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Miquel Roca, Mención de Honor en los Premios Forbes de la Abogacía 2019

Miquel Roca habló con Forbes sobre la aplicación del derecho y su ética en su despacho de Madrid. Foto: Pablo Tribello

Hay música que suena a tormenta y canciones que huelen a rumor. La Constitución española de 1978 es un disco incunable, pero la aguja lo ha desgastado. A veces, la púa salta de surco en surco y vuelve a empezar. Otras veces, en cambio, suena del tirón. “La Constitución no es una letra, es una música”, dijo una vez el protagonista de la siguiente entrevista, a quien se le puede encontrar en libros de historia y también en los medios de comunicación.

Miquel Roca Junyent nació en Burdeos, en 1940, cuando la aviación nazi bombardeaba Francia. Vino al mundo en el exilio, lejos de España. Roca, que empezó a estudiar Derecho a los 16, siempre había tenido interés por la política, y en su camino se fue construyendo una ética que a día de hoy todavía mantiene. Padre de la Constitución del 78 junto a Jordi Solé, Gabriel Cisneros, José Pedro Pérez-Llorca, Miguel Herrero de Miñón, Manuel Fraga y Gregorio Peces-Barba, Miquel Roca terminó abriendo su propio bufete en 1996, pasando de ser un hombre de acción a un hombre de derecho. El cúmulo de años y la experiencia adquirida durante más de medio siglo son los motivos por los que a Miquel Roca Junyet se le otorga el Premio de Honor Forbes Abogados 2019.

¿A un abogado se le reconoce por sus clientes?

Es muy difícil de contestar. En algunos casos sí, pero en otros se le reconoce no por sus clientes, sino por su sabiduría, su ciencia y su doctrina. Nosotros tenemos muchísimos abogados y académicos con una gran influencia en la doctrina jurídica española, pero la gente ignora si tienen clientes y quiénes son. Por tanto, creo que en algún caso se conoce al abogado a través de la trascendencia de un asunto, pero en otros muchos el abogado resulta ser un hombre de libros que pone los codos encima de la mesa, que trabaja y aporta ciencia y criterio para beneficio de todos los abogados del país.

¿Qué tiene más peso entonces: la experiencia o la
confianza?

La confianza. La relación entre cliente y abogado es una relación de confianza. Y es muy difícil generar confianza si no la tienes en ti mismo. No es la prepotencia o –digamos– la seguridad provocativa, es, en todo caso, el convencimiento de estar dando una opinión fundamentada. Y si no puede darse, se retiene hasta que se pueda dar. El cliente tiene que tener en el abogado una total confianza, incluso para perder el pleito y que diga “se ha hecho lo que se ha podido”. Esta confianza no la da únicamente la experiencia, sino la solidez de las argumentaciones. Esto quiere decir: trabajo. Experiencia sí, pero trabajo. Estudiar el tema, profundizar en él, ver sus diversas variantes, los riesgos, las oportunidades, por dónde conducirlo… Ésta es una profesión en la que nunca debemos estar muy satisfechos de nosotros mismos para no generar una cierta desidia.

¿Se pierde un pleito por una estrategia desafortunada o porque es indefendible lo que hay que defender?

Puedes perder un pleito por muchas razones. La primera: porque no tengas razón. Tú has intentado construir tu argumentación, pero ha sido endeble y se ha perdido. En otros casos se ha perdido el pleito porque se ha hecho mal, porque la estrategia ha sido mal conducida, la argumentación no ha sido ni suficiente ni eficaz y el tribunal no ha apreciado las razones que podían existir a través de un planteamiento más eficaz… Para mí, la razón más importante de perder un pleito es porque se ha hecho mal. Si no pierdes, no aprendes. Si llegas al convencimiento de decir que has perdido porque ha sido la justicia la que se ha equivocado, no aprendes.

¿Cómo vive un abogado un problema que le es ajeno pero con el que tiene que lidiar?

Haciéndolo suyo. Hay una máxima en mi despacho: “Cuando llega el cliente, llega muy preocupado porque tiene un problema. Tú le recibes y tienes que generarle tranquilidad. Y cuando cierra la puerta, el problema será tuyo”. Si no vives el problema del cliente como si fuera tuyo, no lo harás bien.

¿Cómo ha evolucionado la abogacía desde que usted la conoce y la ejerce?

Mucho, pero como todo. La gran virtud del derecho es que tiene una doble función: por un lado transforma la sociedad y por otro se adapta a ella. Nuestra sociedad ha cambiado enormemente en los últimos cincuenta años y es evidente que el cambio de la profesión, desde el punto de vista de la función del derecho en la sociedad, ha cambiado también. Hay unos grandes principios básicos que afortunadamente son los que se mantienen; todavía hoy muchos abogados soltamos frases estereotipadas que son grandes principios inamovibles del derecho.

