Hubo un tiempo antes de Whatsapp en el que tenías que elegir entre usar el teléfono o que funcionara el router, que contabas los caracteres para enviar un SMS antes de que Twitter estuviera de moda o que el botón de guardado de Word era para ti solamente un disquete. Aquellos años en los que un programa de ordenador cabía en un disco de 5 ¼ de los blandos y la realidad virtual era en amarillo y negro. Pueden parecer mamuts del Pleistoceno de la comunicación digital, pero solo han pasado poco más de 20 años.
Desde los albores de su creación, la Red ha supuesto una revolución visceral a la hora de almacenar conocimientos y conectar personas. Al principio, los datos se colgaban en páginas que los usuarios leían, porque solo había texto e hipertexto, y la interacción entre el emisor y el receptor del mensaje era más bien escasa. Poco a poco, se añadieron imágenes, gráficos, gifs y videos y surgieron nuevas herramientas que permitían un mayor nivel de interactividad, desde el correo electrónico hasta plataformas para relacionarse con otros usuarios como MSN. También florecieron alojamientos como Geocities, portales para buscar contenido como Olé, Ozú o Hispavista; y proto redes sociales como Fotolog, Ringo, Hi 5 o Tuenti. Algunas de estas propuestas tuvieron éxito y consiguieron sobrevivir, otras se perdieron en la noche de los tiempos y se estudiarán en los libros de paleohistoria digital, pero sin duda todas pusieron su granito de arena para formar el germen de lo que hoy día es internet. Guardemos un minuto de silencio por tantos recuerdos de juventud perdidos en la inmensidad de la nube y que ahora mismo serán ya basura espacial. Nacho de Pinedo, cofundador y CEO de ISDI, explica que “han pasado ya 30 años desde el nacimiento de la World Wide Web. Sin embargo, ha sido en esta última década cuando ha experimentado una progresión exponencial gracias a la reducción del coste de computación y al crecimiento del ancho de banda, la adopción de las redes sociales, la aparición del móvil y las apps, el desarrollo del ecommerce, la aportación masiva de contenidos generados por el usuario, el nacimiento de la economía colaborativa… Internet ha pasado de tener 2.000 a 5.000 millones de usuarios y ha cambiado las reglas del juego en categorías como el retail, la productividad, el entretenimiento, la educación o la comunicación. A pesar de este impresionante despliegue, todavía estamos en la mañana del día digital: se están incorporando nuevas tecnologías y tendencias como blockchain, inteligencia artificial, industria 4.0 o el 5G, que van a hacer que en los próximos años esta exponencialidad sea aún mucho más pronunciada”.
Sujetos activos
La única constante en el universo de internet ha sido el cambio y en esta última década han surgido nuevas herramientas que han vuelto a modificar las reglas del juego. Especialmente en lo que se refiere a la comunicación. En tan solo diez años hemos pasado de ser sujetos pasivos a usuarios activos, y de usuarios activos nos hemos convertido en generadores de contenido, opinadores, influencers y viralizadores. La comunicación ha pasado de ser unidireccional a bidireccional, y de bidireccional a omnidireccional, omnicanal y global. Y todo gracias a las redes sociales, que han convertido a internet en una jaula de grillos para unos o en un foro multitudinario de expresión para otros, en el que las personas pueden enriquecerse mutuamente intercambiando experiencias y opiniones. Depende de cómo utilicemos las herramientas. En opinión de Nacho de Pinedo, “la web 2.0 nació por la aparición de las redes sociales y los wikis que permitieron que los usuarios, que hasta ahora habían sido simples espectadores de una internet en la que solo empresas e instituciones tenían presencia efectiva, se convirtieran en protagonistas. Gracias a las redes sociales cualquier usuario puede abrir una presencia personal en internet en cinco minutos y gratuitamente. De esta manera, a través de estas plataformas, un individuo es capaz de compartir contenidos, opiniones o influencia a millones de otros usuarios, pudiendo rivalizar eficientemente con cualquier gran corporación, con la ventaja añadida de que la voz del usuario en internet es mucho más empática para otros usuarios que la originada desde las empresas”.
Es cierto. Gracias a las redes sociales cualquiera puede comunicar al mundo sus pasiones, sus miedos, sus esperanzas y sus ilusiones y en función de su número de seguidores, que es el altavoz que internet ha puesto a su disposición, tendrá más o menos resonancia. La Red ha democratizado el acceso a la información, a la cultura y a la educación; y las redes sociales han permitido que cualquiera pueda expresarse y opinar. Sin embargo, y aunque parezca una obviedad, no deberíamos olvidar que internet es un reflejo de la sociedad en la que vivimos y que, como pasa en todos los grupos heterogéneos de personas, hay de todo como en botica. No todo el mundo sabe de todo y, por tanto, no todas las opiniones deberían tener el mismo valor. Especialmente si no están contrastadas.
