El ROE (Return On Equity por sus siglas en inglés) es el beneficio neto dividido por los fondos propios (es decir, el valor contable). Una cifra típica es un porcentaje de unos diez puntos. Muchas empresas pueden presumir de cifras muy superiores. Las más ruinosas están en un solo dígito.
Hubo un tiempo en que un buen rendimiento de los fondos propios se consideraba un signo de habilidad de gestión. Se pensaba que los ejecutivos alimentaban sus balances con cuentagotas y obtenían grandes resultados. Las empresas con un ROE bajo serían condenadas por despilfarrar capital, invirtiendo dinero en elefantes blancos que apenas benefician a los accionistas.
En la versión más extrema del culto al ROE, se argumentaba que el múltiplo precio/beneficio de una empresa debería aumentar en proporción al ROE. Una empresa con unos fondos propios de 10.000 millones de dólares y unos ingresos netos de 2.000 millones de dólares no valdría el doble, sino el cuádruple, que una empresa con unos fondos propios de 10.000 millones de dólares y unos ingresos netos de 1.000 millones de dólares.
Esta línea de valoración tiene su lógica. Si la empresa con un ROE del 20% pudiera reinvertir sus beneficios en expansiones que produjeran la misma tasa de rentabilidad, sus beneficios se multiplicarían a un magnífico ritmo del 20%. Merecería un PER (Price Earning Ratio, por sus siglas en inglés; el ratio que establece una comparación entre el precio de la acción y su beneficio neto) elevado.
La falacia estriba en suponer que los nuevos fondos propios obtendrán el mismo rendimiento que los ya existentes. Pensemos en Apple. Si pudiera reinvertir los beneficios para obtener una rentabilidad del 151%, lo haría. En lugar de ello, está repartiendo sus beneficios entre los accionistas a través de dividendos y recompras de acciones. El beneficio de esta empresa con pocos activos depende de cuánta gente quiere comprar teléfonos y a qué precio. No depende del patrimonio neto de Apple.
Otra complicación en la historia del ROE es que el ratio no puede calcularse para empresas con valores contables ínfimos o negativos.
La deriva del ROE hacia la irrelevancia es paralela a la creciente obsolescencia del valor contable como indicador del valor de las empresas.
Sin embargo, el valor contable conserva cierta validez para las empresas financieras que necesitan mostrar un balance clásicamente sólido para que se les confíen los activos de los clientes.
Nuestro consejo sobre el ROE: vigílelo, utilícelo para comparar una empresa con sus homólogas, pero sea consciente de las limitaciones de la métrica.