¿El derecho sustituye a las obligaciones éticas?

El derecho sin ética no tiene sentido. El derecho siempre tiene un fondo ético, pero sobre todo la exigencia ética en la aplicación del derecho. No es tanto la norma con una exigencia ética, sino la aplicación de la justicia, ya sea por magistrados, jueces, fiscales o abogados; en todos hay un ejercicio del derecho ético que es fundamental para no convertirlo en un instrumento al servicio de la hipocresía o de un mal funcionamiento social.

Bueno, la gente se queja de la lentitud de la justicia…

Esto es verdad. Afortunadamente, nuestra sociedad es cada vez más garantista (el ciudadano tiene cada vez más ambición de que se reconozca su derecho). Esto incrementa la reivindicación y la reclamación, el defender tu derecho y acceder a los tribunales. Y los tribunales, lógicamente, están hoy en una fase de saturación brutal que entorpece muy a menudo su propia función y su rapidez. Pero hay que hacer el esfuerzo para que esto mejore, siempre y cuando con ello no hagamos la fácil crítica de “la justicia es mala porque es lenta”. No, la justicia puede ser lenta, pero puede –en la que se dicte y se resuelva– tener calidad.

¿En qué estado se encuentra ahora mismo la abogacía en nuestro país?

Yo creo que España tiene una abogacía muy ejemplar. Es el país europeo en el que más se ha resistido frente a los grandes despachos de proyección internacional. Esto no es una crítica hacia ese tipo de despachos, porque tienen su perfecto derecho y sus clientes, pero España es el país que ha resistido más gracias a esfuerzos de despachos que supieron en su momento internacionalizarse. Yo nunca he tenido ningún temor en reconocer que lo que hicieron los Garrigues y los Uría fue un gran servicio a la abogacía española. Seguramente haya otros más, no me quiero olvidar de ninguno, pero ellos iniciaron una defensa de la abogacía de calidad en España, que es un mérito que nos distingue en comparación con otros países europeos.

¿Qué tipo de cliente es el que se acerca a su bufete?

De todo. En un despacho como el nuestro, en muchos casos, no puedes tener solo un target de clientes, porque eso te daría una visión muy sesgada de la realidad. Nosotros tenemos, lógicamente, grandes clientes que pueden estar en el Ibex 35, pero también otros mucho más modestos cuyas preocupaciones son saber cómo tirar adelante su pequeña empresa o que no les desahucien. Hemos de saber encontrar la capacidad de atender a cada uno como si fuera el cliente más importante. Para el más pequeño no hay tema pequeño, porque el suyo es muy importante. Y nosotros hemos de ser sensibles frente a esta posición y atenderlo como si fuera el asunto más trascendental del despacho.

Pero hay personas que, tal vez por falta de capital, no pueden permitirse una defensa mejor.

Tengo la sensación de poder decir que esto no ocurre. Entre otras razones porque el turno de oficio está bien. Hay quejas sobre su funcionamiento en el sentido de su retribución, reclamación que me parece correcta, pero, en cambio, funciona. Hoy es difícil pensar que en España haya gente que no haga una reclamación por faltarle asistencia jurídica. Creo que esto es muy escaso y muy irrelevante comparado con el enorme esfuerzo que desde los colegios de abogados se ha realizado para conseguir que en España existiera una asistencia gratuita de calidad.

¿Es un buen momento, entonces, para abrir un despacho en España?

Es una pregunta muy difícil de responder y la respuesta podría ser malinterpretada en cualquiera de los sentidos. Es evidente que es un momento complicado para hacerlo desde un esfuerzo de calidad, porque la digitalización tiene un fondo económico caro y, por tanto, hemos de ayudar a que los abogados y los colegios de abogados puedan canalizar esta necesidad prestando servicios a estos jóvenes letrados que pueden encontrar para su instalación una barrera económica muy complicada. Pero siempre habrá, para un abogado, el confort de un despacho colectivo o el riesgo de su aventura individual. Una y otra cosa son complicadas, pero me llevaría un disgusto si un día constatara que no existe ese joven abogado que osa hacer frente a todas las necesidades y se instala por su cuenta pensando que él tiene la capacidad, la inteligencia y la sensación de que lo hará bien.

Por lo tanto, ¿la juventud en la abogacía es una virtud?

En todo caso no es un defecto. La juventud en la profesión tiene mucha calidad y, por tanto, va a ponerla muy en juego. Y, en segundo lugar, hay una dosis de juventud que puede ser mejor para comprender la propia realidad social. Los jóvenes utilizan mejor el iPad que yo y se mueven mejor en el mundo de la tecnología que yo. Esto no solo los hace más eficaces, sino que también se aproximan más a la realidad social. Por tanto, puede haber una interpretación del derecho más acorde con lo que está pasando en el joven que vive muy cerca esta realidad que en aquel que está más distante. Ahí hay también un fondo de oportunidad.

