
Nos encaminamos a un mercado de trabajo que se transforma a gran velocidad. Tanto es así, que varios informes, entre ellos “The Future of Jobs”, presentado en el Foro Económico Mundial hace poco más de dos años, pronostican que en torno al 65% de los niños que hoy empiezan Primaria trabajará en empleos o profesiones que aún no existen. Una realidad que marca el futuro más próximo y que condiciona el modo en el que nos enfrentamos a los nuevos desafíos. Desafíos que determinan el comportamiento y preferencias de los jóvenes, que son quienes tienen el protagonismo, quienes, generación a generación, van reclamando un espacio único con expectativas, intereses y necesidades diferentes.
En este sentido, son precisamente las expectativas de los jóvenes las que están trasformando esta nueva hoja de ruta, como evidencian los resultados del Estudio sobre Diversidad Generacional del Observatorio Generación y Talento, que explica cómo a los jóvenes nacidos entre 1982 y 1992 no les importan tanto las dimensiones de la empresa en la que trabajan, como que el proyecto profesional les apasione. Asimismo, los jóvenes nacidos entre 1993 y 2010, aquellos cuya infancia y adolescencia ha trascurrido marcada por la crisis, Internet, y la globalización, tienen una elevada conciencia social y un marcado compromiso con las causas solidarias, pese a su juventud (los mayores están terminando sus estudios universitarios en la actualidad).
Así, hoy en día comprobamos como las generaciones que se están incorporando a la empresa tienen unas características profesionales y unas expectativas diferentes a la que hemos estado acostumbrados hasta ahora, por eso no solo debemos pensar en qué echa de menos la empresa en los perfiles que se incorporan al mercado laboral, sino también en qué motivaciones e intereses persiguen los estudiantes, que son la mano de obra cualificada que va a asumir el liderazgo social y empresarial de las próximas décadas . Debemos tener la capacidad de adaptarnos y de tender puentes para mejorar precisamente esa brecha que se genera entre las expectativas de unos y otros.
Estamos ante una generación de jóvenes con un marcado compromiso social, en el caso de los millennials las cifras son claras, hasta el 87% de estos jóvenes considera que el éxito de una empresa no solo está asociado al resultado económico. Esta generación de jóvenes alinea sus compras, inversiones y decisiones laborales con sus valores; el paso lógico es que también alineen sus iniciativas y proyectos emprendedores.
No cabe duda de que las nuevas generaciones se postulan como “nativos sociales”, personas con un ADN social que están atravesando por su adolescencia al amparo de grandes cambios que defienden la justicia social y que, además, viven bajo una creciente presión popular que aboga por dejar atrás las malas prácticas empresariales y medioambientales de épocas pasadas. Han dicho basta y quieren ser escuchados. Y la buena noticia es que, además, vivimos en un momento histórico en el que los estados, las empresas, las instituciones educativas y la sociedad civil se han puesto de acuerdo trazando la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, o lo que es lo mismo, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas, 17 objetivos para los que los jóvenes de hoy no solo son clave, sino que serán quienes los abanderen en los próximos años.
Por ello es tan necesario que las instituciones educativas ofrezcan las herramientas y oportunidades necesarias para desarrollar al máximo el potencial de estos “nativos sociales”. De algún modo, les hemos confiado el futuro de nuestra sociedad y son ellos quienes liderarán los grandes cambios que están por llegar. Hemos de inculcarles la pasión por emprender y, todo ello, sin olvidarnos de que cualquier decisión tomada en el ámbito personal o profesional tiene un impacto en nuestro entorno, por lo que emprender debiera ser, siempre, no con propósito social pero sí teniendo en cuenta cómo los proyectos impactan en el medioambiente y en la sociedad, más allá de la dimensión económica. Emprender socialmente es una opción que, con las características de estas nuevas generaciones, empieza a consolidarse. Un desafío clave que debemos tener muy presente desde la Universidad española. Tenemos la oportunidad de hacer posible que esa generación de jóvenes comprometidos marque la diferencia, que sea una generación que pase a la historia por su rol de catalizadores del cambio y la responsabilidad que comienzan a asumir en la mejora de su entorno más cercano.
Es tiempo de dar voz a los “nativos sociales”, dejar de dar la espalda al futuro y reconocer que estamos equivocados si pensamos que nuestros jóvenes no están preparados para asumir los grandes retos y desafíos a los que nos enfrentamos como sociedad. Confiemos en la generación de la conciencia.