Zarco, director de servicios élite y planificación de atl Capital. El private equity tiene un peso muy significativo en las carteras de inversión de los grandes patrimonios, que suelen poner su fortuna bajo la administración y gestión de un family office. Según The Global Family Office Report 2019, de UBS y Campden Research, un estudio basado en encuestas a más de 300 family offices de todo el mundo, el capital riesgo representaba el 21% de su inversión total al finalizar el segundo trimestre de este año. El 14% se coloca directamente en empresas y el 7% se canaliza a través de fondos de inversión. Estos porcentajes apenas han variado respecto a 2018. Y eso que el capital riesgo se erige como el activo más rentable para los family offices, con un rendimiento medio del 16% en inversión directa en empresas y del 11% para las inversiones basadas en fondos.
La atracción de los ricos por el capital riesgo está vinculada al origen de su patrimonio. “En muchos casos, la gente tiene dinero porque le viene del negocio familiar que han vendido o todavía mantienen. Suele ser un denominador común ese espíritu empresarial, por lo que les gusta invertir en negocios y es lo que saben hacer. Piensan que son buenos en identificar compañías rentables e incluso en intervenir en ellas”, comenta Zarco. Las empresas tecnológicas son el primer objetivo, seguido de los negocios inmobiliarios y los financieros. La iliquidez característica de este tipo de activos, que los hacen “no aptos” para pequeños inversores, no es un inconveniente para los grandes patrimonios. “Probablemente sus necesidades de liquidez son menores y, por lo tanto, pueden permitirse el lujo de tener sus inversiones en activos menos líquidos”, afirma a Forbes Juan Ramón Casanovas, head of private portfolio management de Bank Degroof Petercam Spain. La acumulación de riesgo es otra de las barreras implícitas en el private equity que solo una potente capacidad inversora está en condiciones de sortear. “Si inviertes en un sola compañía tu riesgo es muy alto. Por eso es básico que tu patrimonio te permita diversificar suficientemente”, puntualiza a Forbes Jorge Lovaco, director general de estrategia corporativa de A&G Banca Privada.
Aunque el private equity se está popularizando relativamente con el lanzamiento de algunos fondos con mínimos de inversión más asequibles, de en torno a 100.000 euros, para los expertos es evidente que se trata de un activo en el que los umbrales de entrada constituyen una limitación.
La diversificación
La inversión inmobiliaria también se ha popularizado porque no es demasiado complicado comprar un piso o un estudio para rentabilizarlo. En España es bastante tradicional que las clases medias inviertan en ladrillo. “Pero esto no sirve para diversificar adecuadamente, que es uno de los mantras de los ricos”, insiste Lovaco. Las opciones más interesantes y rentables en el negocio inmobiliario también están acotadas a los grandes patrimonios. Son los edificios de oficinas, locales logísticos y centros comerciales los que acaparan los focos porque se convierten en una fuente de rentas que aporta liquidez. Solo las billeteras muy abultadas pueden adentrarse en este tipo de proyectos. Los activos inmobiliarios representan más del 17% de la cartera media de los family offices. Y esta tendencia es creciente. En solo un año ha aumentado su peso en 2,1 puntos porcentuales. El 55% de la cartera inmobiliaria se destina a comercial. Los rendimientos medios de las inversiones inmobiliarias oscilan entre el 6,6% de la residencial local y el 9,2% de la comercial internacional, según el informe de UBS y Campden Research.
La iliquidez de las inversiones no es desde luego un freno para los grandes patrimonios. Las inversiones alternativas suponen casi un 9% de las carteras de los family offices, con los hedge funds como parte fundamental de este apartado, ya que destinan el 4,5%, frente al 5% en 2018. Los hedge funds, que buscan las ineficiencias del mercado para obtener beneficio y utilizan productos derivados y un elevado apalancamiento, no pueden estar, desde luego, en manos de cualquier inversor. Sus comisiones y gastos son elevados y los mínimos de inversión también, por lo que solo están al alcance de profesionales y grandes fortunas. “Teniendo en cuenta que no es muy recomendable poner más del 10% del patrimonio en inversiones alternativas, y que los umbrales de entrada en algunos fondos de cobertura son de 100.000, 200.000 o incluso medio millón, basta hacer el cálculo para saber de cuánto dinero hay que disponer para invertir en ellos”, argumenta Lovaco. Además de hedge funds, las inversiones alternativas de los family offices incluyen agricultura, con un 1,4% de la cartera, commodities (1%), REITS (1%) y oro y metales preciosos (0,8%). Dentro de la pata financiera, que es lo que les da liquidez y disponibilidad inmediata, la bolsa es el primer destino. Los family offices invierten casi un tercio de la cartera en renta variable, el 25% de países desarrollados y el 7% de emergentes. El 32% que dirigen a las bolsas globales es 1,2 puntos porcentuales menor que en 2018. Y es que la encuesta anual a los family offices pone de relieve que una mayoría está anticipando una recesión para 2020, lo que les está llevado a aumentar la liquidez, a reducir el apalancamiento y a adoptar, en definitiva, posiciones algo más conservadoras. Los administradores de los grandes patrimonios reconocen que están concentrados en compañías cotizadas de crecimiento, de gran calidad, en mercados desarrollados. La renta fija representa algo más del 16% de la cartera, repartida entre un 12% de economías maduras y un 4,3% de países en vías de crecimiento. En todo caso, la cartera tipo de un gran patrimonio tiene muchos más ingredientes que las de los inversores comunes. Pero, según remarca Zarco, “el concepto de inversión es el mismo, solo que cuando tienes una masa crítica te da para hacer más cosas”. Esa capacidad de diversificación no solo por activos y por sectores sino también geográfica, e incluso por estilos de gestión, como apunta Casanovas, es intrínseca a este perfil de inversores.