Miquel Roca habló con Forbes sobre la aplicación del derecho y su ética en su despacho de Madrid. Foto: Pablo Tribello

¿Y la reinvención de un bufete?

Los bufetes tienen que reinventarse cada día. La celeridad del cambio es muy importante, pero la transformación no es novedosa, porque siempre hemos cambiado y transitado hacia lo que ahora es nuevo. Lo que es novedoso es esta aceleración que afecta al derecho y a la profesión, y es una exigencia el estar cerca de este cambio. A nuestros compañeros de despacho les preparé un día un decálogo –con mi punto de vista sobre la profesión–, y uno de los puntos era: “La obligación de un abogado es leer el periódico cada día para saber qué pasa en el planeta”. Un abogado que esté ejerciendo en Soria, por ejemplo, tiene que identificarse con los problemas de allí y saber qué pasa en el mundo. Hay que intuirlo, verlo y estar preparado, porque el cambio se produce a diario y de manera constante.

Por lo tanto, ¿el abogado ha de saberlo todo?

Ha de estar interesado por todo y reconocer su limitación: que todo no puede saberlo. Si hay algo que no sepa, que se prepare un compañero suyo. Y si no, que no acepte el caso.

Ahí entraría la internacionalización de los despachos…

Evidentemente. Cada vez más, nosotros estamos obligados a seguir al cliente. A veces nos hemos quejado de un despacho americano que se instala en España y sigue al cliente, pero es que nosotros también tenemos que seguir a los nuestros y nuestra economía se ha internacionalizado mucho. Lo que pasa es que lo global no excluye lo local. Yo voy a estar presente en operaciones que se dan fuera de España y debo asistir a mi cliente, porque le conozco, pero haré bien en comprender lo que está pasando en ese país con la ayuda de un concurso de aquellos que conocen mejor que yo la propia realidad local. Este equilibrio –entre la globalización y la localización– que se está fabricando con una cierta facilidad es lo que ahora se llama, en términos comunicativos, glocalización: lo glocal se impone.

¿Cómo debe mantenerse, mentalmente hablando, un abogado cuando está en medio de un proceso tan mediático como es la defensa de la Infanta Cristina en el caso Nóos?

Con serenidad, sabiendo que está ejerciendo una defensa que debe compartir con el tribunal, en el tribunal y fuera del tribunal. También sabiendo que para los periodistas uno pasa a ser una persona no ya antipática, porque hay que intentar no serlo, pero que no favorece nada, porque te dicen “dígame algo” y tú respondes nada más que “buenos días”. El destinatario de mis palabras, en defensa de quien sea, es el tribunal, no los periodistas. A la prensa le puedes hablar con cariño y con respeto, pero realmente no eres alguien interesante, porque no les vas a dar la información.

Pongamos que usted quiere hablar con la prensa antes que con el tribunal. ¿Aún así lo contaría?

No, no lo contaría. Respeto todos los estilos, porque puede haber quien tenga estrategias distintas. Yo quiero presentarme ante el tribunal sabiendo que éste sabe que lo que le estoy diciendo lo hago por primera vez ante él, que no vengo a decirle lo que he dicho fuera a quien fuere. Esto me parece que es obligado. Es mi código deontológico, aunque puede que para otros sea distinto. Todo lo que tenga que decir referente a mi cliente lo diré ante el tribunal y nada más que ante el tribunal.

Cuando tiene clientes tan importantes y además la revista Forbes le da un premio, ¿es porque usted es el mejor abogado?

No. En este caso me lo dan porque tengo años. Es el único premio que puedes aceptar sin ruborizarte, porque no es un cúmulo de méritos, sino un cúmulo de años. Yo me colegié cuando tenía 21 años recién cumplidos (y tengo 79). No creo que sea por éxitos, sino por longevidad y perseverancia. Me siento incapaz de decir que soy el mejor, pero también le digo que no soy el peor. Seguro que hay otros que tienen más calidad y más inteligencia que yo. Empecé la carrera de Derecho cuando tenía 16 años, así que puedo decir que pasé del biberón al código penal.

¿Y en qué momento se interesó por la política?

Desde el mismo día que nací. Hitler me recibió bombardeando Burdeos cuando yo nacía. Aquello marca bastantes cosas, como estar interesado en la acción política, porque naces en el exilio, y, por otra parte, hay unos adversarios muy identificados que te bombardean. He vivido en el mundo político desde pequeño de una manera muy contundente. Pero en un momento determinado, España necesitaba que una serie de personas que habían estado vinculadas a la oposición al franquismo también tuvieran una responsabilidad en la construcción del Estado democrático. Es un paso que tenía que darse. No había egoísmo capaz de resistirse a la responsabilidad de cooperar en aquel momento a lo que era la definición de España como Estado democrático.

