Durante la velada de la IV edición de los Premios Forbes Abogados 2018, D. Juan Antonio Sagardoy Bengoechea fue galardonado con el Premio de Honor como reconocimiento a la labor profesional de toda una vida dedicada a la abogacía. Sagardoy recogió el premio de manos del Exmo. Ministro de Justicia Rafael Catalá y de Andrés Rodríguez, presidente y editor de Forbes.
No faltaron los agradecimientos al equipo de Forbes, a su familia y a todos los presente en un discurso cargado de sabiduría, lecciones vitales y anécdotas. Estas son las palabras de Juan Antonio Sagardoy tras recibir el Premio de Honor Forbes Abogados 2018:
“Directivos de Forbes, Ministros de Justicia, amigos, y compañeros todos. Antes de nada quiero felicitar sinceramente a los premiados de esta edición que han logrado la distinción de Forbes por su esfuerzo, su trabajo y su inteligencia. Así mismo quiero advertir que mis palabras que durarán diez minutos no las pronuncio en nombre de ninguno de los premiados, no me han dado ninguna autorización para hacerlo así, sino que es una reflexión personal sobre mi vida profesional y el ejercicio de la abogacía. Siempre que me han dado un premio he tenido un doble sentimiento: el primero de gratitud, el segundo de alegría por la suerte que he tenido, pues siempre pienso que es una suerte que entre los muchos candidatos al premio haya recaído en mí. Así que gracias al jurado de este premio de Forbes y a la alegría compartida con todos vosotros de ser agraciado con esta distinción.
Ya podréis imaginar que mi alegría se acrecienta al poder recibir esta distinción acompañado de mi mujer, mis hijos y parte de nietos, así como de los socios de nuestro despacho y tantos y tan buenos compañeros que hoy estáis aquí. Pienso que se está premiando mi vida de abogado y a ello tengo que referirme con brevedad.
En la carrera de mi vida, 52 años de abogado en el ejercicio de la abogacía y 60 desde ña licenciatura, soy de los que creen que Dios nos hace lo que somos a base de golpes de cincel que nos modelan, unos estructurales y otro vocacionales. En mi caso, los primeros, los estructurales, han sido la familia, los amigos y la dedicación al derecho del trabajo. No entendería mi existencia sin tener a mi familia: mi mujer, mis hijos y mis nietos. Es algo parecido al oxígeno, no lo vemos, no lo notamos, pero sin él no podríamos vivir. Y desde luego yendo a aguas arriba, no puedo olvidar a mis padres, que con su entrega y sacrificio me dieron la caña de pescar. El segundo golpe de cincel en mi vida radica en la amistad: mis amigas han sido la sal en mi vida, la vida sin amigos no vale la pena y aquí estáis un selecto grupo de ellos. Deciros que la inteligencia sin amor nos hace fríos, la verdad sin amor nos hace fanáticos, y la amistad sin amor nos hace interesados. El tercero es la dedicación al trabajo; yo mismo me pregunto el porqué de mi obstinada y clarísima vocación desde que cursaba cuarto de Derecho en 1953. Desde entonces y hasta hoy muchas cosas han cambiado pero sigue permanente mi vocación de servicio a la liberación del hombre que trabaja por la vía de la dignidad, dignidad que se concreta en el empleo como función principal y luego en unas condiciones laborales razonables en materia de respeto a los Derechos Fundamentales, salario, jornada, estabilidad de trabajo. Hoy como laboralistas, y aquí estáis una gran representación, tenemos la enorme responsabilidad de ser defensores del trabajo y portavoces de reflexiones y propuestas que hagan el empleo mejor y hay que luchar porque el derecho del trabajo no se convierte en el derecho de la pobreza laboriosa.

