Formamos parte de una sociedad hiperconectada, en un escenario económico y laboral inédito donde la tecnología juega un papel fundamental. En esa realidad de cambio continuo, el aprendizaje ha pasado de ser una etapa de la vida a una constante vital. Víctor Molero, director académico de ISDI, nos habla desde el compromiso y la pasión por la educación del momento en el que nos encontramos.
¿Cómo ha sido el cambio de paradigma educativo –hacia el Lifelong Learning– que se ha vivido en los últimos años?
El Lifelong Learning no es algo nuevo. Yo creo que lo que realmente está surgiendo es una nueva concepción: Lifeshort Learning. Hace unas décadas –pocas– íbamos a la universidad o estudiábamos un curso y aprendíamos competencias con las que nos podíamos ganar la vida veinte o treinta años. Ahora la vida útil de una competencia es de tres o cuatro años, porque al poco tiempo irrumpen soluciones o tecnologías nuevas que te obligan a aprender cosas diferentes. Incluso existen carreras universitarias, sobre todo técnicas, en las que conceptos que se enseñan en primero están obsoletos cuando los alumnos llegan a cuarto o quinto. El Lifelong Learning respondía a la posibilidad de actualizar conocimientos; pero ahora es condición sine qua non para poder ejercer profesionalmente.
En esta nueva situación social y educativa, ¿qué papel juegan las escuelas de negocio?
Gracias al teléfono móvil tenemos acceso al conocimiento mundial de manera instantánea, a millones de aplicaciones. Es decir, la tecnología nos da a los usuarios posibilidades que antes no teníamos, y nosotros exigimos a las empresas productos y servicios que estén en consonancia. Fíjese; si yo hago así [gira el teléfono] obtengo una información, si hago así [gira en la otra dirección] obtengo la misma pero adaptada a mi preferencia de lectura horizontal. La compañía que puede ofrecerme esto –que conlleva un desarrollo tecnológico, una ingeniería y una organización– tiene mi preferencia. Esto espolea la competitividad del resto, y por eso las empresas saben que no necesitan comprar tecnología, sino gente que sepa manejarla. Ahí es donde las escuelas de negocio juegan un papel fundamental, siempre que otorguen al alumno los mecanismos para mantener un conocimiento actualizado tras terminar el programa.
Este modelo actual de escuela, adaptado al dinamismo imperativo de la sociedad del que nos ha hablado, ¿cuándo aparece?
Va a sonar muy mal, pero yo creo que nace hace diez años con ISDI. Te digo esto por lo siguiente: existían escuelas de negocio de toda la vida, con gran reputación y profesores magníficos, pero todas utilizaban la metodología del caso. Cuando nació ISDI lo hizo con el foco de internet. Hablamos de conceptos, herramientas y prácticas que nunca se habían utilizado, y no se trataba solo de coger el máster de toda la vida y añadirle el adjetivo ‘digital’. Así que pensamos: ¿no nacemos de cero? Tengamos una genética propia, no arrastremos la del siglo XX si estamos naciendo en el XXI, para un perfil de empresa distinta sobre una realidad tecnológica diferente. No quisimos adherirnos al método del caso –no porque sea malo, es un método fantástico que ha funcionado durante más de un siglo– sino porque quisimos poner al alumno como líder de su aprendizaje. Una nueva concepción del proceso, no con el profesor como guía, sino como el alumno que busca y descubre.
¿Qué sistemática se plantearon en los primeros pasos, y cómo ha ido evolucionando?
Empezamos trabajando con un planteamiento metodológico, y en estos diez años ha ido creciendo, evolucionando… como la vida misma, que se va transformando continuamente y se convierte en otra cosa, en un cúmulo de su propio recorrido. Lo que quisimos crear desde un principio es un escenario muy próximo a la realidad; es decir, que nuestro trabajo tuviera una orientación práctica y profesional. Pero, en esencia, decidimos que nosotros no queremos enseñar, nosotros queremos que los alumnos aprendan. Esto tiene enormes dificultades, porque supone un grandísimo cambio mental. Los alumnos suelen decir que empiezan con muchísima ilusión, y en el proceso aprenden a gestionar la frustración, la presión… por eso cuando terminan dicen que ellos no solo han aprendido, sino que en realidad han sido transformados.
