Empresas

Grandes rivalidades empresariales

La típica cafetería de carretera de Estados Unidos. Entra un repartidor de Pepsi y se sienta en la barra. En el otro extremo, cenando, hay un repartidor de Coca-Cola. Al principio los dos se miran con recelo. Poco a poco se van acercando el uno al otro hasta que están en taburetes contiguos. Se saludan. Empiezan a charlar amistosamente. Se enseñan las fotos de la familia que llevan en la cartera. Es justo entonces, en ese momento en el que ya han bajado las defensas, cuando el repartidor de Coca-Cola le sugiere a su colega que le eche un trago a la lata de su marca con la que estaba cenando. El repartidor de Pepsi mira a su alrededor y, cuando está convencido que nadie le está prestando atención, le da un sorbo y le devuelve la lata, dibujando una cara que dice “no está mal”, a su nuevo compinche. Acto seguido le ofrece un sorbo de su lata de Pepsi. El de la Coca-Cola acerca sus labios al envase y bebe con deleite. Cuando el de la Pepsi le pide que le devuelva su lata, el de la Coca-Cola niega y vuelve a negar con la cabeza.

UNA GUERRA QUE TRAJO COLA

Fue en 1886 cuando el farmacéutico de Atlanta John Pemberton ideó un brebaje (cuya fórmula sigue siendo hoy un secreto) del que afirmaba que era ideal para prevenir todo tipo de desórdenes mentales y físicos: la Coca-Cola. Siete años más tarde, el también farmacéutico (y químico) de New Bern, Carolina del Norte, Caleb Bradham patentaba la Brad’s Drink, una bebida muy parecida a la de Pemberton, pero en su caso vendiéndola como el mejor remedio digestivo en aquel momento. En 1898 la Brad’s Drink pasaría a denominarse Pepsi-Cola.

Una de las mayores rivalidades en el mundo del fútbol es la que mantienen en la ciudad escocesa de Glasgow los católicos del Celtic y los protestantes del Rangers. Un derby que se conoce como The Old Firm y del que hay distintas teorías, especialmente secundadas por otros clubes escoceses, que afirman que está particularmente alentada por los directivos de ambas entidades: cuanto más feroz sea la rivalidad más se hablará de ella, mayor repercusión tendrá en los medios de comunicación, más ingresos generará….

Llevada al mundo empresarial, ésta es la teoría que el profesor de la Harvard Business School Michael Porter defendió en un estudio de 1991 que tituló Coca-Cola vs. Pepsi-Cola and the Soft Drink Industry. Para Porter, la guerra mantenida a lo largo de las décadas entre las dos compañías ha sido beneficiosa para ambas, pues la competitividad las ha llevado a estar constantemente ideando mejoras tanto en su productividad como en sus estrategias de marketing, promoción y publicidad. Como el genial anuncio televisivo en el que el repartidor de Coca-Cola se niega a devolverle la lata de Pepsi a su colega de la competencia.

HERMANOS Y ENEMIGOS

No hay rivalidad más feroz que la existente entre hermanos, más si lideran dos de las marcas deportivas más exitosas de todos los tiempos: Adidas y Puma. Christoph y Pauline Dassler eran un matrimonio que regentaba una prospera empresa de zapatillas y pantuflas en la ciudad bávara de Herzogenaurach. Familia numerosa, especialmente interesados en heredar el negocio de casa se mostraron desde bien pronto el tercer y cuarto hijo de la pareja: Rudolf ‘Rudi’ Dassler y Adolf ‘Adi’ Dassler, nacidos en 1898 y 1900, respectivamente. Durante décadas fueron inseparables. Pero no siempre

Fue Adi Dassler el que, percibiendo la cada vez mayor importancia que el deporte estaba adquiriendo en la vida de la gente, propuso ampliar la gama de productos de la empresa fabricando ahora también zapatillas deportivas. Iniciativa que acabó por consolidarse tras los Juegos Olímpicos de 1928 de Ámsterdam, donde varios miembros del equipo de atletismo alemán corrieron con el calzado diseñado por los Dassler. A mediados de la década de los años treinta, sus zapatillas ya eran las favoritas de la gran mayoría de deportistas. Era el caso de, entre otros, leyendas como Jesse Owens, quien ganó sus cuatro oros en las Olimpiadas de Berlín de 1936 con unas Dassler protegiendo sus pies.