Entre los muchos golpes coyunturales unos son mejores que otros. Por ejemplo no es para tirar cohetes que no haya llegado a medir 1,80 cm y el que no domine el inglés, pero me he ido ayudando con lo que tengo. He tenido la suerte de tener un carácter abierto y he hecho del lema de mi vida “cada mañana con las tres E: empatía, entrego y energía”, y sigo con ello. Fundé en 1980 un despacho laboralista que solo me ha dado satisfacciones. Toda mi vida he tenido un permanente ímpetu por aprender, por conocer más a fondo las leyes y la doctrina, en definitiva siempre me ha guiado, aunque no lo haya conseguido del todo, el ser un excelente abogado que supusiera una garantía de éxito para los clientes.
A lo largo de tantos años he aprendido bastante respecto a lo que es la excelente, más de las que he soñado. De todas las cosas aprendidas hay una que brilla por encima de todas: nada supera a la ejecutoria vital honrada. Ser honrado significa obrar con lealtad, con un código de conducta, con amor a la verdad. Si alguna vez fallamos lo importante es saber que hemos fallado. Hay que mirarse a la mañana y a la noche con la tranquilidad de que se ha obrado con arreglo a los parámetros del buen hacer.
La autoestima es algo fundamental para sobrevivir en este mundo competitivo. Y en esa línea es muy saludable tener el lema que yo le digo a los jóvenes abogados de ganar los pleitos como propios y perderlos como ajenos, si no está asegurado el infarto. La segunda cosa que he valorado como impulsora de la vida es el entusiasmo, la sonrisa y el gozo. Decía Arnold que el peor fracaso es la pérdida de ilusión; siempre hay que tener algo que soñar, algo que hacer y algo que desear. Ese es el motor de la vida. No perdáis nunca la ilusión. Una vida inactiva es una muerte prematura.
En estas palabras que hoy pronuncio ante vosotros no puedo pasar por alto el manifestaros que yo he sido muy feliz y lo sigo siendo en el trabajo diario de la abogacía, y eso es muy importante porque al fin y al cabo ser feliz es el principal activo del ser humano. Si tenemos dinero, poder, prestigio y reconocimiento social pero no somos felices, hemos fracasado. La felicidad es una actitud ante la vida, depende mucho de nosotros.
Cada defensa de los casos que llevamos, como abogados, hay que poner toda la carne en el asador, siempre hay que prepararlo como su fuera el primero. Prepararnos con todos los datos de legislación, doctrina y jurisprudencia, pues nada puede haber más bochornoso que perder un pleito por ignorancia al citar una norma derogada, cosa fácil por la diarrea legislativa que padecemos, o por desconocer una sentencia clave para el caso.
Por último, no ser dogmáticos, reinventar las cosas. Recuerdo de una anécdota de un cliente nervioso porque no sabía la sentencia del Tribunal Supremo y tenía que ir de vacaciones, y el abogado le aconsejó, preocupado por el nerviosismo del cliente que se fuera y le daría el resultado. Así lo hizo. “Señor Peláez, enhorabuena, se ha hecho justicia”, a lo que el señor Peláez contestó: “Recurra inmediatamente”.
En mi vida profesional he aprendido que los clientes son fundamentales. Decía un veterano abogado amigo mío que dentro de los abogados había un gen de animadversión hacia el cliente. Desde luego hay muchos que se lo ganan a pulso, pero si no aguantamos al cliente es mejor ser organista. El cliente tiene una fe ciega en el abogado que elige y no podemos defraudarle. Hay que ser honrados, evitar por encima de todo conflictos de intereses y darle mucha seguridad, con buen humor; un abogado triste, pesimista o mal encarado es un auténtico desastre. Hay que sonreír, animar, tener buen humor, pues de lo contrario hundimos al cliente, que ya viene con problemas y lo que le faltaba ya era que el abogado sea un pesimista y se los agudice.
Tengo la sensación de que os he dado muchos consejos que quizás no necesitéis, pero es que a lo largo de nuestra existencia uno pasa por cuatro etapas: una en la que uno cree en Papá Noel, la segunda en la que no cree en Papá Noel, la tercera en la que uno se parece a Papá Noel, y la cuarta donde uno es Papá Noel.
De nuevo agradecer a Forbes su distinción, al Ministro su presencia y a todos vosotros la paciencia por el discurso. Muchas gracias.”