Democratizar la información
Decía Isaac Asimov, que el antiintelectualismo es el culto a la ignorancia y que durante mucho tiempo se ha promovido la falsa idea de que la democracia consiste en que la ignorancia de unos es tan válida como el conocimiento de otros. Lo mismo pasa en internet. Gracias a lo fácil que resulta crearse un perfil en cualquier red social y empezar a compartir contenido, las voces deseosas de comunicar al mundo su vida y milagros han proliferado como setas en otoño. Algunos utilizan estas herramientas de forma responsable y civilizada, con la intención de mantener el contacto con sus seres queridos, estar informados, aprender o entretenerse; pero al calor de esta corriente de exaltación de las libertades individuales y de la necesidad de compartirlo todo y exteriorizar hasta las intimidades más recónditas, han proliferado las malas hierbas de los trolls, los egocéntricos ávidos de atención mediática, los haters o los anónimos cobardes que utilizan Twitter para descargar su ira cuando a lo mejor deberían plantearse ir al psicólogo. ¿Ladran, Sancho? Luego publicamos. Si ya son los gobiernos o los organismos internacionales los interesados en difundir propaganda o mentir en su propio beneficio, las prácticas de dudosa moralidad alcanzan ya unos niveles estratosféricos de irresponsabilidad.
Beatriz Marín García es analista de medios en la Unidad de Media Monitoring & Eurobarometer en la DG Communication de la Comisión Europea y explica que “internet ha supuesto una democratización ficticia de los flujos de información. Por una parte, se ha pluralizado la producción, difusión y recepción de contenidos. Los usuarios ya no son simples actores pasivos y los nuevos canales de distribución permiten que cualquier internauta avispado, capaz de ajustar su estrategia a los nuevos patrones, pueda producir relatos y/o contribuir a su difusión a gran escala. Eso permite que tengamos acceso a ingentes cantidades de información muy diversa. Sin embargo, tendemos a consumir información que reafirme nuestras ideas y al final terminamos por agruparnos en comunidades ideológicas que, si son muy herméticas, pueden construir posiciones muy polarizadas”.
‘Influencers’ y ‘fake news’
En un mundo en el que tanto las empresas como los usuarios particulares buscan la notoriedad a toda costa y la competencia por diferenciarse alcanza cotas insospechadas de ferocidad, cabe hacerse dos preguntas:
1. Si todo el mundo se autodenomina influencer, ¿quién tiene realmente influencia?
2. ¿Vale todo para llamar la atención de las masas?
En primer lugar, y según la Teoría 90-9-1 de Jakob Nielsen sobre la desigualdad participativa en internet, un 1% de los usuarios generan el 90% del contenido, un 9% genera el 10% de contenido restante, y el resto, un 90% de los usuarios, son mirones que observan pero no aportan. Con estas cifras en mente, cabe preguntarse quiénes son los que deciden quién es relevante, en qué se materializa dicha influencia y qué tasa de conversión en acciones reales supone el tener muchos seguidores.
En segundo lugar, y con respecto a la búsqueda irracional de la notoriedad, por supuesto que no todo vale. Las mentiras tienen las patas aún más cortas en internet que en la vida real, con el agravante de que la audiencia testigo de cualquier error es de miles de millones de personas, y cuenta además con los instrumentos para convertirlo en viral en cuestión de horas.
Nada nuevo bajo el sol
Nacho de Pinedo recalca que “las fake news no son una concepción original de internet. Las nuevas formas de comunicación son solo un catalizador de un concepto tan viejo como la humanidad. Hay numerosas manifestaciones del mismo a lo largo de la historia: el rapto de Helena como motivo de la guerra de Troya, la explosión del Maine para convencer al pueblo americano de entrar en la guerra de Cuba, el incendio del Reichstag atribuido a los comunistas para afianzar el poder de Hitler o la existencia de armas de destrucción masiva para justificar la invasión de Iraq. En el pasado estas fake news se distribuían a través de los medios de la época, que tenían un alcance y volumen limitado. Lo que internet aporta a las fake news es un medio de distribución global, instantáneo y con una capacidad de propagación geométrica que permite obtener escala mundial para alimentar a una audiencia ávida de inmediatez, entregada a la polémica, que no conoce de fuentes de autoridad y no está entrenada para contrastar la información”.
Por su parte, Beatriz Marín García matiza que en estos momentos “el usuario tiene más poder que nunca para definir una agenda informativa y para construir relatos. A nivel de recepción implica que estamos sobreexpuestos a una avalancha de contenidos sin filtrar y somos nosotros quienes tenemos que procesar directamente ese material e interpretarlo. Este nuevo ecosistema nos hace muy vulnerables a la hora de atribuir veracidad a la información y de participar en la difusión de contenidos malintencionados. Cuanto más repetida sea una enunciación, más posibilidades tiene de que terminemos por asumirla como verdadera. Por lo que el número de likes define la credibilidad del contenido. Como participantes de este ecosistema, debemos ser responsables del papel que desempeñamos a la hora de promover ciertas narrativas que pueden llegar a ser muy peligrosas”.
La tecnología ha sido el motor del cambio en la historia de las civilizaciones, desde el fuego hasta la rueda, pasando por la imprenta o la máquina de vapor. Todos estos inventos revolucionaron la forma de entender el mundo, de comunicarnos o de producir, pero todos fueron sustituidos en algún momento por una tecnología más avanzada. Ya surgen tímidas voces que vaticinan el fin de la burbuja de los falsos influencers o aplicaciones que pretenden desengancharnos del móvil. Incluso algunos usuarios, emulando a los luditas del siglo XIX que se oponían a la revolución industrial, están empezando a borrarse de las redes sociales en busca de una mayor privacidad. Si algo nos ha enseñado la Historia es que todo es pendular y, por eso, cuando el ruido y la polvareda de la tormenta amainen, tal vez deberíamos preguntarnos: “¿Y después de internet, qué?”.