¿Cómo era el alumno que se matriculaba en ISDI hace diez años y cómo ha cambiado en este tiempo?
Aunque siempre nos hemos mantenido en una media de 30 a 40 años, tenemos un perfil de alumno muy heterogéneo, porque el impacto de la tecnología en las organizaciones es trasversal y afecta a todo el mundo.
¿Qué herramientas clave se ofrecen a esos alumnos para adaptarse a este nuevo entorno laboral y social?
Para mí la herramienta fundamental no es tecnológica, sino mental, y consiste en la flexibilidad y capacidad de cambiar y adaptarse. Porque nos espera un constante fluir de tecnologías, que pueden sucederse por ligeras mejoras o cambios radicales, y no podemos aferrarnos a un solo aprendizaje por mucho esfuerzo que nos haya supuesto adquirirlo.
Y si nos vamos a lo puramente tecnológico, ¿existe un punto de partida imprescindible de conocimiento?
Hay herramientas tremendamente complicadas, como Salesforce o CRM, que puedes tardar una vida en dominarlas. ¿Pero has reparado en que ahora compramos cosas que no tienen folleto de instrucciones? Incluso algo tan complejo como un teléfono móvil. Me parece muy interesante esa concepción hacia la que avanzamos, y en la que Apple y Steve Jobs fueron visionarios, en el sentido de que las cosas tienen que ser tan sencillas que se puedan usar de una manera intuitiva. Yo creo que es una corriente que cada vez está llegando a más productos.
Promueven un modelo de educación colaborativo, de trabajo en equipo.
Desde el primer día, los alumnos entran a formar parte de uno o dos equipos de trabajo que además –y esto es lo más difícil– tendrán que mantener hasta el final. De esta forma aprenden a ponerse de acuerdo, a negociar con argumentos y a ser adaptables. Lo verdaderamente complejo de trabajar en equipo es asumir que hay un objetivo compartido que está por encima de las intenciones o querencias individuales. Ese es el verdadero reto.
¿Cómo funciona el modelo ISDI para empresas y ejecutivos?
Es muy curioso, porque cuando pensamos en alumnos nuestra mente tiende a llevarnos a la imagen de alguien joven. Y no necesariamente. De hecho aquí tenemos programas para recién licenciados –chicos de entre 23 y 27 años–, pero son la minoría. La inmensa mayoría es gente que está por encima de los 30 años. Y es tremendamente gratificante ver a personas con experiencia y con una posición social cómoda volviendo a la escuela, algo que requiere mucha humildad. Porque solo se puede aprender cuando uno reconoce que ignora, y cuando tenemos cierta edad tendemos a apoyarnos en lo que somos y en lo que sabemos para explotar nuestro patrimonio intelectual y experiencial. Pero al llegar a ISDI hay que dejar todo eso a un lado porque no has venido a explorar lo que eres, sino lo que puedes llegar a ser.
El docente de ISDI no es como el tradicional teórico, sino que tiene un perfil ejecutivo, con mucha experiencia profesional. ¿Qué aporta ese bagaje al alumno?
Para mí sería como la diferencia entre ir a una academia militar o estar en una trinchera. Porque tú puedes conocer muchos conceptos y teorías –que son necesarios, por supuesto– pero nuestros profesores los adquieren tras vivirlos en primera persona. Ellos te van a contar lo que realmente pasa en la trinchera, en la pura realidad. Es realmente bonito poder aprender de la directora general de Google, o del director de Twitter, tener contacto directo con quienes son los héroes de esta revolución digital que está teniendo lugar a nivel mundial. Yo creo que eso es de un valor y una riqueza extraordinaria.
¿Y cómo se atrae a esos héroes de la revolución a una escuela como ISDI?
Haciéndoles ver que tienen la posibilidad de influir en la transformación del mundo y en las vidas de muchas personas. Es una conquista.
¿Cómo crees que va a evolucionar la oferta formativa?
Creo que cada vez habrá más automatización, sobre todo en procesos educativos, pero también que la interacción con el alumno será más natural gracias al B-Learning. Habrá mucho respaldo tecnológico para que el aprendizaje no esté circunscrito solo a los momentos en los que toca aprender, sino que sea una constante de tu vida, en cualquier materia que te interese. También creo que se van a diferenciar mucho los que quieren aprender de los que quieren una titulación. Aprender nunca ha sido más fácil que ahora.