Al igual que cualquier revolución devora a sus hijos, el fundamentalismo de mercado sin control puede devorar el capital social esencial para el dinamismo a largo plazo del propio capitalismo”. Estas palabras fueron pronunciadas por el gobernador del Banco de Inglaterra (BoE), Mark Carney, cuando todavía la economía mundial se encontraba bajo el shock de la crisis, y las autoridades monetarias –también el BoE– se afanaban en combatirla con programas masivos de compra de deuda. Carney complació a un auditorio entregado de antemano con una reflexión poco usual en un gobernador del segundo banco central más antiguo del mundo: “Todas las ideologías son propensas a los extremos. El capitalismo pierde su sentido de moderación cuando la creencia en el poder del mercado entra en el reino de la fe. En las décadas previas a la crisis ese radicalismo llegó a dominar las ideas económicas y se convirtió en un patrón de comportamiento social”.
Insatisfacción, no desafección
Hay un amplio consenso en reconocer que desde el siglo pasado la Humanidad ha dado un salto formidable en sus condiciones y expectativas de vida gracias al progreso técnico, la expansión del comercio mundial y a las políticas redistributivas, llevadas a cabo sobre todo en las economías más desarrolladas, desde la Segunda Guerra Mundial. Según el Fondo Monetario Internacional (FMI), solo en los últimos 50 años la economía mundial ha quintuplicado su tamaño y la renta per capita se ha más que duplicado. Paralelamente, el sector empresarial ha acompañado esta expansión económica y de bienestar creando riqueza, empleo y avances técnicos. Esta combinación ha hecho que la población mundial que vive en la extrema pobreza se haya reducido al 10%, desde el 40% que había 30 años atrás, según cifras de 2015 del Banco Mundial.
Sin embargo, la otra cara de la moneda ofrece una situación de alarmante desigualdad de oportunidades y de renta que alimenta la percepción de que todo el progreso logrado en los últimos decenios está dando la espalda a las clases medias. La consultora internacional McKinsey Global Institute ha publicado un extenso informe sobre la renta en 25 economías avanzadas en el que revelaba el sorprendente dato de que el 65-70% de los ingresos familiares cayeron o se estancaron entre 2005 y 2014.
Pero quizá lo que hacía parecer ese dato aún más llamativo si cabe es que en los 12 años previos a 2005 esa situación se concentraba solo en el 2% de las familias. “El capitalismo no inclusivo es pura entropía y caos. El primer teorema de la economía del bienestar dice que el mercado es eficiente en la asignación de recursos escasos. Pero el segundo teorema nos advierte que el mercado no garantiza la equidad; unos pocos individuos se quedan con la mayor parte de la renta y la economía está en equilibrio”, declara a Forbes José Carlos Díez, profesor de Perspectivas Económicas Globales en la Universidad de Alcalá de Henares y autor del libro De la Indignación a la Esperanza.
Oxímoron sí, oxímoron no
Entonces, ¿qué está fallando para que se alcen voces, incluso desde el establishment económico, proponiendo la necesidad de un capitalismo más inclusivo? “Para mucha gente, el capitalismo inclusivo es un oxímoron. Esto es así porque el capitalismo ha fallado a muchas personas. Y debemos recordar que para Adam Smith (el autor del siglo XVIII que sentó las bases de la teoría económica del libre mercado) habría sido una redundancia. Claramente, tenemos un problema cuando tanta gente del mundo occidental y de otras partes siente que los beneficios del capitalismo la excluyen”, afirma Lady Lynn Forester de Rothschild, fundadora y responsable de la organización sin ánimo de lucro Coalition for Inclusive Capitalism y promotora de conferencias internacionales a las que asisten figuras de primer nivel de la política, la economía y la empresa.