Todo se torció con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Durante la contienda y por imperativo, la fábrica de los Dassler dejó de producir zapatillas y pasó a fabricar lanzamisiles y repuestos militares para el ejercito nazi. Una vez finalizada la guerra volvieron a su cometido original, pero para entonces cada hermano tenía un plan de empresa diferente. Una situación divergente en la visión del negocio que se tornó totalmente insostenible hacia finales de la década de los años cuarenta. En 1948, Adis y Rudolf Dassler firmaron su separación y cada uno montó su propia compañía. Adis Dassler se puso al frente de Adidas, la marca de las tres rayas. Rudolf Dassler hizo lo propio con Puma. Dicen que el departamento comercial de la antigua compañía se fue con Rudi. Los diseñadores, con Adis. Con el río Aurach como frontera, las fábricas de las nuevas empresas de los hermanos estaban separadas por escasos centenares de metros. Ya desde sus inicios, Adidas y Puma se convirtieron en dos de las marcas de prendas deportivas con más presencia y éxito en el mercado, rivalidad todavía latente hoy en día pese a que ninguna de las dos firmas pertenezca en la actualidad a ninguna de las dos ramas Dassler.

Rudi murió en 1974. Adi no asistió a su funeral. Cuatro años más tarde murió el fundador de Adidas. Está enterrado en el mismo cementerio que su hermano, pero en el extremo opuesto del camposanto.

LA BATALLA DEL ‘FAST FOOD’

Abierta a finales de los años treinta por los hermanos Richard y Maurice McDonald, en San Bernardino (California), junto a la icónica Ruta 66, en sus orígenes no pasaba de ser una típica cafetería americana en la que comerse una hamburguesa acompañada de un batido. Pero ya en 1954 McDonald’s era una de las primeras cadenas de comida rápida que empezaban a expandirse por Estados Unidos.

Una tarde de ese mismo año se presentó en uno de sus locales Ray Kroc, un comercial de batidoras que se quedó sorprendido con el sistema de servicio rápido que habían ideado los hermanos Richard y Maurice para contentar en el menor tiempo posible a sus clientes. Una especie de cadena de montaje como las utilizadas en las fábricas de coches pero llevada al mundo de la restauración. Poco después Kroc ya era socio de McDonald’s y no mucho más tarde se haría con el control absoluto de la marca haciendo de ella la cadena de hamburgueserías más famosa del mundo… junto con su gran competidora Burger King.

En 1953 Keith J. Kramer y Matthew Burns se encontraban en California por temas de trabajo cuando recalaron, casi por casualidad, en una hamburguesería de San Bernardino llamada McDonald’s. La pareja quedó impresionada con el funcionamiento que usaban en la cafetería para elaborar sus hamburguesas y tenerlas preparadas y listas para comer en apenas unos pocos minutos. Tal fue el impacto que cuando regresaron a su hogar en Jacksonville, Florida, decidieron copiar el modelo y abrir su propia cadena de restaurantes de comida rápida: Insta-Burger King.

Pese a que inicialmente el negocio de Kramer y Burns gozó de cierto éxito, abriendo diversas franquicias en Florida, en 1959 la empresa se declaró en quiebra. La adquirió James McLamore y David R. Edgerton, responsables de la franquicia de Miami. La primera decisión que tomaron los nuevos propietarios fue renombrar la compañía, ahora simplemente como Burger King e iniciar su expansión por todos los Estados Unidos. Cuando en 1967 vendieron la empresa a la Pillsbury Company, Burger King ya tenía 250 restaurantes en Norteamérica. Bajo la nueva propiedad, la marca inició su crecimiento internacional. Desde entonces el mundo se divide en dos clases de personas, los que son hinchas del Big Mac (McDonald’s está presente en más de cien países con más de 36.000 establecimientos) y los que son fanáticos del Whopper (Burger King tiene alrededor de 13.000 establecimientos repartidos por cerca de ochenta países).

