No todas las operaciones de integración corporativa son un éxito; algunas lo son, otras –las más– lo logran después de un tortuoso proceso de asimilación cultural y las hay que son un ejemplo de fracaso, como lo está demostrando el caso de las químicas Bayer y Monsanto.
Apenas dos semanas después de su designación como consejero delegado de la centenaria químico-farmacéutica alemana Bayer, Werner Baumann vio el cielo abierto para acometer el proyecto de crear un grupo líder mundial en pesticidas y semillas de alto valor tecnológico con la compra de la estadounidense Monsanto. La idea, que ya le acompañaba desde sus tiempos de jefe de operaciones, cuajó y en mayo de 2016 la legendaria marca de la aspirina compró por nada menos que 63.000 millones de dólares (aproximadamente 56.924 millones de euros) Monsanto, una marca conocida en el mundo entero por sus investigaciones genéticas en semillas y por la fabricación de productos químicos como pesticidas, cuyos usos y aplicaciones de alguno de ellos están rodeados de controversia. Se trataba de la mayor oferta de compra realizada por una empresa alemana desde el final de la II Guerra Mundial y pagada además en efectivo.
Se disparan las demandas
Los primeros síntomas tóxicos de la operación no aparecieron hasta el verano de 2018, cuando la compra se cerró de forma definitiva. Bayer perdió entonces una demanda que alegaba que el herbicida Roundup, de Monsanto, causaba cáncer, pero después vinieron nuevas derrotas ante los tribunales por más de 190 millones de dólares (172 millones de euros aproximadamente). Según el diario Wall Street Journal, a Bayer se le acumulan las demandas: hay unas 18.400 esperando. Una reciente es la de un jardinero de Australia, el primer caso que aparece en el país, al que le han diagnosticado un tipo de leucemia tras usar presuntamente durante más de 20 años el susodicho herbicida Roundup, según la agencia de noticias Reuters.
Bayer está recurriendo las sentencias y afirma que Roundup es seguro, pero ha perdido alrededor del 30% de su valor en bolsa desde que se cerró el acuerdo de compra, uno de los peores que se recuerdan en el dilatado mundo empresarial, por las pérdidas infligidas a sus accionistas, y solo comparable, según analistas, a la fusión de AOL y Time Warner en 2000 –la mayor de la historia– o a la compra de la hipotecaria Countrywide por Bank of America en 2008. Atendiendo a lo que vale en la actualidad el grupo germano-estadounidense en bolsa, la capitalización asciende a la suma pagada por la adquisición de Monsanto, lo que significa que se ha evaporado en su totalidad el valor de una de las dos empresas.
Ansias de liderazgo
Al parecer, los cálculos del artífice de la operación, Werner Baumann, al que los accionistas le retiraron su apoyo en la última junta de accionistas –algo inédito en Alemania– eran convertir el pequeño negocio agroquímico de Bayer en líder del mercado gracias a la integración de las divisiones de pesticidas, semillas y cultivos de alta tecnología de Monsanto. Además, la operación ahorraría a Bayer 1.200 millones de dólares anuales en costes (1.084 millones de euros aproximadamente), lo que permitiría desarrollar nuevos productos y generar flujo de caja.
Por otro lado, la tendencia mundial de crecimiento demográfico contribuía poderosamente a frotarse las manos con las perspectivas de ventas de semillas de alta productividad. Paralelamente, el CEO también tuvo en cuenta el vencimiento de las patentes (en 2023) de dos de los medicamentos más vendidos de Bayer, el anticoagulante Xarelto y el tratamiento ocular Eylea, por lo tanto el acuerdo con Monsanto servía de cobertura de la más que posible caída de los ingresos farmacéuticos. Y, por último, el tamaño resultante de las dos compañías suponía una garantía de protección para Bayer ante una eventual oferta de compra no amistosa.
Algunos cálculos de analistas realizados a partir de los fallos judiciales condenatorios, estiman que Bayer podría enfrentarse a un volumen de indemnizaciones por el pesticida Roundup de entre 5.000 y 25.000 millones de euros.
Un problema reputacional
En la actualidad, algunos países han prohibido su componente activo –el glifosato– y en otros se están estudiando prohibiciones adicionales. Bayer, por su parte, ha rechazado las quejas de Roundup por carecer de fundamento, argumentando que hay estudios científicos que demuestran que el glifosato es seguro. Pero esto no es todo. Los quebraderos de cabeza para Bayer no se detienen aquí. Fiscales franceses abrieron una investigación el pasado mes de mayo a raíz de que el periódico Le Monde publicara un artículo en el que comentaba que Monsanto, al parecer, habría elaborado una lista de periodistas, políticos e investigadores influyentes en un intento por crear una visión favorable de la compañía entre la opinión pública. El problema reputacional y económico está alcanzando tal dimensión que algunas hipótesis entre analistas e inversores apuntan a que probablemente lo más conveniente para que se salve Bayer podría ser la ruptura de la operación y acabar con la pesadilla de una compra que ha resultado ser altamente tóxica.