El concepto de capitalismo inclusivo es nuevo pero para los especialistas se trata de un viejo debate que ha cobrado actualidad por el riesgo de vulnerabilidad que se está registrando entre la clase media estadounidense y europea. “La disciplina económica y sobre todo el management son muy buenos generando conceptos que normalmente no dejan de ser refritos de tradiciones de pensamiento y preocupaciones sociales mucho más antiguas. Debe ser cosa del marketing. […] El concepto varía. La preocupación (¿qué tipos de sociedades generan estos mercados?) sigue. Mientras no se corrijan sus desperfectos, con este u otro nombre, la búsqueda de un modelo económico inclusivo seguirá”, afirma a Forbes David Murillo, profesor de Ciencias Sociales de la escuela de negocios ESADE.
¿Está perdiendo el mercado la ética? Desde numerosas instituciones multilaterales, como el FMI, la ONU o la OCDE, se quiere apelar a este valor para intentar corregir los efectos perversos de la desigualdad y, lo que aún es peor, la creciente desconfianza y pérdida de credibilidad de las instituciones políticas que están derivando en opciones populistas. La ONU aprobó en 2015 los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (SDG’s por sus siglas en inglés), adoptados por 193 naciones y basados en la idea de que el progreso económico ya no se puede evaluar sin tener en cuenta la inclusión social y la sostenibilidad ambiental. Subyace en esta iniciativa la noción de que los mercados no pueden por sí solos resolver una problemática que requiere de la cooperación internacional y de los interlocutores sociales, a escala mundial y estatal, respectivamente.
A otro nivel, la OCDE ha anunciado una iniciativa para promover en el sector empresarial un conjunto de orientaciones sociales y éticas “para garantizar que los gobiernos y las empresas puedan trabajar juntos para impulsar un crecimiento más inclusivo y sostenible en todo el mundo a través de una conducta empresarial más responsable […]”, sostiene su secretario general, Ángel Gurría. “La comunidad empresarial tiene la responsabilidad de realizar sus actividades de una manera que tenga presente tanto la cuenta de resultados como el impacto de sus actividades en la sociedad”.
La cuestión de la ética en el capitalismo está suscitando también algunas lecturas revisionistas del concepto neoclásico del homo economicus, ese sujeto que, movido por su propio interés, busca maximizar en un entorno de mercados competitivos sus metas materiales individuales.
Cuán representativo es este paradigma abre controversias científicas y filosóficas: ¿el modelo económico que inspira las relaciones humanas podría estar falseando la naturaleza humana? “Numerosos estudios muestran que los humanos están dotados de inclinaciones pro sociales como el altruismo y un sentido de la equidad. Los hallazgos recientes de la economía del comportamiento, por ejemplo, muestran que las personas tienden a cooperar, compartir y recompensar la confianza, pero también a castigar las trampas y el oportunismo, incluso asumiendo un coste financiero para ellas mismas. Si estas ideas son ciertas entonces no debería sorprender que la gente sienta tanta ansiedad por las perspectivas laborales precarias […]”, afirma Anthony Annett, ex economista senior del FMI y asesor del Centro para un Desarrollo Sostenible de la Universidad estadounidense de Columbia.
Perdedores, ganadores y populismos
Uno de los efectos más visibles de la crisis financiera de 2007 ha sido la alteración del paisaje político y no precisamente en regiones históricamente inestables. Donald Trump es un abanderado de la antiglobalización y del proteccionismo; Reino Unido quiere descolgarse del proyecto europeo porque no desea compartir sus valores y prefiere reafirmarse en su nostálgica insularidad; y en Francia, Alemania y España, entre otros estados europeos, han florecido partidos antisistema, o de corte nacionalista que evocan los peores fantasmas de la reciente historia europea.
La aparición de los populismos tanto de izquierdas como de derechas, o la irrupción de partidos que han desplazado al establishment político tradicional, como en Francia, ha sido, según el influyente economista y profesor de Harvard Dani Rodrik, una respuesta “imprevista” a la crisis. “Hoy la economía mundial es más abierta que nunca y el desafío más importante al que se enfrenta no es el de la falta de apertura, sino de legitimidad. […] Se necesita desarrollar reglas que enfaticen la equidad, aborden las preocupaciones sobre el dumping social y refuercen el espacio político tanto de las naciones desarrolladas como de las que están en desarrollo”.