UNA GUERRA CON MUCHO CRÉDITO

Sucedió una noche de 1950. Frank McNamara, director de la Corporación de Crédito Hamilton, salió a cenar con su abogado, Ralph Schneider, y su amigo Alfred Bloomingdale, heredero de los lujosos y muy populares grandes almacenes homónimos de Nueva York. Pese a la holgada situación económica de los tres comensales, a la hora de pagar descubrieron que ninguno de ellos llevaba efectivo encima. Aquel día la situación se solucionó con McNamara llamando a su mujer y pidiéndole que se acercara al restaurante para llevarle la billetera. De regreso a casa, sin embargo, se prometió que nunca más iba a volver a pasar el bochorno de ir a pagar y no tener dinero. Pocos meses después fundó el Diners Club, empresa que ejercía de intermediario entre bancos y clientes, ofreciendo a éstos una tarjeta con la que disponían de un crédito con el que pagar en tiendas y restaurantes, cargando un 7% en concepto de comisión, así como 3 dólares anuales de mantenimiento. Nacía la primera tarjeta de crédito.

Siguiendo el modelo de Diners Club, en 1958 el Bank of America creó la BankAmericard, una tarjeta con un límite de 300 dólares. En 1973 puso en marcha su primer sistema de autorización electrónica. Dos años más tarde creó su primera tarjeta de débito. Y en 1976 la tarjeta dejó de llamarse BankAmericard para pasar a denominarse Visa. Poco después la compañía desarrolló otro invento fundamental en su historia y en el de la economía global: la invención del cajero automático que, a través de la tarjeta de débito o crédito, permitía al usuario disponer de dinero en efectivo a cualquier hora del día en cualquier rincón del mundo.

Ante la relevancia que estaba adquiriendo la BankAmericard, en 1966 un grupo de bancos norteamericanos se aliaron para crear la Interbank Card Association. Tres años después la nueva tarjeta pasó a llamarse Master Charge para una década más tarde convertirse ya de forma definitiva en MasterCard. En su particular rivalidad con Visa, pese a ir por debajo en el marcador, MasterCard se ha anotado varios tantos. Uno de los más significativos, por el volumen de usuarios que eso les supuso, fue que en la década de los ochenta fue la primera tarjeta de crédito que se introdujo en el mercado chino. O más recientemente, la popular campaña de publicidad en la que se nos afirmaba que en la vida hay cosas que no tienen precio (y que tantos memes ha generado).

VENTANAS CONTRA PUERTAS

Mucho más grande que Coca-Cola contra Pepsi, Adidas contra Puma, McDonald’s contra Burger King, Visa contra Mastercard, la guerra de tecnología entre Microsoft y Apple es la rivalidad empresarial de mayor envergadura jamás habida en la historia.

Una encarnizada competencia entre grandes compañías que en el fondo podría reducirse a la mínima expresión y explicarse a través de la intensa rivalidad que mantuvieron a lo largo de los años sus respectivos fundadores y gurús de las nuevas tecnologías, Bill Gates (creador de Microsoft) y Steve Jobs (ideólogo de Apple fallecido en 2011), dos personalidades totalmente opuestas desde sus orígenes. Bill Gates, un tipo de familia media acomodada que estudió en Harvard. Steve Jobs, de clase trabajadora que no pudo costearse más de seis meses en la Universidad de Oregón. Aunque en realidad no siempre se llevaron del todo mal.

A finales de la década de los setenta Steve Jobs estaba empezando a diseñar su primera versión del Macintosh y le pidió a Bill Gates que su empresa Microsoft creara expresamente para su ordenador una versión de Basic (el lenguaje de programación de software más popular de aquella época) para la Macintosh. Pero las cosas no salieron como estaban planeadas en un inicio y fue entonces cuando nació su enemistad. Para Gates, Jobs se convirtió en poco más que un vendedor de crecepelo. Y para Jobs, Gates era un inútil cuya única habilidad era clonar la tecnología ya existente. Más cuando no mucho después Gates hizo pública la creación de Windows, el sistema operativo con el que acabarían funcionando la inmensa mayoría de ordenadores personales alrededor del mundo y del que Jobs le acusó de ser un burda copia del encargo que le había realizado él tiempo antes.

Más allá de la innegable aportación que ambos genios han hecho al mundo de las nuevas tecnologías y, por extensión, a la sociedad en general, el gran logro de ambos adalides de la informática es que han hecho que los consumidores vean los productos lanzados por sus respectivas empresas, desde la más reciente versión del sistema operativo al novísimo modelo de teléfono de ultimísima generación y gama más alta, como un estilo de vida, siéndoles fieles con la misma intensidad con la que, nuevamente, un seguidor de fútbol ama unos colores. Y es que, en el fondo, mucho o poco, todos y cada uno de nosotros necesitamos un rival con el que compararnos.