Desde su adhesión a la Unión Europea, a Grecia siempre le ha acompañado una densa sombra de sospecha sobre la veracidad de sus estadísticas oficiales y la gobernanza de su administración pública. A partir de 2007, cuando el contagio de la crisis financiera alcanza a las economías más vulnerables de la eurozona (Irlanda, Italia, España, Portugal y la propia Grecia) y Bruselas se pone a escudriñar sus respectivas cuentas para valorar eventuales programas de ayuda, se confirmó la sospecha: durante años, y bajo gobiernos de diferente signo político, la contabilidad nacional griega era una ficción y su administración puro teatro; la economía del país era, evocando la tradición clásica, una gigantesca mascarada.
Casi nueve años después y más de 300.000 millones de euros en tres planes de rescate, una reestructuración de la deuda que la redujo a cerca de la mitad y unas condiciones fiscales de una dureza inusitada, el pequeño Estado ha corregido parte de sus abultados desequilibrios, pero aún le queda un largo camino que recorrer hasta recuperar la reputación en los mercados financieros.
De ‘rescatada’ a ‘supervisada’
“Aún hay trabajo por realizar, pero Grecia debería volver a tener acceso a los mercados. Con todo, es poco probable que haya cierta calma en la eurozona, pues las negociaciones sobre el presupuesto italiano están en marcha, con el probable riesgo de que el superávit primario pueda convertirse en déficit y acabe asustando a los mercados. De hecho, existe una gran incertidumbre en torno a las perspectivas fiscales […]”, señala Esty Dwek, estratega de inversiones senior de Natixis, en un comentario sobre Grecia a inversores.
Desde el punto de vista del Fondo Monetario Internacional, la economía griega ha cosechado significativos éxitos: ha eliminado su déficit público desde el 15% del PIB en 2009 a un superávit de poco más del 1% en 2017, y su balanza por cuenta corriente está casi en equilibrio. “Hacer esto ha exigido algunas decisiones difíciles, incluyendo reformas en el sistema público de pensiones y tributario”, ha destacado el organismo multilateral. Por otro lado, el desempleo, que llegó a alcanzar en el punto álgido de la crisis una tasa del 28% ha bajado al entorno del 19%, y la economía ha vuelto a crecer aunque en estos años ha perdido la cuarta parte de su tamaño, lo que se refleja todavía en las duras condiciones que soportan una gran parte de los hogares griegos.
No obstante, Grecia abandona el papel de ‘rescatada’ para pasar al de ‘supervisada’ porque, de hecho, hasta por lo menos 2022 seguirá bajo vigilancia para que no se desvíe de la senda de consolidación fiscal y siga atendiendo los compromisos financieros. A partir de entonces, se espera que las condiciones se ablanden, pero antes deberá devolver en torno a las tres cuartas partes de la ayuda financiera recibida.
El pasado año, el Tribunal de Cuentas de la Unión Europea criticó a la Comisión Europea por el diseño y gestión del rescate de Grecia porque en su opinión solo ha permitido una recuperación limitada, sin conseguir todavía normalizar su acceso a los mercados para financiarse. Adicionalmente, subrayó la falta de experiencia de la Comisión en la dirección y la estrategia del rescate griego.
El lastre
Uno de los grandes lastres de Grecia, con unos once millones de habitantes, es su monumental deuda pública, que supera los 327.000 millones de euros, aproximadamente el 180% de su Producto Interior Bruto.
Los acreedores del club europeo calculan que podría reducirse hasta el 100% del PIB en 2060, para lo cual deberá generar superávits fiscales primarios (antes del pago de los intereses de la deuda), que hasta 2022 deben alcanzar el 3,5% del PIB. La Unión Europea prevé que la economía griega crezca este año un 1,9% y un 2,3% el próximo gracias a la inversion privada, favorecida –señala– por la mejora del entorno empresarial y la creciente entrada de inversión extranjera directa.
El banco estadounidense Bank of America Merrill Lynch recoge en un reciente informe que la Comisión Europea y el FMI discrepan en el potencial de crecimiento de Grecia a largo plazo, si bien asumen que en los próximos 50 años su PIB real crecerá alrededor del 1,3%, pero no más del 1,5%. “Una tasa de crecimiento del 1,5%, o superior, marcaría una gran diferencia en la dinámica de la deuda haciendo más fácil los objetivos fiscales y permitiría a Grecia cumplir con sus compromisos financieros. Por el contrario, una tasa de crecimiento a largo plazo del 1% haría insostenible la deuda”, señala la entidad financiera.
Para no pocos analistas se trata de un horizonte tan dilatado, tanto en términos de ciclo económico como del complejo entramado político europeo y griego, que es poco menos que ilusorio vislumbrar un escenario razonablemente previsible para Grecia. Su reciente historia ha demostrado ser una sucesión de imposturas –y de dolorosos sacrificios– cuyas fatales consecuencias seguirán arrostrando todavía varias generaciones de griegos