La crisis financiera ha inspirado a algunos conspicuos economistas una nueva teoría monetaria que fractura la idea convencional de tener unas cuentas públicas equilibradas y un nivel de deuda pública sostenible. La llamada Moderna Teoría Monetaria (MTM) sostiene que los países con derecho de señoreaje, es decir, a emitir su propia moneda, no tienen que sentirse constreñidos por sus déficit públicos o niveles de deuda para generar ingresos, basta con emitir más circulante. Para sus apologetas, EE UU, Japón y Canadá no deberían preocuparse de la marcha de sus ingresos tributarios en tanto soberanos de dinero fíat, o sea, de la máquina de imprimir billetes.

Financiar gasto público

La nueva teoría, que para no pocos economistas es una reinterpretación sectaria de las propuestas keynesianas para estimular la demanda en los episodios recesivos, ha recibido el entusiasmo de políticos progresistas, como el del senador demócrata estadounidense Bernie Sanders y el de la congresista del mismo partido Alexandria Ocasio-Cortez, que encuentran en la MTM una fuente de financiación para impulsar políticas sociales e inversiones en infraestructuras.

Otro de los políticos que se siente atraído por una versión afín es Jeremy Corbyn. El líder del partido Laborista británico defiende que el banco central debe articular políticas monetarias expansivas al servicio de los gobiernos.

Wall Street ama la MTM

También Wall Street, el implacable juez de la estabilidad fiscal, parece seducido por la nueva teoría monetaria. Gestores de patrimonios, consejeros delegados y analistas financieros están dando la bienvenida al nuevo enfoque monetario que, según ellos, es útil para elaborar pronósticos económicos y estrategias.

Jan Hatzius, economista jefe de Goldman Sachs, ha encontrado “útiles” algunas ideas de la MTM para mejorar sus pronósticos. Y Paul A. McCulley, ex economista jefe de la mayor gestora de renta fija del mundo, Pimco, confiesa que “ha sido un marco muy útil para el análisis”. Pimco abrazó enfoques heterodoxos, entre otros el de la MTM, que sugerían que los tipos de interés seguirían bajos por un prolongado periodo de tiempo. Y acertó: en 2008 la firma tuvo miles de millones de dólares de beneficios.

No tan moderna

Para no pocos economistas, la MTM no es tan novedosa como algunos quieren hacerla ver. Para Sebastián Edwards, ex economista jefe para Latinoamérica del Banco Mundial, una versión de la misma ya se aplicó en algunos países de la región con gobiernos populistas y en todos los casos con argumentos similares a los que están ahora en boga para justificar enormes aumentos del gasto público financiados por el banco central.

“Todos estos experimentos llevaron a una inflación descontrolada, enormes devaluaciones de la moneda local y caídas aceleradas del salario real”, señala Edwards, en la actualidad profesor de Economía Internacional en la Universidad de California (UCLA). En concreto, cita las experiencias de Chile durante el régimen socialista del presidente Salvador Allende; Perú durante el primer gobierno del presidente Alan García; Argentina con los presidentes Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner; y de Venezuela con los presidentes Hugo Chávez y Nicolás Maduro. “En todos los casos, el banco central estaba bajo control de los políticos y los resultados eran predecibles. En Chile la oferta monetaria creció un 360% solo en 1973, lo que ayudó a financiar un déficit fiscal equivalente a un asombroso 24% del PIB. En Perú (1989) el crecimiento monetario fue del 7.000% y el déficit fiscal superó el 10% del PIB. En Argentina (2015) el déficit fue del 6% del PIB y el ritmo anual de creación de dinero superó el 40%. Y hoy Venezuela tiene un déficit del 32% del PIB y se calcula que la oferta monetaria está creciendo a un ritmo anual superior al 1.000%”, añade Sebastián Edwards.

La cuestión de fondo que suscita la nueva teoría es la actual sensación de inanidad de los bancos centrales, que tras adoptar políticas monetarias ultraexpansivas para combatir la crisis, parecen ahora agotados en la instrumentación de nuevas políticas –como el caso del BCE– o a merced de los vientos populistas –en el caso de la Fed–.

Bancos centrales inanes

Por un lado, el BCE ya ha anunciado que va a seguir con la actual política de represión financiera, desestimulando el ahorro para facilitar una financiación barata a los endeudados sectores público y privado con tipos de interés negativos o a nivel de cero y compras de deuda pública y privada; y, por parte de la Reserva Federal, el banco central estadounidense, tan altivo en su independencia, acaba de demostrar que reducir los tipos de interés con la tasa de paro más baja en casi medio siglo es compatible; o, en caso de duda, como un anticipo a un eventual cambio de ciclo que de momento no se espera que cristalice hasta 2020.Y los malpensados que abjuren de cualquier vinculación con la reelección de Donald Trump.

El economista Kenneth Rogoff, ex economista-jefe del FMI y profesor en Harvard, reflexionaba recientemente sobre la vigente política monetaria y se preguntaba si está condenada a la irrelevancia en una era de tipos de interés mínimos. Cree que no, pero junto a determinadas iniciativas técnicas proponía básicamente una política monetaria de tipos de interés negativos ‘efectiva’.

“Con ese fin –señala Rogoff–, deberían [los bancos centrales] considerar seriamente sentar las bases para una política de tipos negativos sin restricciones, que sería mucho mejor que servir como socios en la gestión del vencimiento de la deuda y en la formulación de políticas cuasifiscales. Para mantener su relevancia y proteger la política monetaria de los populistas, tanto de izquierdas como de derechas, los banqueros centrales no pueden darse el lujo de descansar en sus laureles. Si no están a la altura de las circunstancias –continúa Rogoff–, uno de los desarrollos macroeconómicos más importantes de la era moderna podría no sobrevivir”.