¿Corregiría usted algo de la Constitución?

Yo siempre he dicho que acepto la Constitución en su totalidad, con todo lo que representa. Podría decirle que corregiría aquello y lo otro, porque hay cosas puntuales que se pueden corregir, es evidente, pero la acepto como un bloque, como todo lo que aceptamos en la vida. Cuando encuentras pareja, te gusta en un 90%, y hay un 10% que no, pero la discrepancia enriquece, es buena, positiva… y genera debate y controversia. Así que acepto la Constitución como un todo, globalmente. La acepté en su momento y la defenderé hoy con el mismo entusiasmo.

Supongo que recuerda el eslogan electoral del PRD (Partido Reformista Democrático) del año 1986: “La otra forma de hacer España”. ¿De cuántas formas se puede hacer España?

Seguramente de varias. En la acción política hay muchas opiniones que plantean una visión distinta, pero también, todas ellas, pueden coincidir en espacios de pacto y acuerdo. Otra forma no es precisamente la única; es una forma que puede compatibilizarse con los que quieran otra. Para mí, como fundamento de mi vocación jurídica, la democracia es pacto. Y ésta es la función del derecho: organizar la convivencia. Es fundamental, algo muy especial. Hay otras formas de hacer España, muy diversas, y todas son muy respetables, pero todas ellas saben que, precisamente, por la decisión plural de una realidad, esta pluralidad tiene que concertarse. La democracia es pacto.

Ahora parece que, en España, hay miedo al pacto.

Es que no está de moda el pacto. Y por eso, a veces, el derecho chirría. El pacto para mí es esencial. Si uno piensa de una manera y otro de otra, daríamos nuestra vida para que esta libertad se respetara. Lo que es evidente es que luego, para transitar conjuntamente por la calle, hemos de establecer algunas normas, y éstas son pacto. Siempre hay que pactar, porque la vida es pacto, y el derecho es el instrumento de este pacto. La democracia y la libertad requieren del acuerdo. Y es más: la valentía está en el pacto. Solo el que tiene miedo no quiere pactar, porque teme perder. En cambio, los valientes creen que pactando pueden avanzar.

¿Por qué en España no podemos tener un gobierno de pacto, como en Portugal?

Lo único que puedo decir sobre esto es que el derecho es lo que da contenido a la acción política. ¿Qué se desea a menudo por parte de los ciudadanos? Tener seguridad, y la seguridad jurídica es tener derecho. ¿Qué se pide cuando se habla de estabilidad institucional? Derecho. ¿Qué significa esto? Que se reconozca mi derecho, que esté garantizado. El derecho es el instrumento fundamental de la constitución de la democracia. Por eso, la gran victoria del progreso en Europa fue la construcción del Estado de derecho, y nuestra Constitución habla de un Estado social y democrático de derecho. Es el reconocimiento del papel que el derecho juega en la permanencia de la democracia y la libertad.

Dígame, ¿por qué razón dejó la política y fundó un bufete en el año 1996?

Porque para mí –y yo respeto a los demás– la política no era un compromiso de por vida. He tenido siempre una gran vocación política, serví durante todo un tiempo y di lo mejor de mí, pero en un momento determinado dije que ya había cumplido con lo que yo creía que tenía que hacer y, a partir de entonces, entraba en una etapa en la que iba a permanecer en una situación más incómoda (políticamente) y quería recuperar mi profesión de abogado. Por eso escribí un libro que se titulaba ¡Sí, abogado! Lo que no aprendí en la facultad. Recuperé mi profesión para realizarme a mí mismo sabiendo, por otra parte, que al país se le sirve de muchas maneras. No únicamente como político. Una enfermera sirve al país, igual que un aparejador, un ingeniero de minas o un obrero de la construcción. Todos podemos servir al país desde nuestra propia función profesional.

Entiendo que tanto la abogacía como la política le reportan diferente satisfacciones, pero en ambas sirve al país.

Siempre se sirve al país. Por eso decía esto que creo que es verdad: apliqué el derecho como abogado, apliqué el derecho como legislador (haciendo derecho e interviniendo en la acción del derecho) y lo estoy aplicando de nuevo como abogado. En mi casa somos mi mujer, mis cuatro hijos, yo… y el derecho, que de alguna manera está por allí y vive con nosotros.

Un abogado como usted, con reconocimiento, y que además se ha dedicado a la política durante años, ¿tiene enemigos profesionales?

Espero que no. No lo desearía. En todo caso me dolería tener adversarios que, a veces, pueden ser competidores o alguien a quien sin querer he molestado. No lo sé, pero no deseo tenerlos y me encontraría incómodo conociendo y no intentando reparar esta situación. Necesito mucho del confort de la amistad y del buen rollo.