La suspensión de pagos a principios de este año de Pacific Gas and Electric Company (PG&E), la mayor proveedora de electricidad y gas de California, marcó uno de esos hitos que tanto gustan erigir a los estadounidenses. The Wall Street Journal tituló la noticia como “la primera quiebra por el cambio climático”. Una presunta negligencia de la compañía y varios años de sequía bíblica conspiraron en unos incendios de una potencia devastadora desconocida en el norte del estado. De alguna manera, el cambio climático oficializaba su rango de riesgo real para el sector financiero.
Es comúnmente aceptado que el impacto del cambio climático provocará ajustes estructurales sustanciales en la economía global. Se espera que varios sectores, como el carbón y el acero, vayan reduciendo su actividad, mientras que otros, como las energías renovables, la captura de carbono y nuevas tecnologías limpias probablemente se beneficien. Todos estos cambios y otros que están por llegar, y cuyas implicaciones apenas se atisban, tendrán inevitablemente un impacto en los balances y el negocio de los bancos, lo que generará nuevos riesgos, pero también nuevas oportunidades. Por ejemplo, el riesgo hipotecario en las zonas costeras expuestas a inundaciones por el aumento del nivel del mar obligará al sector a redefinir su política de cobertura de capital y a diseñar nuevos productos financieros que den respuestas a las nuevas situaciones medioambientales, en lo que cabe suponer aparezca una nueva demanda de servicios financieros.
Y lo mismo sucedería con los reguladores. Sus admonitorios discursos ya están incorporando la necesidad de que el sector asuma la gestión del riesgo climático como una política más del banquero, cuyo perfil, evidentemente, tendrá que renovarse para adaptarse al nuevo escenario, tan remoto del modelo tradicional e inmerso además en una acelerada transformación del negocio.
Más riesgos a gestionar
La consultora internacional Oliver Wyman, colaboradora del Banco Central Europeo (BCE) en las pruebas de resistencia de la banca a raíz de la pasada crisis financiera, ha elaborado un sesudo estudio en el que han participado 45 entidades globales donde propone que los bancos afronten el riesgo climático como un riesgo financiero, es decir, como un riesgo intrínseco a su actividad. Es un enfoque que supone una importante novedad en la gestión y también en la reciente cultura bancaria al incorporar a los habituales riesgos –de tipos de interés, crediticio y operativo– el climático.
“Para gestionar eficazmente los riesgos climáticos y proteger a los bancos de su impacto potencial, las instituciones deben tratar el riesgo climático como un riesgo financiero, yendo más allá de los enfoques tradicionales que se centran en el riesgo reputacional. Este cambio implica integrar el riesgo climático en los marcos de gestión de riesgos financieros y expandir la responsabilidad y las capacidades más allá de la Responsabilidad Social Corporativa (RSC) para incluir también equipos de gestión de riesgos”, señala la consultora.
Históricamente, los bancos se han acercado al cambio climático a través de la lente de la RSC, una lente que amplió la personalidad social bancaria desde la mera actividad filantrópica a la del compromiso social, económico y medioambiental. Sin embargo, el ámbito de la RSC se ha quedado corto toda vez que su última justificación es la de salvaguardar la reputación de la entidad, mientras que el medio ambiente lo trascendería al implicar en creciente medida sus intereses financieros –y no tanto sociales–, convirtiéndose en un riesgo más, y como tal debería enfocarse, proponen los expertos de Oliver Wyman.
Algunos de los riesgos que podrían incrementarse en el futuro tendrían un efecto directo sobre la cartera crediticia de los bancos, como demostró el caso de PG&E y sus 30.000 millones de dólares en reclamaciones por daños. La exposición hipotecaria podría verse sorprendida por inusitados cambios climáticos, episódicos o crónicos, que previsiblemente erosionarían –y encarecerían– la gestión de hipotecas y, por extensión, el margen financiero. Escenarios de tormentas, inundaciones y deslizamientos de tierra pueden volverse recurrentes y el aumento de las expectativas en torno a ellos influiría en la valoración de los inmuebles y en la morosidad, alimentando un creciente riesgo crediticio.
Otros riesgos que podrían aparecer son los derivados de la transición a una economía baja en carbono como consecuencia de las minusvalías en algunas carteras con activos en sectores en declive, como los de las energías primarias o los vinculados a su explotación para generar electricidad. De suerte que el aumento de la fiscalidad al carbono podría tener efectos negativos en la estabilidad de esas carteras.
Nuevas oportunidades
Según Rob Bailey, director para temas climáticos de la consultora Marsh & McLennan Insights, los riesgos físicos serán cada vez más severos a medida que las temperaturas globales continúen aumentando. Hasta ahora, el mundo ha experimentado alrededor de un 1ºC de calentamiento; a pesar de las promesas nacionales de reducir las emisiones, podría darse un aumento de las temperaturas de alrededor de 3ºC para finales de siglo. “El rendimiento de la cartera crediticia se verá afectado por los impactos del cambio climático y por la transición baja en carbono, al igual que la rentabilidad de las carteras de las gestoras patrimoniales. Las aseguradoras tendrán que gestionar tanto los impactos en sus activos como los cambios que se produzcan en la naturaleza de las indemnizaciones, sobre todo las que se deban a cambios climáticos extremos”.