Otra consecuencia no menos importante ha sido la dicotomía creada entre naciones ganadoras y naciones perdedoras que no se corresponde con la división convencional de economías ricas y pobres, sino más bien a la inversa. El fenómeno de la globalización y la competencia de China han favorecido a las economías emergentes, que ofrecen atractivos costes a las empresas de las economías más ricas, pero han creado un profundo malestar en la clase media de Europa occidental y de Estados Unidos por la deslocalización de empresas locales y la pérdida de puestos de trabajo. “Lo que ha cambiado es que por primera vez en décadas la discusión afecta al grueso de los países desarrollados en Occidente. Y sí, hay mucho de reacción contra la incapacidad de los votantes de ejercer un efecto real en las políticas de su país. Si los partidos tradicionales no me sirven para proteger mis intereses… voto a otros nuevos. Aunque sea a cambio de promesas de cambio difíciles de realizar”, añade el profesor Murillo.
En el caso de la eurozona, donde el ascenso de los populismos ha cobrado fuerza desde el estallido de la crisis, el malestar social se habría agravado por la ‘camisa de fuerza’ de la moneda única, que impidió responder con medidas ad hoc, como la devaluación cambiaria, para mitigar sus efectos. Aunque esta es una interpretación muy discutida en el ámbito económico, es apuntada en un estudio de un equipo de economistas italianos encabezado por el profesor Luigi Guiso (The populism backlash: An economically driven backlash –La reacción populista: una reacción impulsada por la economía–) que sostiene que para acabar con el populismo es necesario acabar primero con la inseguridad económica. “La reacción cultural contra la globalización, las políticas e instituciones tradicionales, la inmigración y la automatización no es un fenómeno exógeno, sino que se debe a problemas económicos. De hecho, en regiones donde la globalización estuvo presente pero se han beneficiado económicamente, no existe tal reacción cultural y el mensaje populista se ha replegado”.
En las pasadas elecciones italianas, los dos partidos en ascenso, y que han acabado formando Gobierno –el Movimiento Cinco Estrellas y la Liga Norte–, son fuerzas políticas populistas conocidas por su euroescepticismo y nacionalismo.
Pérdida de confianza y más
Los riesgos a los que podrían enfrentarse los responsables políticos y empresariales, si obvian la consecución de políticas económicas inclusivas, podrían manifestarse en pérdida de confianza en el propio sistema y en la deslegitimización de la clase política. Y ambas son fundamentales para que todo el engranaje de la economía de mercado funcione.
La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, ha sugerido dar paso a un capitalismo más efectivo y sostenible –y más integridad en el sistema financiero– para que sea más inclusivo y pueda recuperar la dañada confianza tras el legado de “excesos” que dejó la Gran Recesión en términos de asunción de riesgos, sobreendeudamiento y complejidad financiera que resultó en una pérdida masiva de riqueza, desempleo y en tensiones sociales y políticas.
En opinión del profesor Murillo, la calidad del sistema democrático se irá deteriorando mientras no se aborden otras políticas. “Lo que realmente daña la credibilidad del sistema democrático es la incapacidad de los gobiernos de hacer políticas diferentes, de reducir toda política económica y social al TINA (‘There Is No Alternative’ –’No hay alternativa’–) en nombre de un sistema económico autónomo e ingobernable y de unas promesas que muchos no ven. Si seguimos con ese patrón de pensamiento, efectivamente, la gente va a dejar de votar a partidos tradicionales, se deteriorará aún más nuestro modelo de democracia y veremos más autoritarismo”.
El futuro es un reto en sí mismo y los logros acumulados en los últimos decenios alientan a pensar que la economía de mercado demuestre su capacidad para gestionarlo; con avances y retrocesos, con contradicciones y paradojas, pero, cabe esperar, que con el inteligente pragmatismo necesario para conjurar el cínico y provocador diagnóstico empleado por el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney en 2014: “Son tiempos para ser famoso o afortunado”