Perfil de inversor
Los expertos admiten más peculiaridades en torno al modo de invertir de los ricos. “Suelen sentirse cómodos en sitios donde puedan elegir la inversión y actuar sobre ellos. Más que, en algunos casos, invertir en mercados financieros donde tienes que delegar. Generalmente cuentan con una cultura financiera mayor, con lo cual pueden entender mejor conceptos que otros inversores no llegan a comprender. Pero también están acostumbrados a tomar sus propias decisiones y a tener éxito con ellas. De modo que todo lo que sea delegar lo llevan peor”, argumenta Zarco.
Algunos expertos aseguran que en ocasiones es difícil para un gestor trasladar una idea a un cliente de este perfil. “Si tu criterio coincide con el suyo, bien; pero si no es así a lo mejor prefiere el suyo. Entonces hay que tener esa sensibilidad y mano izquierda para hacerles ver determinadas cosas porque para eso te contratan”, desgrana un responsable de gestión.
Esto ocurre más cuando se trata de un inversor propietario de un gran patrimonio que se acerca a una firma especializada de forma individual. En los casos en que el interlocutor entre el gestor o responsable de una cuenta y el cliente es un family office resulta más sencillo. “Los family offices son muy receptivos a las recomendaciones de los profesionales del sector. Su conocimiento del patrimonio global del cliente les ayuda en su toma de decisiones”, defiende Casanovas. A los grandes patrimonios les gusta la exclusividad. “El saber que la inversión que realizan solo va dirigida a unos pocos conlleva un plus”, dice Casanova. Pero no a cualquier precio. Aunque se sientan cautivados por lo único y singular, “priorizan la rentabilidad por encima de la exclusividad”, agrega el experto de Bank Degroof Petercam Spain. El perfil de inversor más común entre los grandes patrimonios es el moderado. Por regla general son firmes en sus decisiones y no tienden a especular. Aunque, eso sí, suelen estar dispuestos a asumir más riesgo en aras de obtener una mayor rentabilidad. El actual entorno de tipos de interés ha obligado a la inmensa mayoría de inversores a incrementar su exposición al riesgo para maximizar el rendimiento de sus carteras, y los grandes patrimonios no son ajenos a esto, dicen los expertos. De ahí que sea más fácil ver en su distribución de activos mayores porcentajes de renta fija high yield, deuda emergente en divisa local e incluso fondos de préstamos sindicados. Los profesionales observan, no obstante, algunas diferencias generacionales. Los más jóvenes buscan rendimientos por encima de todo. También detectan entre las nuevas generaciones de los grandes patrimonios una mayor sensibilidad a los temas de inversión socialmente responsable (ISR), aunque la demanda expresa de este tipo de activos sigue siendo reducida. La cartera promedio de los family offices asigna solo un 19% a sostenibilidad, según el estudio de UBS y Camden Research. Dentro de este estilo, el cambio climático es en lo que más invierten. A medida que la edad avanza, los grandes patrimonios persiguen consolidar, preservar y se hacen más sensibles a la fiscalidad de los distintos vehículos de inversión. Las personas más mayores se muestran más inquietas por los temas de sucesión o el traspaso del patrimonio.
Del estudio de UBS y Camden Research se concluye que la búsqueda de un mayor equilibrio en las inversiones es una preocupación mayoritaria para los family offices, que son los que al fin y al cabo materializan los objetivos y las limitaciones de los grandes patrimonios. Esto es así porque la preservación de las inversiones es clave de cara a conservar la riqueza para las próximas generaciones. “Todo el mundo tiene el objetivo de preservar el capital pero es más acentuado en los grandes patrimonios. Por supuesto quieren hacerlo crecer, [pero] su primer mandamiento es conservarlo. Esto se hace con un ejercicio de planificación financiera: dónde quiero ir, con qué recursos cuento para ir donde quiero ir y cuál es el camino más adecuado para llegar donde quiero con lo que tengo. No solo desde el punto de vista financiero sino filosófico: cuáles son los valores de esta familia y lo que quiere inculcar a las siguientes generaciones; cómo se desarrolla y las reglas de juego dentro de esa familia. En algunos casos se llega a plasmar en un protocolo familiar. Suelen tener esto, sobre todo a partir de un determinado tamaño. Esa estrategia es lo que plasmas en tus inversiones”, concluye Zarco.