No obstante, el lado positivo de la transición hacia la descarbonización es que abriría importantes oportunidades de negocio para el sector bancario por la necesidad de recursos financieros que invertir en las nuevas industrias de generación de energía. Cálculos de la Corporación Financiera Internacional (IFC), institución internacional del Banco Mundial, sitúan en un billón de dólares (0,9 billones de euros) el volumen del negocio anual en el mercado de las tecnologías relacionadas con el cambio climático y su ritmo de crecimiento podría seguir subiendo.
Un análisis reciente de IFC destaca que al menos 21 economías emergentes ofrecen oportunidades de inversión por 23 billones de dólares (20,7 billones de euros) en el próximo decenio. Los sectores de las energías limpias, las finanzas verdes, los edificios ecológicos y las ciudades y agronegocios climáticamente inteligentes serían algunos de los negocios que tendrían un mayor crecimiento.
Un riesgo global
Cada vez son más las organizaciones e instituciones económicas que identifican el cambio climático como uno de los principales riesgos del sistema financiero global, si no el mayor. Una de esas instituciones, integrada por casi una treintena de bancos centrales y reguladores, es la Network for Greening the Financial System (NGFS), creada durante la Cumbre One Planet de París y compuesta de 28 miembros. Propone que los reguladores construyan métodos que identifiquen y cuantifiquen los riesgos para conseguir una transición temprana y ordenada hacia el nuevo escenario climático. Para este club informal pero influyente, garantizar la estabilidad y solidez financiera global es un mandato que deben asumir los bancos centrales y los supervisores. Más recientemente, en el Fondo Monetario Internacional (FMI), cuya anterior directora gerente, Christine Lagarde, calificó el cambio climático del “mayor desafío existencial de nuestros tiempos”, ha pasado a formar parte de su agenda, en la que ya se incluían trabajos sobre la resiliencia climática en los marcos macro-fiscales y financieros y en la evaluación de los impactos fiscales y financieros de las opciones de política climática. El FMI incorpora desde hace tiempo el riesgo climático en sus evaluaciones periódicas de países.
Como en otros muchos temas sensibles para el devenir del progreso global por sus múltiples implicaciones socio-económicas, el del cambio climático está sujeto a una intensa divulgación con el objetivo de generar nuevas fuentes de información para los agentes de los mercados y los responsables de supervisión y regulación. Una de esas plataformas, impulsada por el Consejo de Estabilidad Financiera (FSB en sus siglas inglesas), se denomina Task Force on Climate-related Financial Disclosures (‘Grupo de trabajo sobre divulgaciones financieras relacionadas con el clima’, TCFD), institución internacional que vigila y hace recomendaciones sobre el sistema financiero global. Este think tank, que cuenta también entre sus promotores con el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, y el dueño de la agencia de noticias que lleva su nombre, Michael Bloomberg, realiza sus recomendaciones en los ámbitos básicos de la gestión empresarial: gobernanza, estrategia, gestión de riesgos, y métricas y objetivos. El TCFD ha ganado fuerza tras publicar un conjunto de recomendaciones en junio de 2017 con el objetivo de divulgar información sobre riesgos financieros relacionados con el clima que puedan ser útiles a las empresas. Cientos de líderes mundiales, incluidos los de los principales bancos, han firmado estas recomendaciones.
Bancos centrales
Un número creciente de reguladores también ha llegado a reconocer el cambio climático como un nuevo riesgo financiero. Por ejemplo, la Autoridad de Regulación Prudencial del Banco de Inglaterra ha propuesto que el cambio climático se integre en la gestión de riesgos de los bancos y de las aseguradoras.
En nuestro país, el banco central ha instado al sector financiero a reforzar su solvencia tanto por los efectos del cambio climático como por las medidas encaminadas a transformar de modo sostenible nuestra economía. Según la subgobernadora del Banco de España, Margarita Delgado, algunos de los riesgos inciden directamente en la valoración de activos presentes en los balances bancarios y otros tienen consecuencias macroeconómicas que inciden igualmente en los balances. Un relevante signo de los tiempos que corren con la nueva cultura de las finanzas sostenibles es la apelación que ha hecho la subgobernadora a los bancos centrales, en tanto que “inversores activos en los mercados financieros”, a que vayan incorporando a sus respectivas carteras de activos ratings, internos o externos, sobre riesgo medioambiental.
Aunque, en general, la banca europea está comenzando a tener en cuenta los riesgos climáticos, el principal problema a que se enfrenta es la gran complejidad técnica para predecir la vulnerabilidad de los bancos a dichos riesgos, según un estudio del propio Banco de España. Básicamente, la dificultad, señalan algunos expertos, radicaría en lo intrincado de analizar cómo se distribuyen los riesgos en el horizonte temporal y cómo se estiman sus probabilidades factuales. Dicho de otro modo: es una lucha entre la inevitabilidad de un proceso que se avecina y unas medidas presentes que manejan unos tiempos demasiado cortos.
Como lo definió tan literaria como certeramente el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, en un premonitorio discurso, es la “tragedia del horizonte”. “El cambio climático es la tragedia del horizonte. No necesitamos un ejército de actuarios para que nos digan que los impactos catastróficos del cambio climático se sentirán más allá de los horizontes tradicionales de la mayoría de los actores imponiendo un coste a las generaciones futuras que la actual generación no tiene ninguna intención de arreglar. El horizonte de la política monetaria se extiende a dos o tres años. Para la estabilidad financiera es un poco más […], aproximadamente una década. En otras palabras, una vez que el cambio climático se convierta en un tema definitorio para la estabilidad financiera, puede que ya sea demasiado tarde.”